Fuera del Laberinto - El alba escarlata.





Este capítulo trata sobre el rey Félix. No es el primero en el que sale, pero quiero compartirlo. Aquellos que ya leísteis Dentro del Laberinto, seguramente querréis ver más sobre su guerra con Tierra II, pospuesta en su momento.
Sin embargo, este capítulo está muy, muy adelantado. Es del tercer volumen de la nueva saga.

A ver qué os parece.


El alba escarlata



    Las ansias de conquista de Nueva España, en Tierra II, culminaron en su invasión del Castillo Negro para hacerse con el poder del Cetro de Agamenón y controlar El Nexo, el puente entre los mundos.

El rey Félix solo tenía 23 años cuando libró su primera guerra como gobernante, pero fue brillante.

Cierto, no dirigió a millones en la guerra, pero sí logró los aliados necesarios para librar las batallas por él. Salió victorioso y con mucha mayor influencia. Había sido puesto a prueba y no era un chico jugando a ser rey.

Al principio Nueva España hizo su ataque sorpresa, a traición, como parte de una maniobra relámpago. Eran bien conocidos los hábitos de trasnochar del rey, que acostumbraba a celebrar a menudo fiestas privadas nocturnas muy subidas de tono, rodeado por igual de esclavas, pretendientas de baja cuna y algunas admiradoras. Esto sucedía con más frecuencia cuando se celebraban reuniones informales como aquella, ya que se corría la voz y aumentaba la afluencia de viajeros. Algunos simplemente querían pasárselo bien, pero rara vez aceptaba a varones a su lado, excepto si era una maniobra política.

De modo que las fuerzas de Nueva España esperaron al amanecer, cuando ya se habían marchado los embajadores; de no haber tenido noticias frescas muchos hubieran pernoctado en El Castillo Negro. Los atacantes preferían evitar conflictos diplomáticos con aquellos a los que pretendían convencer de que Félix no era más que un mocoso, y también de que deberían apartarlo de una gran responsabilidad. Así que cuando uno de los espías del Castillo, que trabajaba en las perreras, hizo la señal con la vela en la oscuridad de la noche, todo comenzó.

Algunos corrieron sobre los muros, otros volaron surfeando sobre barreras, otros cabalgaron gigantes o monturas voladoras.

Las bestias invocadas de asedio embistieron las puertas tras ser dopadas con pociones y hechizos. También vestían armaduras encantadas.

—Es un incompetente —afirmó el oficial vestido de blanco, todo elegante—. Ni siquiera se toma en serio a la guardia nocturna, confía en las defensas automáticas.

Los magos desactivaron a distancia las torretas construidas por los equipos de Mildedos y Lania, tras haberlas aislado en burbujas. Su potencia de fuego podría perforar carros de combate terrestres con hechizos similares a munición explosiva antitanque, aunque con baja cadencia de fuego. Pero la velocidad extrema de los proyectiles era lo que había encargado Félix, tras conocer el caso del vampiro destronado. Quería contramedidas efectivas contra alguien así. Pero al mismo tiempo, en el hipotético caso de un ataque de la Tierra, los carros serían perforados, y en su interior los hechizos estallarían como granadas con cada impacto.

—Pero el jefe de exploradores nos advirtió de que esas torretas podrían matar a nuestros wyverns —replicó un suboficial, con uniforme blanco y gris.

—El jefe de exploradores no podría encontrarse la polla en el baño cuando va a mear, es un borracho —replicó el capitán.

—Pero si fuera cierto, también podrían deshacerse de otras monturas más débiles. Entonces no podríamos tener apoyo aéreo.

—Y por eso esos estorbos son lo primero que estamos atacando. ¡Somos la división invicta Lobo Blanco, no unos aficionados!

El suboficial asintió y se abstuvo de hacer más comentarios. Tampoco dijo nada acerca de que normalmente luchaban contra salvajes en el sur, y que cuerpos como el suyo no participaban en pequeñas revueltas locales. Su experiencia se limitaba a enemigos poco versados en la magia, aunque su instrucción les preparara para guerras civiles como parte de la guardia pretoriana.

La mujer pinchó al capitán.

—¿El general también acostumbra a subestimar así a sus enemigos?

