Fuera del Laberinto 4: La Justicia

 




La Justicia


Susan y yo estábamos en el mundo de los enanos, celebrando el banquete de bodas. De algún modo mi novia se las había apañado para hacer de casamentera, y pese a la oposición de las dos familias reales, se puso fin a una larga época de tensiones y guerras intermitentes con el planeta de los orcos. No es que ambos tuvieran imperios unificados, sino más bien una serie de alianzas interconectadas como una torre Jenga, pendiente de la primera pieza que caiga para que gane el otro bando.

En el salón estaban casi todos borrachos, los orcos armaban escándalo, y los enanos se reían compitiendo por ser aún más ruidosos. Ya me había quitado de encima al segundo grupo de admiradores enanos, que me llamaban su campeona. Fui el principio de todo aquello, al reducir a un duelo la resolución de la última guerra. Yo representaba a su rey, y maté al campeón orco en un combate justo, rodeados de una multitud expectante. Por supuesto no podríamos haber llegado hasta esa situación sin la ayuda de Marty, entre bambalinas, diciendo las cosas correctas en el momento y lugar adecuados, a los oídos precisos.

No había ni rastro de ajo en el menú, para mi alivio. Ya se había corrido la voz acerca de mi naturaleza, pero me había ganado el respeto de aquella gente. Según mi reputación, realmente no me alimentaba de la sangre de nadie. Todo iba bien en el mundo, y El Rey de los Vampiros fue expulsado por Marty, El Destronador, quien daba la cara por mí. Sin embargo, habían corrido las cortinas por si el sol hacía daño. Les dije que no era necesario, que evitaba las molestias con un hechizo de filtro ultravioleta. No entendían lo que era esa zona del espectro, era algo que investigó Marty para ayudarme, así que lo consideraron un gesto de cortesía. Es decir, no se fiaban de mi magia. Mi fama provenía de mi habilidad como guerrera, y de ser propietaria de La Lanza Matadragones. Susan se fue de la lengua contando cómo el rey vampiro casi mató a mi buen amigo Sófocles, así que ese apodo se impuso sobre el de “Lanza Matagigantes”.

Golpeé la jarra de cerveza contra la mesa, me sequé la boca y me puse en pie. Toda la mesa me miró, y les sonreí.

—Muchas gracias por este banquete, a orcos y a enanos. Pero por hoy debo retirarme.

Pensaron que tenía asuntos urgentes que atender, pero simplemente no tenía más ganas de jaleo. En la Tierra me lo pasé bien en mis primeras fiestas, pero no duró mucho. En mi nueva vida valoraba la tranquilidad.

—Anda, quedémonos una hora más —dijo Susan.

—Quédate tú si quieres.

Susan se levantó, se despidió y vino detrás de mí.

Es impresionante la cantidad de cosas que pasaron en tan poco tiempo. En solo 4 años la Tierra estaba en plena explosión tecnológica gracias a la información de un universo paralelo, y en secreto, algunos gobernantes e investigadores estaban integrándose en La Red de Mundos. Además Tierra II había recuperado el contacto con el planeta natal de la humanidad, provocando todo tipo de teorías acerca de la tecnología del futuro y las personas del pasado, que afirmaban ser magos y haber perdido su poder en un mundo sin maná. Los gobiernos no podrían mantener el secreto por mucho más tiempo, pero por ahora eran oficialmente conspiranoias. Y “Los habitantes del pasado” fueron más que turistas en la Tierra original: Tierra II también salió de su aislamiento de medio milenio separados de La Red de Mundos.

Según Marty, Tom y Tracy estaban detrás de la mitad de la revolución terrestre. Se encontraban en pleno viaje de descubrimiento, una misión de 5 años en una nave científica en un universo paralelo más avanzado. Pero sucedió que, según nos explicó Marty, a la primera oportunidad que tuvo Tracy en su primera visita, volvió con fotografías a libros digitales: contrabando de información en forma de documentos de avances científicos y tecnológicos públicos. Cosas de dominio público a nivel universitario, pero que lo cambiaron todo en nuestro planeta. Y detrás de todo estaba a mi exnovio, que pagando con oro había patentado de todo por todo el mundo. Así que hora había un boom de nuevas empresas en la Tierra, todas usando tecnología del futuro, y pagándole un dineral en patentes. ¿Pero para qué quería todo ese dinero si ni siquiera pisaba la Tierra? Susan y yo habíamos vuelto un montón de veces en esos 4 años, pero él había delegado el trabajo en Tracy, justo después de que viniera con sus tesoros milagrosos. A Marty le preocupaba que la Tierra no tuviera tiempo de digerir tantos cambios. Por ejemplo una guerra mundial con armas de destrucción masiva aún peores. La verdad es que me inquietaba, pero por eso no pensaba en ello.

