Ranavatar y Gladian

Ranavatar y Gladian

 

    Era un domingo por la tarde cuando la rana Ranavatar se adentró en las fauces de la oscuridad. Escaleras abajo, en el sótano de la mansión encantada y abandonada, comprobó que los rumores eran ciertos.

Parecía el laboratorio de un científico loco, y la penumbra estaba entrecortada por destellos de energía aterradora. Había algo sobrenatural, y la rana inteligente se acercó al peligro aún más. Podía sentirlo en su piel, resecándola pese a la distancia. Aquellos relámpagos no eran naturales, y sabía que el edificio estaba desconectado de la red eléctrica. Observó el cableado suspendido de alambres, y reconoció unos grandes cristales de maná; estos alimentaban un enorme arco voltaico, y con un estremecimiento comprendió que estaba siendo testigo de la magia más pura y visceral, la que fluía oculta bajo la superficie del mundo, más allá de los ojos de los sabios, quienes negaban la existencia de las artes arcanas. Pero esta energía secreta, aún no explorada por la ciencia convencional, estaba revelándose ante los ojos de Ranavatar. Y solo había un sonido capaz de salir de sus labios en ese preciso momento:

—¡Croac!

Se sintió avergonzado de inmediato; era fruto de su herencia más primitiva, que resonaba contra los secretos del mundo. En ese momento, la parte animal tomó el mando, y el impulso de huir lo sobrecogió. Pero usó toda su fuerza de voluntad y se resistió. Había ido a investigar, se recordó, y no se iría de allí sin pruebas. ¿Debería coger uno de los cristales? ¿O debería abrir la jaula?

Y es que suspendida en la oscuridad, entre los relámpagos intermitentes, se encontraba una jaula dorada con unas antiguas runas que no pudo reconocer. Ranavatar saltó sobre la estantería más cercana, y observó con asombro.

—¿Estás viva? —preguntó. La criatura abrió los ojos. Era parecida a un hada clásica, pero más grande que un puño humano. Sus rasgos eran vagamente élficos, y su cabello verde había crecido hasta envolver su cuerpo desnudo. Se lo apartó con furia mal contenida.

—¡Márchate de aquí si te importa tu vida!

—Me llamo Ranavatar. ¿Cómo podría abandonarte en manos de un sádico como este? —respondió con calma.

—Solo me utiliza para demostrar que el efecto de jaula de Faraday también se da con maná en modo eléctrico. Estaré bien. Lárgate de aquí.

—¿Acaso estás en deuda con él?

—Los rumores que hayas oído son ciertos.

—Pues he oído que la mansión lleva abandonada más de un año.

—En efecto. Pero algún día volverá. Y entonces dará caza a todos los ladrones que han entrado desde que se disiparon los encantamientos de seguridad. Y a cualquier otro tipo de intruso. Los dos humanos fueron especialmente irritantes.

—¿Quieres decir que no eran ladrones?

—No lograron desactivar los rayos de forma segura. La chica me prometió que volverían pronto, con ayuda. ¡Y mírame! ¿Dónde voy con estos pelos?

Ranavatar no pudo reprimir más su curiosidad:

—¿De qué te alimentas?

—De maná, claro. Los pixies podemos hacerlo si es necesario, pero es como si te pusieran a dieta de mosquitos. Una se harta, ¿sabes?

Ranavatar observó el laboratorio. Había otras jaulas vacías en los estantes, junto a matraces y probetas.

—¿Qué clase de criaturas había aquí? —preguntó inquieto.

—Tus instintos son buenos. Ninguna de sus “cobayas”, como nos llamaba, pertenecía a la Tierra. Soy la última superviviente.

—¿Todas ellas eran inteligentes como tú?

—Pues claro. Si no, no seríamos interesantes para él.

—De algún modo me alegra saber que… bueno, ya sabes…

—¿Que hay otros “animales parlantes” como tú? Bienvenido al club extraterrestre. ¿Acaso no sabes de dónde son tus padres biológicos?

Ranavatar quedó en shock. Nunca pensaba acerca del pasado. Tuvo recuerdos de Vietnam, o de una selva muy parecida, pero los apartó de su mente para concentrarse. Había un problema que resolver, y requería toda su determinación.

—En fin –siguió ella—, hay más especies inteligentes de lo que piensa la gente. Mírame a mí, por ejemplo: nunca pensé que los monos afeitados fueran realmente inteligentes, pero mira cómo he terminado. La vida es una fuente inagotable de sorpresas.

Ranavatar sonrió y saltó a un estante con una probeta de cristal en vez de plástico.