El mando hizo como que no la oyó, y se concentró en buscar algún detalle del campo de batalla. Reparó en el flujo adecuado de las tropas, y se sintió satisfecho de la disciplina y los mandos menores.

Las torretas también estaban diseñadas para acabar con cazas ligeros de la Tierra, pero Félix calculaba que no podría contra vehículos supersónicos, a menos que les acertaran de casualidad en una ráfaga. O con disparo manual, controladas por marionetistas.

Pero al oficial Gaspar le incomodaba la oficial, vestida con gabardina de cuero blanco bien abotonada, y larga melena negra; las elegantes y pequeñas hombreras doradas de la gabardina la distanciaban notoriamente de una civil. La V dorada sobre fondo negro de su gorra indicaba que pertenecía al equipo de asesinos de élite de Nueva España, Los Vengadores. La empuñadura dorada de su sable era una condecoración por su habilidad y valor en combate. A diferencia de los demás mandos su nombre permanecía oculto, solo el número 21 la identificaba. Había elegido vestir con el uniforme de un oficial, pero normalmente vestía como una soldado cualquiera. Solo el atento recuento de un espía enemigo podría notar la sospechosa repetición de un número en la misma división.

—¿Pero estamos seguros de que son torretas automáticas? —preguntó 21.

—Claro que son torretas automáticas, ¿por qué lo preguntas? —replicó el capitán Gaspar. Odiaba que insinuaran que se había equivocado. Contempló desde la colina árida El Castillo Negro una vez más, usando el catalejo plegable.

—Su comportamiento es extraño —insistió la asesina.

—¡Oh! Ya veo —dijo el suboficial Martínez. Eso hizo que el oficial comenzara a sentirse estúpido. Necesitaba preguntar qué se le estaba escapando, pero sin preguntarlo. De modo que observó con más atención.

Las tropas al asalto habían rodeado el objetivo para cortar la retirada; otro pelotón se había posicionado sobre las murallas, y estaban atacando las torretas una a una, rompiendo sus barreras poco a poco. Los voladores daban apoyo aéreo con fuego o hielo de sus monturas, y lanzaban sus propios hechizos; los que habían tomado posiciones en el patio habían aislado los edificios principales con grandes muros, listos para ser bombardeados desde arriba sin fuego amigo.

Gaspar frunció el ceño.

—¿Qué se supone que tengo que ver? El plan está siendo un éxito.

—Precisamente, Gaspar —insistió la asesina. Según las reglas estaba prohibido mencionar el nombre de un Vengador en público, así que lo evitó.

—Dame una pista, número 21.

La mujer, de unos 30 años, se cruzó de brazos sonriendo. El suboficial le echó una mano:

—Ninguna torreta ha matado a ninguno de nuestros hombres.

—¿Qué? —Gaspar miró de nuevo por el catalejo. Buscó cadáveres yaciendo en el suelo, pero no encontró nada.

—No hemos perdido ni un solo soldado —explicó 21—. En cambio las torretas abren fuego contra las fortificaciones obvias, las construcciones de barreras y tierra levantada por los magos.

Ahora lo veía. En aquella gran explanada de espacio abierto era donde se parapetaban, pero las torretas malgastaban sus cristales de maná.

—También han disparado a un albatros gigante —añadió el suboficial—, precisamente el que lleva colgando canastos de evacuación y va protegido por una burbuja.

Pero Gaspar seguía sin comprenderlo.

—Una torreta no discrimina blancos de esa manera —dijo el suboficial Martínez—. Normalmente reaccionan contra el último atacante.

—Eso no demuestra nada, es su programación.

—También han atacado a los escudos de algunos tanques que iban en vanguardia, sin usar barreras —añadió 21—. Así que no es que apunten solo a barreras, sino contra blancos que no van a ser eliminados inmediatamente. Quieren parecer muy ocupados.

La última barrera fue eliminada, tras haber trepado corriendo sobre el edificio principal, y sobre La Torre Negra. Rápidamente desactivaron la última torreta. Hicieron la señal. Un soldado vino corriendo, número 847.

—¡A la orden, mi capitán! Informo de que ya ha terminado con éxito la fase de destrucción de torretas.

—Muy bien, proceded con la división entre edificios.

—También se han creado las barreras, mi capitán.

—¿Cuánta resistencia están encontrando en el patio?