Me tumbé a dormir la mona en la posada de mercaderes, la más lujosa de la capital real, y me desperté cuando Susan vino de la ducha y se acostó conmigo, abrazándome. Le acaricié el pelo hasta quedarme dormida.

Más tarde, en la madrugada, estaba subida en un campanario oteando la ciudad, apoyada en los travesaños horizontales del pararrayos en forma de cruz. Disfrutaba de la brisa, con mi bufanda roja ondeando al viento. La tomé y me envolví la cara. Me gustaba vestir de negro por la noche por si tenía que mimetizarme, podía ser útil si en algún momento no usaba un hechizo de camuflaje. Oí un gritito ahogado de una mujer, a lo lejos, gracias a mi hechizo de refuerzo de audición (no tenía habilidad para ello porque no era de clase explorador). Entrecerré los ojos, pensé en cómo había rebotado el sonido por las calles, y localicé el origen. Salté, corrí y reboté sobre los tejados, casi volando hacia la víctima. Me encontraba corriendo por un tejado de tejas, a la altura de un tercer piso, cuando los vi allí abajo, en el callejón: eran dos atracadores y una mujer estaba asustada y pegada contra la pared. No había gritado muy fuerte porque no le estaban apuñalando o violando, solo anticipaba el futuro.

—Danos lo que llevas —exigió un enano desaliñado, apuntándole con una navaja. Casi parecía un mendigo.

—Si te portas bien seremos suaves contigo —dijo el otro, un orco con ropas raídas. Solo tenía un garrote.

—¡Sí, tomad, llevaos lo que queráis! —dijo ella sacando un collar de perlas de su bolso. Eso me extrañó. No vestía como si fuera rica, pero se percibían lujosas. Tampoco lo exhibía. “¿Es una sirvienta que ha robado a su señor?”, me pregunté. “¿Qué hace si no a las 4 de la mañana por aquí?”.

—Y lo demás también —exigió el enano, cogiendo ensimismado el collar, sin dejar de mirarlo. Estaba distraído. Pero el enorme hombretón forzudo se bastaría para intimidad a un humano cualquiera de la Tierra, a menos que llevase un arma de fuego. Y lo haría sin necesitar ese garrote, solo con pillarlo en un callejón oscuro como ese. La mujer se lo sacó todo de los bolsillos, y el grandullón se lo guardó en los suyos. Se le escapaba una risita tonta. El enano parecía embobado, solo miraba el collar.

—Y ahora la ropa —dijo el orco con una risotada. La mujer palideció. Se llevó la mano temblorosa a los botones de su vestido. Iba a ser violada, y por ese enorme monstruo.

Salté desde el tejado del tercer piso. Le aplasté con el canto de mi mano rompiéndole la clavícula, estampándolo contra el suelo. Gritó de dolor. Le agarré de la camisa y lo miré a la cara.

—¿Debería cortarte la polla, orco? Así nunca violarías a nadie.

—¡Te mataré por esto! —gimió de dolor. La mujer, de unos 30 años y morena, estaba agachada como una bola en el suelo, aterrorizada y balanceándose adelante y atrás. Levanté al orco y lo abofeteé estampándolo contra la pared, quebrándola. No era de nivel 1 o le habría matado el primer golpe. Susurré las palabras élficas para un hechizo de detección. Su aura no tenía color, era débil. Tampoco tenía La Marca. Sin poder prestado se tarda muchos años en avanzar. Era casi inofensivo. Vomitó sangre y trató de ponerse en pie, con la mano sujetándose su hombro roto, con su rostro febril y mareado, aturdido por el segundo golpe, y con la tensión cayendo por la hemorragia interna de la clavícula pulverizada, y probablemente la arteria braquial rota. A ese ritmo podría morir sin una de mis pociones curativas, pero me daba igual. Que se buscara la vida.

—¿Quién… eres tú? —logró farfullar.

—El castigo.

Le pateé los huevos mandándolo a rodar, y gimió de dolor.

—Si alguna vez oigo que has violado a una mujer, te encontraré donde quiera que te escondas, y te castraré. Largo de aquí.

Se puso en pie como pudo y huyó a trompicones, abandonando a su compañero.

Me di la vuelta al enano. Seguía mirando el collar, ajeno a mi existencia.

—¿El collar estaba maldito? —pregunté a la doncella ayudándole a ponerse en pie.

—Sí, señora. Gracias, señora. No tengo con qué pagaros…

—Ha sido gratis.

Se quedó extrañada. No tenía sentido para ella. Pensó que estaba tramando algo y tanteó, apartándose de mí.