—¿Sabes qué, amiga pixie? —Ranavatar rompió la probeta, y en sus ancas quedó un trozo afilado lo bastante largo para su plan.

—Puedes llamarme Gladian. ¿Qué sucede?

—¡Creo que puedo sacarte de aquí!

Gladian sonrió. Observó a Ranavatar saltar sobre la balda superior, en la esquina del sótano. Apuñaló sin piedad al cable y el relámpago se detuvo. Nuevas descargas brotaron del techo, y hubieran fulminado a los que se aproximaran demasiado a la jaula, pero Ranavatar estaba a salvo, en la esquina superior de la sala. De un nuevo salto se colocó sobre la gran esmeralda refulgente, puso el cristal en una esquina, y se dejó caer, haciendo palanca; la gema saltó y él cayó; rebotó en el suelo esquivando las esquirlas de cristal, agarró la fuente de maná, y aterrizó rodando abrazado a ella, protegiéndola del impacto.

—Menos mal. No sé si se hubiera roto o hubiera explotado, pero…

—Se dice explosionado –corrigió la pixie.

Ranavatar entrecerró los ojos en señal de advertencia.

—No me toques las narices.

—¡Si no tienes! —y Gladian se rio de él.

La rana saltó sobre la mesa y observó. La superficie no era plana, sino que se hundía hacia una inquietante tecnología. Era como un sarcófago cibernético abierto, dispuesto a tragarse a un cadáver o paciente vivo, para momificarlo o… o vete a saber. Ranavatar no estaba seguro. Miró a la jaula dorada sobre él. ¿Si esta cayera, sería desmantelada por esos bracitos robóticos? ¿O la imponente tecnología era para realizar cirugía?

—No estarás pensando… —empezó Gladian.

—Oh, sí.

—¡Ni se te ocurra! ¡Solo la diosa sabe qué titanes tenía el científico en la cabeza cuando programó…!

Ranavatar dejó caer la esmeralda, y esta se comportó como una moneda, repiqueteando en la mesa.

 

¡Tin, tin, tin…!

 

Antes de que se detuviera por completo, los bracitos se desplegaron automáticamente, revelando taladros, tenazas y bisturíes. Ante un cuerpo tan pequeño como era la gema, no pudieron hacer otra cosa más que comenzar a chocar entre sí.

Gladian tenía un mal presentimiento:

—¿Neo Tokio está a punto de ex-plo-tar?

—¿Qué?

—Todavía estoy empachada de tanto anime viejo...

La explosión verdosa hizo volar por los aires a Ranavatar. Sacudió la jaula, pero la pixie solo gritó. La rana se estampó contra la pared más cercana, y se deslizó, dejando una leve mancha de sangre a su paso.

—¡Ranavatar! ¡Ranavatar! —fue lo último que oyó antes de perderse en la nada.

 

* * *

 

Ranavatar abrió los ojos. El sótano, un búnker sin ventanas, carecía de luz natural. Lo que estaba alumbrándole era una figura dorada y deslumbrante. Dejaba caer sobre él polvo luminoso.

—¿Qué… es esto?

La figura dejó de brillar. El hada se posó a su lado grácilmente, y levantó su cabeza entre sus manos.

—¿Estás mejor, amigo?

—¿Tienes magia curativa?

—Tienes buen ojo pese a criarte en la Tierra. La curación mágica es uno de los dones más extraños. Es mi bendición y mi maldición. Por eso fui esclavizada.

—¿Quieres decir que hay magos que no pueden curar?

—Pueden hacerlo, pero de otra manera. Suturas mágicas, cirugía sin cuchillo para no infectar, cauterización sin dolor para desinfectar… pero esto es Curación Verdadera.

Ranavatar se puso en pie.

—Increíble. Estoy perfectamente. ¿Entonces la jaula se abrió al interrumpir el relámpago?

—Sacudirla con la explosión aflojó el seguro exterior. ¿Cómo se te ocurrió?

—No lo sé, actué por puro instinto.

De repente comprendió que estaba con un hada, tenía pruebas de que la magia era real, y tenía pistas sobre su origen.

—Entonces, Gladian… ¿soy extraterrestre?

—En la Tierra las ranas no hablan, bobo.

—Oh.

Entonces Ranavatar recordó que el hada estaba desnuda delante de él.

—Oh… —repitió. Al darse cuenta de que estaba embobado, logró disimular recogiendo una esquirla de esmeralda rota.

—Ya tengo pruebas. ¡Con esto ganaré la apuesta!