—Todo tipo de gólems y marionetas, mi capitán, pero los hilos de marionetistas parecen apuntar a huecos tras las murallas, y bajo los suelos. Y muchos de ellos son automáticos. También hay carros de combate propulsados por maná, con torretas. Son defensas móviles automáticas. La sargento Pérez me ha enviado a decir que ya han destruido dos.

—Retírate.

El capitán Gaspar se quedó pensativo unos segundos.

—¿Qué está pasando? —preguntó el suboficial Martínez.

—El rey Félix es patéticamente blando y misericordioso. Un niño jugando a la guerra. No está preparado. Ha dado instrucciones expresas de no matar a nadie.

—¡Es un gobernante patético! —dijo 21 riendo—. Esto será un visto y no visto. Quizá estemos de vuelta en casa con El Cetro para la hora de cenar.

Gaspar se volvió y miró al sol elevándose sobre el horizonte. La gran explanada desértica aún estaría en sombras por un par de horas, rodeada de montañas bajas, excepto por el paso natural hacia la civilización.

—¿Te estás preguntando si Magallanes te recompensará con este castillo? —preguntó punzantemente 21.

—Claro que no, pertenece al gran reino.

—¿Y quién lo administrará?

—Quien decida mi señor.

—Buena respuesta.

Gaspar tragó saliva. Fingió que no sabía a qué se refería. Observó con el rabillo del ojo la empuñadura dorada, los dedos apoyados en ella perezosamente, acariciándola distraídamente.

—Algo no va bien —dijo 21.

—¿De qué se trata? —contestó aliviado por cambiar de tema.

—Es demasiado fácil.

—Les hemos aplastado en un ataque sorpresa. El muchacho no sabe nada acerca de la guerra.

—Tal vez…

21 sonrió cuando toda la división fue rodeada por enormes portales de los que brotaron hordas de monstruos simultáneamente. Por un breve instante cundió el pánico. Rápidamente se reorganizaron en posición defensiva hacia la retaguardia. Los que iban a rodear al enemigo, y a dar caza a los que escaparan, eran ahora los rodeados.

—Eso ya me gusta más —dijo 21—, ha esperado a que nos confiemos y nos extendamos demasiado hacia el interior. Mirad —señaló con el dedo índice hacia las gigantescas barreras azules que se extendieron hasta el cielo; un par de monturas se estamparon contra ellas. Estaban formando algo parecido a un asterisco en 3 dimensiones, y se extendían fuera de las murallas, incluso sobrepasando a los portales.

—¡Ha dividido a nuestras fuerzas en 8 secciones! —dijo Martínez—. ¡No, en 13, el patio tiene anillos concéntricos!

Nuevas torretas brotaron como setas de debajo del suelo, ocultas en el patio, y bombardearon a las monturas voladoras; sus jinetes saltaron y cayeron rodando o amortiguando la caída con magia, pero quedaron aturdidos por el impacto desde cientos de metros en algunos casos. Los atacaron con la guardia baja los gólems que quedaban.

—Trata de no elogiarlo, Martínez, solo es un crío —dijo irritado Gaspar.

21 sonrió y asintió con la cabeza, como si pillara un chiste.

—¡Vaya, qué chico tan interesante!

—¿Cómo dices? —Gaspar apenas pudo ocultar su molestia.

—Nos ha dividido entre 13, el número de la mala suerte, y la cantidad de personas que había en la cena de la traición a Cristo. Sabe que ha sido traicionado. Y lo ha hecho justo en el momento en el que nos asusta rodeándonos y pillándonos por la retaguardia, cuando también estábamos confiados, y tras demostrar que puede cogernos desprevenidos sin perder un solo hombre. Es una táctica combinada con una réplica y una declaración de intenciones: está diciendo que es mejor que nosotros. Pero también es la confirmación de que sabía que le espiaban. Y además es un chiste privado, porque espera que no lo entendamos. Bien, me gustan los bromistas. Pero yo también sé jugar.

Levantó el dedo índice y lo hizo brillar; dibujó sobre el guante blanco de su palma izquierda unas runas doradas, y desapareció.

El capitán Gaspar respiró aliviado.