—La señora es muy bondadosa, pero con quién tiene el honor de hablar esta insignificante mujer a la que habéis salvado, que no es familia de nadie importante, ni tiene riquezas ni influencia?

Quería decir “¿qué es lo que pretendes en realidad?”.

Me bajé la bufanda para que me viera la cara y mi sonrisa afable.

—Hoy he estado en el banquete del rey, donde me llaman “la campeona de los enanos”.

Se quedó estupefacta.

—Pero mi señora…

—No soy noble.

—La señora sin duda me está gastando una broma. ¿La que expulsó al rey de los vampiros?

—Sí, lo hicimos entre todos: Martin El Destronador, Susan La Muerte Súbita…

La mujer hizo un gesto religioso parecido a santiguarse. No tenía claro si me tenía miedo o estaba impresionada, pero entonces retrocedió de espaldas hasta tropezar contra la pared, sin atreverse a apartar los ojos de mí.

—Sois un vampiro —sentenció. Cerré los ojos. “Otra vez no”.

—Soy una liberada casi sin secuelas. Paseo a la luz del sol. Me llamo Mary. Mary Schwartz. Quizá hayas oído hablar de mí.

Su rostro cambió ligeramente. Se acercó para verme más de cerca, a la escasa luz de una farola de maná ambiental a la entrada del callejón. Dejé que me observara hasta reconocerme por el dibujo.

—¿Sois a la que busca el nuevo Amo?

—No soy una delincuente. No es un precio por mi cabeza “viva o muerta”. El cartel dice claramente “solo viva y entera, si muere se triplicará la recompensa contra quien la haya matado”. Tampoco dice ningún cargo criminal. Puedes estar tranquila, te he salvado…

—Solo para chuparme la sangre —dijo desafiante. Sacó un colgante de su pequeño escote y conjuró una brillante barrera esférica que me empujó.

—¿Qué haces?

—¡Esto mantiene a raya a los no muertos!

Me despertó curiosidad, así que la toqué con un dedo. Estaba caliente. Luego quemaba.

—Ay —dije apartándolo. Ella me miró preocupada—. Ya te lo he dicho: soy una liberada sin secuelas. El sol solo me molesta, así que tu barrera simplemente está caliente para mí.

Me callé que el ajo en las recetas de cocina me hacía vomitar lo que comiera. Era alérgica a él.

—Como humana que soy podría romper la barrera con simples puñetazos.

—Mentís. Tenéis el cabello rojo de los demonios chupasangres.

—La Tierra está llena de pelirrojos.

—¡Blasfemia!

—Yo he visto verdaderos demonios, pero apuesto a que tú no. Y ninguno tenía melena roja. ¿Qué crees que deberíamos hacer con el enano?

Por respuesta se acercó a él hasta envolverlo con la luz, que le traspasó como si nada. Le quitó el collar y se lo guardó. El enano seguía convertido en estatua, pero al menos respiraba.

—Esto me pertenece —dijo.

—¿Y qué hacía una sirvienta paseando con las joyas de su señora a estas horas?

Sorprendida en su mentira se quedó tan paralizada como el enano, con los ojos muy abiertos y pensando a toda máquina.

—Devuélvelas. O lo sabré —le advertí. Ella se lo pensó y asintió lentamente.

—Pero no porque me lo diga una vampiresa. Marchaos de la ciudad o avisaré a la guardia para que os cace.

—La guardia enana besa el suelo que piso. Ya te lo he explicado.

Se quedó reflexionando.

—¿Entonces era verdad?

—Claro. Pero con tu actitud empiezo a arrepentirme de ayudarte. Así que adiós.

Me fui sin mirar atrás, pero me dijo algo más:

—La señora sonaría mejor presentándose diciendo “soy la justicia”.

—¿Qué? —dije volviéndome.

—Antes, con el orco, dijo “soy el castigo”. No suena tan impresionante.

Sonreí ante la agente de marketing.

—Gracias, lo tendré en cuenta.

—O mejor, diga “soy La Venganza”.

Me reí.

—Suena bien, pero no soy ninguna de esas cosas. Mi noción de la justicia es más sofisticada que lo que tenéis por aquí. Seguro que hacéis linchamientos de vez en cuando, pero en la Tierra… digamos que las leyes son complicadas. Por ejemplo, con ese orco, tras pegarle una paliza para reducirlo, tendría que haberlo entregado a los guardias de la ciudad. Y tras darle una poción curativa, porque podría morir con su arteria braquial rota.

—La señora dice cosas muy complicadas. Pero ha salvado a esta mujer insignificante…

—¿Cómo se llama la doncella humana que finge ser nadie?