—Espera, ¿has entrado en una mansión encantada por una apuesta infantil?

—¿Infantil? ¡Ese idiota me desafió a que le llevara pruebas de que la magia existe! ¡Si lo hacía, yo me haría con el control del canal! ¡Ahora me pertenece! ¡Muhahahahahahah!

Gladian sonrió. Le tomó en brazos y echó a volar. Dejaron atrás el laboratorio siniestro, y salieron a juntos a ver la luz de un nuevo día.

—¿Sabes qué es lo mejor de tener una amiga hada, Gladian? —murmuró Ranavatar sobrevolando la ciudad.

—¿Que pueda aconsejarte sobre toneladas de anime que ver?

—Que ahora ningún triste mortal podrá detenerme. ¡Mis planes de dominación mundial por fin podrán continuar! ¡Muhahahahahahah!

La pixie frunció el ceño.

—¿Estás bromeando, verdad?

Ranavatar se guardó la esquirla de cristal de maná en la vaina de katana de su espalda.

—Pues claro. Todo esto ha sido un sueño, al fin y al cabo.

La esquirla brilló.

Gladian abrió los ojos.

Se quedó contemplano el techo de su dormitorio, en su camita tamaño canario, mientras oía a los grillos del campo. Era un verano caluroso.

—¿Con qué estaba soñando? No puedo recordarlo.

Sacudió la cabeza y dejó caer a Ranavatar. Este se agarró a un canalón y se deslizó hasta el suelo.

—¡Tú! —Gladian estaba muy furiosa, sobrevolando el edificio—. ¿Cómo has dominado tan rápido la magia ilusoria?

—Llevo años de investigaciones secretas. ¡Solo necesitaba un poco de maná!

—¿Entonces solo acabas de probar si funcionaba? ¡Podríamos habernos estrellado, idiota!

—Ahora que sé dónde encontrar maná, moveré los engranajes del mundo solo un poquito, en el momento y lugar perfecto… y todas las piezas encajarán como un reloj suizo. ¡Únete a mí, Gladian, y juntos conquistaremos la Tierra!

El hada se posó a su lado; él le ofreció el anca.

—Los héroes nunca aceptan el trato de los villanos.

—Menos mal que soy el héroe de una historia mal contada, y tú no eres una heroína. ¿Verdad?

Gladys sonrió.

—¿Es esto lo que realmente quieres, o tu verdadera motivación es encontrar a tu familia, y regresar a tu mundo natal?

El anca agarró la esquirla de cristal verde, y la desenvainó en posición de combate.

—Parece que no podremos ser amigos después de todo.

—Tú lo has dicho: no soy una heroína. Así que no tengo el deber de rechazar tu ofrecimiento. Pero te recuerdo que yo soy la hechicera, novato: trabajarás para mí. Veamos si juntos podemos conquistar este mundo de primates ignorantes, sin la menor noción sobre la magia. Los únicos que podrían salvarles ya no están en este mundo.

—¿Yo, reducido a un mero servidor?

—No domino la magia ilusoria. Juntos podríamos complementarnos. Únete a mí, y juntos dominaremos la galaxia.

—¡Hala! ¿No es un poco excesivo?

—Perdón, maratones de Galactic Wars. Entonces, paso 1: hacerte con el control del “canal”. ¿Es como el de Panamá, para forrarte con aduanas o algo así?

—¿Forrarme? Eh, bueno… ¿sí?

—Muy bien. Paso 2: descubrir tu historia de origen. Paso 3: conquistar el mundo.

—Por mí, vale.

—Entonces tenemos un trato, rana Ranavatar, tan real y tan sonado como un escualo acorazado.

—¿Qué?

—No se me ocurría una rima mejor, y a tu jefe le gustan los poemas.

—Oh. Espera, ¿entonces sabes quién soy?

—¿Quién dice que no domino la legeremancia?

—¿Legerequé?

—Y ya que estás, vísteme con una ilusión. O mírame a los ojos.

—Bueno, vale, está bien, supongo que podría intentar algo…

Ranavatar chasqueó los dedos y el hada tenía el aspecto de una elfa en miniatura, con un vestido blanco y minifalda hasta las rodillas.

Y así iniciaron juntos su viaje, de vuelta a casa, dispuestos a comerse el mundo. Pero la Tierra resultó ser tan indigesta como la tierra. Sin embargo, eso es una historia para otro día.

—Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

—Creía que solo citabas anime.

—Oh, cállate, Ranavatar, los clásicos siempre prevalecen.

 

 

FIN

 


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