 

* * *

 

Al mismo tiempo, muy cerca de allí, miles de soldados cruzaron con refuerzo de velocidad el portal hacia El Nexo. Corrieron tanto como pudieron, tantos a la vez como les permitía su anchura, con las tropas aún camufladas ante detectores de Félix.

Inmediatamente El Fantasma advirtió también de este suceso.

—Deja que pasen todos —dijo el rey comiendo uvas tranquilamente en su habitación—. Pero bloquea todas las salidas del piso 14. Haz que el piso quede aislado del Nexo. Y cuando pase el último de ellos excepto los centinelas que se quedarán en retaguardia, cierra también el portal a Tierra II. Así Dividiremos sus fuerzas.

Max se rió a carcajadas. No era el que me acompañaba en aquel entonces, y acostumbraba a poner las botas de combate cruzadas sobre la mesa del rey. Era el Max que no le gustaba a Marty, y no por sus modales, sino por sus compañías.

—No puedo cerrar el paso a los aventureros —replicó El Fantasma—. Si no, te lo hubiese hecho a ti.

—¿Hay algún aventurero ahora mismo en mi reino?

—Un equipo de 6 en la posada del Duodécimo, soldados de fuerzas especiales de la Tierra en misión de reconocimiento.

—Adaptándose al maná para intentar sacarle partido a la mutación.

—Si esos aventureros llegan al piso 13 tendré que abrirles el paso hasta el 14; entonces estos invasores podrán extenderse por La Red.

—No, solo a los mundos a los que conecte el piso 13. Sí podrías cerrar el paso al Duodécimo.

—Sí.

—¿Y tienes que dejar abierto el paso a los mundos conectados del 13?

—Mientras los aventureros estén en el mismo piso, sí.

—Bueno, minimizaremos los daños en lo posible. Pero intenta encargarte de distraer a los de las fuerzas especiales. Haz que les surja una epifanía, o una crisis de conciencia, o que de repente necesiten ver a sus familias. Lo que sea. O simplemente haz que alguien les dé una misión. Necesito un mes para tomar ventaja contra Tierra II, y tener a todas esas tropas encerradas en un campo de prisioneros es el primer paso para negociar la rendición de ese planeta. Bueno, de su reino dominante.

De modo que así fue como consiguió encerrar Félix a un contingente de miles de soldados de rango celeste y superior.

El piso 14 era un escenario sin nada que creciera ni que cazar, porque era territorio de no muertos, unas catacumbas.

—Los soldados consumirán sus provisiones en pocos días —añadió Félix—.  Y una semana después estarán más dispuestos a negociar.

Max rió de nuevo.

—Eres malo.

—Estoy minimizando las muertes. Ya me merezco una medalla con lo del Castillo.

—Te mereces varias, mira cómo lo has planificado y ejecutado todo. Y has aprovechado las circunstancias para un plan mayor, extender tu influencia arrastrando a los demás a una alianza militar. Tramabas el fin de tu neutralidad al mismo tiempo que conseguirías que empiecen a tomarte en serio. Qué artero eres, ya pareces un político de verdad.

—Soy novato, pero con madera para gobernar. ¿Has probado el pastel de chocolate?

 

* * *

 

21 saltó con mimetizaje entre monturas voladoras, se deslizó por fachadas cancelando los sensores, se coló por ventanas cortando los barrotes tras desactivar alarmas, espió tras las esquinas, corrió por los pasillos, activó pasadizos secretos, y finalmente penetró en la zona del búnker. En el proceso había esquivado a algunos guardias de largo alcance, pero ninguno era un simple cortesano. “Tal como sospechaba, o fueron evacuados o están bien escondidos”. Para avanzar más rápidamente había esquivado miradas casuales con camuflaje de camaleón; este tenía limitaciones, no era ni mucho menos como la invisibilidad de Susan, o como la burbuja invisible de Carolina. Era básicamente mimetizaje vulnerable ante el ojo atento y los movimientos bruscos.

De modo que a veces caminaba sin prisa entre las dos paredes de un pasillo y esquivaba a los pocos vigilantes que encontraba.