—Isabella. Isabella Dolly. Sirvo a la casa de los Lázarus.

“Un nombre latín. ¿A cuándo se remonta esa dinastía? Antes de que Tierra II quedara aislada, probablemente. Quizá venían de allí, porque en Tierra I estaban muy controlados los que tenían permiso para volver”.

—Encantada de conocerte, Isabella.

Desactivó su burbuja protectora en gesto de reconocimiento, y me sentí mejor. Ahora sí que intercambiamos sonrisas. Luego le di la vuelta a la bufanda, mostrando el lado negro hacia fuera. Trepé con un par de zancadas rebotando entre las paredes y me posé en el tejado, feliz.

—Ha sido una buena noche —me dije en voz alta.

—Me alegro, Mary.

—¡Ah! —grité pegando un salto del susto. Me di la vuelta y allí estaba, indetectable como siempre, Marty.

—Necesito tu ayuda, amiga.

—¿Cómo sabías que estaría justo aquí y ahora?

—Ya sabes…

—¿Qué necesitas?

—Tenemos un caso de Trasladado Mental al cuerpo de una chica a la que desposeyeron de su mente, y probablemente a la inversa con él, si encontramos a su verdadero cuerpo. Queremos poner arreglarlo todo. Poner a cada uno de vuelta en su sitio.

—Pero eso no es posible. Ahora hay un duplicado de cada uno, no puede haber dos mentes en el mismo cuerpo porque se volverían locas chocando constantemente.

—El plan es colocarlos en un gólem o un cuerpo artificial.

—¿Artificial? Eso significa recurrir al hijo de…

—Sí, pero precisamente él es el responsable de esto.

—¡Oh, joder!

—Sí. ¿Me ayudarás?

—Siempre. ¿Quiénes son las víctimas?

 

* * *

 

La capital de los enanos estaba abarrotada de visitantes por la boda, sumándose a la ya de por sí elevada densidad de población. Ellos acostumbraban a excavar bajo tierra, y sus construcciones solían ser más profundas que altas. Decían que les protegía contra incendios y terremotos, invasiones y el clima. Con sus ladrillos de piedra, vigas de metal y encantamientos de refuerzo, en lugar de madera dispuesta a pudrirse o ser carcomida a la menor oportunidad, ciertamente eran viviendas seguras. Sin embargo en aquella zona de la ciudad las casas se construían con ladrillo de barro cocido y pintado, más barato, menos seguro y más adecuado al gusto de la clase media, sin fortunas ni cuellos que proteger. Marty y yo saltábamos de tejado en tejado mientras charlábamos, poniéndome al día, esquivando chimeneas y nubarrones de hollín. Los enanos estaban viviendo una revolución industrial a base de carbón y vapor, siendo mucho más torpes que otros pueblos con la magia, que usaban maná como fuente de energía. Aun así me sorprendió que estuvieran reformando también las farolas de gas por las de maná, para ellos era caro. Al parecer la revolución del vapor la aprovechaban con conocimientos eléctricos que habían obtenido poco antes de La Mazmorra, proveniente de la Tierra. Antes de eso usaban el vapor de formas más artesanales. Pero era entre los nobles donde antes estaban cambiando al alumbrado eléctrico: era más propio de los enanos, decían, usar máquinas en lugar de magia.

De modo que estaba comenzando a hartarme de impregnarme de hollín, me sentía sucia y mugrienta.

—Espera, Marty, bajemos a la calle, estoy harta de tanto humo. ¿Es que todos se han puesto de acuerdo para encender las chimeneas a la vez?

—Ahora que lo dices me recuerda un poco al smog de Londres, de la época en la que toda la ciudad estaba atestada de una mezcla de…

—De niebla y humo de carbón, lo sé. ¿Cómo puede haber niebla a estas horas?

Saltamos a la calle desde un cuarto piso.

—Es un encantamiento —contestó él.

—¿Y qué hacen despiertos?

—Los talleres nunca descansan. Usan la magia de la niebla como detección eficiente. Aunque usemos camuflaje la atravesamos.

—¿Me estás diciendo que alguien puede detectarte, Marty?

—Eso parece. Cosas que pasan.

—Los enanos siguen sorprendiéndome. ¿Tanto miedo tienen de que les roben?

—Es la capital, atienden a nobles y a la familia real. No pueden tener retrasos, valoran mucho la puntualidad. Ni siquiera con la excusa de ser robados. Por otra parte están a punto de desarrollar la fabricación en serie, que les evitaría problemas con el abastecimiento. Pero mientras tanto hacen turnos en los talleres, que funcionan todo el día.

Miré a mi alrededor. Estábamos a punto de entrar en uno de los talleres, había luz eléctrica del interior, asomando por la puerta de cristal. No entendí las runas enanas del letrero en una placa dorada, en contraste con los ladrillos de piedra oscura, propios de un castillo. Me dispuse a subir los 3 escaloncitos.

—¿Marty, dirías que esta ciudad tiene estética “punk” de esa?

—¿Quieres decir “cyberpunk? Diría que la época victoriana con grandes máquinas a vapor, electricidad y smog tiene bastante parecido. Ya hemos llegado.

Me detuve con la mano en el pomo. Él se había separado hasta la ventana del sótano, justo al doblar la esquina del callejón, casi a ras del suelo. Se agachó, accionó un mecanismo y se oyó un ruido en el callejón, a la vuelta de la esquina. Lo seguí y vi una trampilla en el suelo; bajamos las escaleras y se cerró detrás de nosotros.

—¿Un pasadizo secreto para un ala oculta? —pregunté.

—Digamos que hay dos tipos de trabajadores de carga y descarga, los confiables y los que no.

—Seguro que todos los vecinos del barrio saben cómo se abre.

—Los enanos prefieren crear primero y luego inventar para qué sirve.

Recorrimos los pasillos y salas pequeñas, acorde a un ala con mercancías valiosas que intentaban permanecer ocultas, posiblemente al margen de los planos del edificio. Me perdí la fábrica… o al menos gran taller, por dentro. Entramos en una oficina. Un enano de ojos cansados por su turno nocturno, y con gafas de culo de vaso, estaba tecleando en una ruidosa máquina de escribir mecánica, de las de cinta de tinta. Tenía un ábaco para hacer cuentas al lado, y un gran reloj de pared marcaba cada latido.

—¡Señor Martin! —saludó el enano al mirarnos. Me sentí ignorada. Se levantó y le estrechó la mano con dos suyas.

—Hola, Marakos, me alegro de verte.

—¿En qué puedo ayudarte?

Mientras le explicaba la situación, me distraje mirando los papeles en la mesa. Ya no usaban pergaminos. Sus runas eran ilegibles para mí. Si me concentraba mucho lograba visualizar parte de una frase, pero a esa distancia la traducción de La Mazmorra era muy débil. Yo misma había perdido gran parte de mi poder. Aún tenía mis refuerzos vampíricos y había aprendido algunos hechizos, dependientes del maná ambiental, así que me las podía apañar incluso si me alejaba más, hasta perder por completo el contacto con El Fantasma. Al parecer los enanos habían construido su capital lo bastante cerca del portal a La Mazmorra, nexo de La Red, para facilitar el comercio y trasiegos diplomáticos, pero lo bastante débil para que las fuerzas que enviara El Amo llegaran severamente lastradas. Aprovecharían un exceso de confianza del enemigo, y además a su llegada se encontrarían con que todos los edificios relevantes eran fortalezas de piedra y hierro, con tres cuartas partes bajo tierra, y arqueros en los pisos altos. Pero ahora usaban acero, encantamientos de refuerzo y arcabuces a pólvora. Me pregunté si construyeron la ciudad antes del Amo de nuestra era, antes de Cleopatra. ¿Sería más vieja que Vhae Dunking? “No, creo que tiene 10.000 años o por ahí”, pensé. Mientras todo eso pasaba por mi cabeza, aburrida, Marty terminó con las explicaciones.

—Cuente conmigo, señor. Pero… ya sabe.

—Mi presupuesto para incentivos es limitado.

—Porque se niega a cobrar recompensas.

—Acepto las recompensas. Es solo que no rechazo trabajos por no prometérmelas, ni es un criterio para elegir de qué me encargo.

—Pero así no habrá dinero para cuando haga falta…

—Soy yo quien decide qué hace falta y qué no.

—Lo que quiero decir es que tendré que sobornar a gente que soborne a otros. A menos que entre usted mismo en el palacio a hablar con alguien de la familia real para que interceda…

—De eso me puedo encargar yo —intervine—. Tengo acceso directo a ellos.

—No quiero implicarles directamente, Mary, porque les debería un favor. No puedo atarme a gobernantes.

—¿Quién es ella? —preguntó el enano al reparar en mi nombre.

—Mary Schartz.

Se quedó boquiabierto un momento.

—¡Es de muy mala educación traer vampiros a la casa de uno, señor Marty! ¡Si fuera mi hijo…!

—Doy la cara por ella. Y eso es todo lo que necesitas saber.

Marty, más molesto que yo, puso una pesada bolsa de monedas de oro sobre la mesa, golpeándola bruscamente. El enano se me quedó mirando.