Así llegó hasta un punto donde confluían varios corredores: allí había una sala donde un grupo de soldados de corto alcance estaban atrincherados, listos para aprovechar los pasos estrechos a su favor, reduciendo el número de enemigos; no vieron pasar su silueta, y estaba oculta a detectores de maná. También localizó puntos donde los marionetistas introducían sus hilos en huecos en las paredes de piedra, y los extendían hacia el patio sobre sus cabezas. Solo degolló al que la vio y trató de alertar a los demás. Tras limpiar meticulosamente la sangre en su arma, con un pañuelo que luego incineró, siguió su camino.

“Ya llevo 4 capas de pasadizos secretos, y dos pisos escondidos. Parece que me vaya a dar en la cabeza, ¿este corredor lo construyeron los enanos? Debe ser para pasar desapercibido al usar las escaleras; si no, se alargaría demasiado el camino”.

—¿Has visto el traje que llevaba hoy Carolina? —preguntó una chica con un vestido azul. Caminaba con un jarro de agua y regaba una maceta sobre una mesita. 21 acechaba detrás de la esquina.

—Sí, otra vez el disfraz de conejita calientabraguetas, ¿verdad? —su compañera vestía como una doncella francesa, de negro y con delantal blanco, y usaba gafas redondas; su cabello no llegaba a los hombros.

—¿No te da pena a veces? —preguntó la del vestido—. La ha vuelto a humillar delante de todos esos extranjeros, expuesta como si fuera…

—No, por mí que le den. Es una imbécil.

La chica del vestido se rió.

—Un poco sí.

—¿Sabes que es la única curandera de palacio?

—Todo el mundo lo sabe. No se puede guardar el secreto de un don como ese. Aunque también existen las medicinas de la Tierra, y las pociones…

—Ya, pero nadie ha inventado la poción que cure el resfriado. Bueno, pues fui a contarle que estaba mala para que al menos me aliviara el mal cuerpo. Y en vez de ayudarme, ¿sabes qué me contestó?

—No, ¿qué?

—Me dijo que estaba resfriada porque no comía bien, no hacía deporte, no dormía lo suficiente y otras tonterías. Me culpaba a mí de enfermar.

La del vestido se rió.

—¡Pero si ella tiene autocuración!

—Precisamente. Seguramente por eso no sabe lo que es pillar un resfriado, se debe curar antes de tener síntomas. No nos entiende.

La del vestido bajó más la voz y susurró:

—Pues a mí un día me dijo que si no entrenaba mis dotes sexuales antes de… conseguir estar con el rey, él me echaría del palacio a la tarde siguiente. ¡Ja! ¡Como si los hombres no quisieran tenerme cerca! Además, ¿qué se ha creído esa? ¿Que yo no estaría a su altura? Cualquiera puede hacer las cosas que ella hace, ¡y mejor!

—Le sobra práctica, pero no porque ella quiera…

—¡Qué va, si el rey se cansó de ella hace años! Solo le da su merecido humillándola. Nadie aguanta a Carolina. ¿Has visto lo creído que se lo tiene? Ella mira a todo el mundo por encima del hombro, excepto cuando finge no hacerlo para no caer mal.

21 salió de la esquina con la mano apoyada en el sable. Las chicas se quedaron paralizadas y palidecieron.

—Lamento interrumpir, pero tengo un asunto importante del que hablar con el rey. Me envían a negociar. ¿Dónde está?

21 leyó el rostro de la doncella. Su terror venía de la idea de traicionar al rey. Miró a la chica del vestido, que parecía una mera cortesana aburrida buscando esposo. Aún era adolescente. Su rostro era desafiante. 21 sonrió y avanzó hacia ella. Ninguna tenía aura de color, eran débiles.

—No eres una emisaria —replicó la adolescente, y la doncella se puso calculadamente detrás, para usarla de escudo humano.

—Soy una oficial del ejército de Nueva España, los que han sitiado el castillo. Vengo en son de paz como emisaria.

—Tienes un número. Eres una soldado.

—Mira mi gorra. Es de oficial.

—La V indica que eres de un equipo de asesinos.

—¡Vaya! ¿Cómo estás tan bien informada?

—Soy ayudante de la profesora de Sociales.

—¿Qué es eso?

—Márchate, por favor. No encontrarás nada de valor aquí.

21 sonrió.

—Esa respuesta me gusta más. Dame información, y así no tendré que sacártela por las malas —desenvainó su sable lentamente.

—Mira detrás de ti —dijo la doncella con gafas, agarrada detrás del hombro de la chica.