—No muerdo —dije; era un juego de palabras intencionado, pero no lo pilló. Miró el cable que atravesaba un hueco en la pared cerca del techo, parecido a como llamaban al maquinista en los trenes antes de los mecanismos eléctricos. Comprendí que era la alarma.

—Si pretendes causarnos problemas —advertí—, debes saber que esta misma tarde estuve en el banquete de bodas de la princesa. Tu rey y Marty no tienen problemas conmigo, pero tú sí que los puedes tener.

Normalmente no hablaba en ese tono amenazador, pero me salió al final de la frase, sin pensar. El hombre claramente se asustó, y me di cuenta de que había hablado como si fuese una mafiosa. Marty me miró con desaprobación mal disimulada.

—Lo que mi amiga intenta decir es que si tu mismísimo rey confía en ella, tú no tienes por qué desconfiar. Pero en cambio podrías enredar las cosas alertando para nada. Mejor evitemos escándalos, ¿te parece bien?

El enano asintió y adoptó un tono más formal, pero no dejó de vigilarme mientras contaba diligentemente las monedas.

—Con esto bastará, señor Martin.

Nos despedimos y volvimos a la calle.

—Así que un par de gólems, ¿eh, Marty? ¿Por qué necesitas pagar sobornos?

—Habla más bajo. A estas horas se oye todo.

—Para eso tendrían que estar despiertos. Estamos en plena noche, ni siquiera hay un rayo de sol.

Y mientras dije aquello, paseando con Marty, observé las farolas amarillas, tanto de gas como incandescentes, y las verdes y azules de maná; estaban desperdigadas por aceras y fachadas, pero solo en puntos estratégicos y en zonas lo bastante ricas para tenerlas. Y las dos cosas incluían los talleres.

—Mary, no quiero acudir a tu ex ni a ningún rey. Y si alguna vez les necesito, no puedo tener una lista de deudas pendientes de antemano. Así que no voy a sobredimensionar este caso. Nos las apañaremos. Contigo y Max me basta.

A nuestro pesar, Clara nunca se iba de misión con Marty. Siempre curraba en La Biblioteca.

—¿Funcionará la traducción en el extremo más alejado de la ciudad, Marty?

—Al menos el casco antiguo amurallado. Originalmente se construyó para alejarse lo máximo posible sin perder la traducción del habla. Pero ya sabes que la escrita cuesta más.

Algo me vino a la mente, así que como era habitual hablé sin pensar.

—¿Algún día dejaré de quemarme con el sol?

—¿Quemarte? ¿Tú? Ah, quieres decir en la misma medida que los albinos. Supongo que un buen biólogo como el tipo que buscamos… oh, espera, lo dices por eso.

Mi sonrisa era bastante reveladora.

—A lo mejor le podemos obligar a que mejore mi resistencia. Solo un poquito, lo justo para volver a la normalidad.

—Algo así tiene que estar al alcance de otros. Sería peligroso ponerte en sus manos. Clara lo investigará.

—Gracias. ¿Has preparado más alternativas aparte de esta?

—Ya me he pasado por Vhae Dunking. Les he ayudado un poco y ahora tengo un par de orbes en blanco, pero sería una lástima no darles un cuerpo.

—Al menos así no se disiparán de repente.

—Por eso lo he hecho.

De vuelta a la posada, Marty me contó a qué estaba jugando ese cabrón. Lo de Sara, la maldición de una foto, sádica y masoquista consigo misma a la vez, crear un duplicado para verle hacerse eso a sí misma…

—¿No está más loco que su padre? —pregunté asqueada.

—No es locura, es maldad.

—Ya sabes que es una forma de hablar. Me molesta que me corrijas todo el rato.

—Perdón.

Le di dos besos y me despedí. Trepé clavando los dedos en las rendijas de la pared y me colé en la habitación, deslizando la ventana suavemente. Susan seguía dormida. Me desnudé, me duché agradeciendo la inusual agua corriente, y me acosté con ella. Murmuró dándome la bienvenida sin abrir los ojos.

—Bienvenida, cariño…

Le besé en la frente y dormimos abrazadas un rato más.

 

* * *

 

Estaba llevando el desayuno a la habitación, directamente de la tetería, cuando me crucé con el vecino del dormitorio de al lado. En mi bandeja llevaba zumo y tostadas con mantequilla. Meneó la cabeza con desaprobación.

—Un verdadero desayuno tiene huevo y beicon.

—¿Eres de la Tierra? —pregunté frente a la puerta.

—Mi padre lo era. Un verdadero aventurero seleccionado.