—¿Crees que voy a caer en el truco más viejo del mundo? —replicó 21.

La patada en la cabeza estampó a 21 contra la pared y rebotó; entonces la otra pierna le pateó en el estómago y rebotó de nuevo; luego un gancho ascendente de su agresor, agachado, la lanzó contra el techo y se golpeó la cabeza; su gorra cayó al suelo. Al caer la agarró de la pechera de la gabardina y observó a la mujer inconsciente.

—Evangeline te dijo que miraras detrás de ti —dijo la profesora de Sociales contemplando a su presa. Usaba artefactos de refuerzo físico y de ocultación de maná. Era una mujer entrada en los 50, con el pelo canoso recogido en un moño.

—Le dije que mirara detrás para que no lo hiciera —se justificó la doncella.

—Lo sé, gracias, Evangeline.

—¿Qué hacemos con ella?

—Lo que el rey decida.

La profesora con gafitas, vestida de negro, giró una antorcha, y se abrió un pasadizo secreto a su pequeña habitación, rodeada de libros. Se sentó ante una bola de cristal y llamó a su rey. Mientras tanto Evangeline arrastró a 21 hasta un busto de un griego, en la esquina entre dos pasillos.

Agárrame esta, Platón —recitó.

 Se extendieron unas cadenas controladas por hilos de marionetista, que la capturaron y le bloquearon su uso de magia y maná.

—¿Aguantarán las cadenas? —preguntó la asistenta de la profesora.

—Eso espero… como oculta su presencia desconozco su nivel, pero por sus galones solo es una soldado. No hay de qué preocuparse.

En la salita con iluminación azulada, la profesora habló con el rey Félix.

—¿Ya han llegado hasta allí? —preguntó él—. Qué rápidos son, más de lo que esperaba.

—No sabemos de nadie más, creo que está sola.

El rey arqueó una ceja.

—¿Una exploradora? Me sorprende, esa tía es buena.

—Dijo que venía a hablar con el rey.

—Era una excusa al ser descubierta; no es el procedimiento, así solo crearía sospechas.

—Lo sabemos.

—¿Alguna pista de su nivel o empleo?

—Llevaba una gorra con la V de los Vengadores —le enseñó la gorra al orbe de cristal.

Félix se quedó quieto un momento.

—¿Qué acabas de decir? Mira su uniforme, ¿la identifica un nombre o un número?

—Pues no me he fijado. Niña, entra.

La chica del vestido entró en la habitación y sonrió al ver a Félix, emocionada y nerviosa, sin saber dónde meter las manos.

—Te llamabas… ¿Martha, no? Explicadme detalladamente lo que ha pasado.

—¡No hay de qué preocuparse, mi rey! Sofía la ha pillado por detrás y la ha noqueado. ¡Le ha pegado una paliza! Y yo la he arrastrado inconsciente y la he atado con el busto de Platón. Son cadenas selladoras, como bien sabe su majestad.

Ella esperaba un elogio, pero Félix hizo un gesto de exasperación.

—¡Sofía no podría hacerle ni cosquillas a los asesinos de élite de Magallanes, y le estáis dando la espalda! ¡Corred! ¡Ya!

Sofía reaccionó lívida y mucho antes de que le cambiara el rostro a Martha. La agarró en volandas con un brazo y salió corriendo. Allí estaba Evangeline, yaciendo en el suelo. A su lado, apoyada contra la pared y cruzada de brazos, estaba 21. Chasqueó los dedos y una sólida barrera de silencio tapó el dormitorio, que les hubiera podido servir como habitación del pánico. Extendió las dos manos y taponó el pasillo por ambos extremos. Caminó de nuevo cruzada de brazos, relajadamente, a un lado y a otro sin alejarse de ellas. La profesora Sofía soltó lentamente a Martha y tragó saliva. 21 paseó en círculos muy lentamente, a un par de pasos de ellas, mirándolas de reojo, pero sin dejarse ver por la esfera de comunicaciones. Martha comenzó a temblar, mirando el cuerpo inerte de Evangeline.

Cuando la tensión creció lo suficiente, 21 rompió el silencio.

—¿Ibais a algún lado?

—No somos objetivos de valor estratégico —probó a decir la profesora.