Conocía el término. No tenía nada que ver con un Candidato Especial. Si era verdad, significaba que La Mazmorra se había tomado molestias en atraerle, a diferencia de los acompañantes, o peor, los meramente tolerados. Luego estaban los rechazados, a los que expulsaba rápida o lentamente según considerara oportuno lanzar hordas masivas de monstruos reforzados, creados continuamente y sin descanso.

—¿De verdad tu padre era un seleccionado?

—A mí me hablas de usted.

—Vaya, y yo sin saber que tenía a un príncipe roncando al lado.

—Eres muy respondona. Si tu padre no te enseñó tu lugar, puede que me toque a mí enseñarte modales. Por tu bien, compórtate en mi presencia.

Estallé en carcajadas y se me volcó la bandeja.

—¡Mierda!

—Malhablada. Ahora la limpiadora tendrá que limpiar por tu culpa.

Y se marchó.

—¿Quién eres? —pregunté molesta.

—McGuffin. John Doe McGuffin.

Puse los ojos en blanco.

—Y yo soy La Justicia.

Recogí el contenido, limpié como pude con un pañuelo de tela, y al levantarme para cambiarla en la tetería, ahí estaba. De nuevo a mi lado.

—¿Qué quieres ahora?

Él se puso con los brazos en jarras.

—Me aseguraba de que limpiaras tu estropicio. Y me has mentido. Es de mala educación.

—Tú me has mentido primero.

Se indignó ante tal acusación. Al parecer pensaba que él tenía derecho a mentirme y yo no.

—Me dijiste que eres La Justicia. Conozco a La Justicia, y como se entere de que te haces pasar por él, te caerá una buena encima.

—¿Y cómo dices que es la justicia? ¿Una especie de justiciero enmascarado y nocturno?

—Sí, pero no hablamos de él. Trae mala suerte.

—¿Bromeas? Yo estaba describiendo a un superhéroe famoso, Vampman.

Pasé de largo y fui a tirarlo todo. Susan me estaba esperando a la vuelta, y estaba hablando con él. Le sonreía coqueteando, no podía evitarlo. Cuando un hombre era al menos un poco atractivo, le salía sin pensar. Y como era de esperar, él se había venido arriba, creyendo que la tenía en el bote. Pasé por delante y le vi el bulto asomando. “Patético”. Susan le dedicaba fugaces miradas de reojo, dejando que él supiera que ella lo sabía, lo que le excitaba más. Dejé la puerta abierta y me senté comer. Había cambiado el zumo por té.

—No está mal —dije tras un sorbo, después de echarle azúcar—. Susan, cielo, ¿vienes?

—Ya voy, cariño. Bueno, me alegro de conocerte.

—¿Cómo que “cielo” y “cariño”? —preguntó el vecino en shock, con la puerta entornada. Mary le dedicó una sonrisa capaz de fundir el wolframio y dijo:

—Ella es mi novia y no quiero nada contigo. Hasta nunca.

Y cerró dándole con la puerta en las narices. Literalmente.

Me eché a reír.

—Pero qué mala eres.

—Oí cómo te hablaba el gilipollas ese.

La besé en los labios y la senté en mi regazo. Me dio de comer y yo a ella. Normalmente no éramos tan acarameladas, pero la situación lo merecía.

—Le leí la mente, ¿sabes? —dijo después de terminar, al tumbarse en la cama. Susan había aprendido a controlar esa habilidad. A corta distancia prácticamente podía escanear los recuerdos y los sueños, a menos que la otra persona tuviera mucho mayor nivel (algo imposible), o bien usara hechizos de defensa mental, o en su defecto, artefactos.

—¿Había algo interesante entre el desierto de ceniza? —pregunté tumbándome con ella.

—Sí: le gustas. Esa era su idea de ligar. Se creía que iba sobre ruedas.

Me reí llevándome las manos a la cara con vergüenza ajena. Susan se rió conmigo. Luego bajó el volumen y susurró:

—Nos está escuchando con un culo de vaso pegado a la pared. Está muy enfadado, es muy celoso y se siente humillado. Quiere darnos “nuestro merecido”.

—Así que se cree que así es un hombre de verdad.

Pese a su falta de masculinidad me vino Marty a la cabeza.

—A mí también me pasa —dijo Susan. Miré esos ojos destellantes. Había algo especial en esa manera de compartir pensamientos, pero no era para todo el mundo.

—¿No es extraño? —pregunté—. Mi idea de “hombre de verdad” debería ser mi padre, o mi ex, al menos. Pero en vez de eso me viene Marty, un chaval un poco andrógino.

—Bueno, no es que él fuera muy masculino antes de entrar en La Mazmorra —dijo mientras me desabrochaba el pantalón—. Te gustan las mujeres, así que no es tan raro que no busques lo más opuesto, supongo.