—¡Uuuh, valor estratégico, qué culta!

—Sin embargo tenemos más valor vivas que muertas, en los mundos civilizados no se respeta el asesinato de civiles. Nueva España es digna de tal nombre.

—Y ahora apelas a mi patriotismo. Continúa, por favor —entonces empezó a desenvainar el sable, muy lentamente. La profesora de Sociales comenzó a temblar también, y se le notaba cada vez más en la voz.

—Yo… nosotras somos solo profesoras, enseñamos Historia y Sociología de todos los mundos de La Red, pero sobre todo de la Tierra. Vienen algunos chicos enviados por familias ricas de todas partes para aprender de la corte del rey. A mí me pagó mucho dinero por este servicio, y vine aquí con mi sobrina, sin más familia que nos atara a la Tierra, y… y… —el sable se elevó lentamente hacia su cara—. ¡Lamento lo de antes! ¡Perdóneme, por favor!

—Eso está mejor. Ha dolido, ¿sabes? —comenzó a bajar el sable. Entonces Sofía se acordó de respirar. Martha le agarró fuertemente del brazo, pegada a ella.

—Ella dijo que quería información —sugirió su sobrina Evangeline.

—¿Qué tipo de información? —preguntó la profesora Sofía.

—¡Pero no vamos a traicionar al rey! —añadió la chica con convicción hallada entre el terror, pese a su corazón a 100. La asesina 21 sonrió.

—¿Qué te hizo para serle tan fiel, niña? ¿Qué tienes, 17 años?

—¡No me hizo nada! ¡Ni siquiera me aplicó el control mental que usa por seguridad en casi toda la corte! ¡Jamás me ha puesto la mano encima!

21 rió.

—Así que ese es tu problema con él. No te lo puedes quitar de la cabeza hasta que te lo tires.

—Martha aún es una niña —dijo la profesora—. Por favor, déjela marchar.

—Si me decís lo que quiero, me iré.

Las dos se tranquilizaron un poco.

—¿Dónde se esconde el rey? —preguntó al fin. Las dos se miraron. Asintieron. Miraron a 21 y Sofía respondió:

—El rey y su séquito de confianza abandonaron El Castillo, y por lo que sabemos también el piso 14, durante la madrugada. Pero no sabemos a dónde se dirigían.

21 quedó perpleja y abrió mucho los ojos. Luego frunció el ceño. Luego se perdió en sus pensamientos, mirando a otra parte. Luego sonrió y asintió.

—Este rey sí que me va a dar juego después de todo, no como el anterior. Lo maté de paso cuando exploraba La Red.

Entonces 21 se rió a carcajadas recordando el regicidio.

—¿Sabéis? Cuando exploré por mi cuenta tras el desbloqueo, vencí a varios enemigos juntos de rango naranja, en una ciudad junto a un portal de salida de La Mazmorra. Pero la pelea volvió a ser demasiado aburrida y muy fácil. ¡Y eso pese a que nunca he podido superar el nivel 79! —se rió otra vez—. Pero tal vez tener 20 niveles menos lo haga entretenido. Decidme, ¿vuestro rey es fuerte? Podría ser divertido enfrentarme a él. ¿Es verdad que es de nivel 99?

Parecía un niño emocionado con un juguete nuevo. Tía y sobrina se miraron de nuevo, y luego ambas asintieron. Entonces 21 sonrió satisfecha.

—¡Perfecto, muchas gracias por la información!

Y luego cortó las cabezas de las dos; cayeron y chocaron sonando como cocos contra el suelo, y rodaron hasta el cuerpo de la doncella.

21 recogió su gorra negra, le sacudió el polvo y se la puso. Comprobó que había esquivado con éxito las salpicaduras de sangre en su ropa y guantes blancos. Canceló sus barreras invisibles, rodeó la mitad cortada del busto de Platón sobre la alfombra, y se marchó para seguir explorando ese búnker oculto. Al alejarse de allí comenzó a silbar y tararear para atraer a alguien al que interrogar: así confirmaría la historia sobre el paradero del rey.

Entonces Evangeline abrió los ojos. El monstruo se había ido, pero ella seguía viva. Tembló y lloró de alivio, alegría, tristeza y horror, paralizada en el suelo, contemplando las cabezas cortadas mirándola sin vida.


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