Inspiré hondo cerrando los ojos, dejándome llevar, cuando sentí las caricias.

—¿Sigue escuchando? —susurré.

—Sonrió y asintió. Me hizo gemir ruidosamente. Tuvo que parar porque le dio la risa. Luego me reí yo.

—Y ahora se ha unido a la fiesta —dijo Susan.

—Ya le gustaría.

Susan conjuró una barrera de silencio tras leerme la mente. Ahora él se tendría que conformar con su imaginación.

 

* * *

 

Estábamos sentadas sobre un tejado, en el puerto del río, cuando Marty nos encontró.

—Hola, Susan.

—Hola, Marty.

—¿Estáis listas, tenéis el equipaje en artefactos de inventario?

—Sí —dijimos a la vez.

—Bien, pues dadme un par de minutos.

Marty desplegó una barrera de camuflaje que hizo que todo pasara desapercibido a los transeúntes. Luego extrajo de su anillo de inventario 5 cubos grises tallados, repletos de runas y gemas brillantes de diversos colores, y trazó con sus dedos conjuros en el aire, que se quedaron flotando como grafitis de nubes azules brillantes. Dibujó un pentagrama de luz que los conectaba, aparte de los hechizos que había flotando al lado. Un disco de luz más intensa se formó entre ellos, comenzó a girar y se volvió iridiscente. Pero era solo el principio, podría haber sido un portal local. Comenzaron a aparecer rectángulos de varios colores alrededor, todos con intrincadas inscripciones de hechizos en lenguaje élfico y dracónico, complementándose; en segundos las docenas se convirtieron en cientos. Se conectaron con hilos de maná como una densa telaraña, y las runas flotaron siguiendo esos caminos etéreos; saltaron de unos hilos a otros, se entrecruzaban creando chispazos, y formaban nuevas conexiones. Los rectángulos de colores giraban cada vez más rápido a nuestro alrededor, y pronto perdieron su forma, y de repente estábamos inmersos en una maraña de hechizos tan tupida que fue como estar sumergida en palabras mágicas. Jamás he vuelto a ver tal complejidad en ningún tipo de hechizo, artefacto o encantamiento. Las runas se licuaron en forma de una “sopa de letras” azul; estábamos envueltos en maná, y luego se condensaron en uno de los cubos; sus gemas resplandecieron. Luego otra capa de color morado hizo lo mismo en otro. Fue entonces cuando comprendí que solo había atinado a ver la superficie, había capas más profundas invisibles para mí. Y luego otra, y otra y otra. Los cubos vibraban y zumbaban. Me estremecí ante el poder y el peligro.

Y entonces el sonido se calmó y la magia se estabilizó. Por instinto me sentí aliviada.

—El portal está listo —anunció. Y suspiré.

Él nunca me lo confesó, pero mucho más tarde supe que si hubiera cometido un error, Marty hubiera destruido el planeta.

—¿Es seguro? —volvió a preguntar Susan—. Me refiero a que no puedes ver lo que hay al otro lado.

—Sí. Cuando llevo compañía apunto a lugares seguros que he preparado de antemano.

—¿Cuánto maná te ha costado? —pregunté.

—Mucho más del que puede acumular mi cuerpo de nivel 99. Lo preparo de antemano.

Pero una simple explosión de maná no era el peligro. Sería solo un arañazo en la corteza.

—Tenía entendido que los artesanos tienen problemas para crear artefactos de 4 cargas en equilibrio, para acumular maná equivalente al de un mago de nivel 20, y son muy caros. ¿De dónde lo has sacado?

—Mary…

—¿Qué?

—Nada. Por cierto, en Vhae Dunking son comunes entre oficiales los que equivalen al nivel 30, con 6 cargas. Solo los pueden hacer magos multihechizo triple especializados en artesanía, no en combate. Pero en la ciudad abundan.

—¿No puedes hacerlo transparente? —preguntó Susan, recordando cuando apareció de vuelta en La Mazmorra. Todavía no sabíamos si había sido cosa del Fantasma.

—Creo que es posible, pero prefiero no arriesgarme. Tal vez experimente con portales de corto alcance. Pero no sería prudente intentarlo siquiera para viajar entre mundos vecinos. Lo digo por la vez en que apareciste en el Undécimo, cuando salías de…

—De un bar de Colorado, con Max y sus amigos. Bueno, no quería que me pasara algo así de nuevo. Tengo el presentimiento de que esa cosa es peligrosa.

—No te imaginas cuánto —contestó Marty—. Y cuanto menos tiempo esté abierto mejor. Seguidme.

Ni Susan ni yo queríamos cruzar. Ambas sentíamos el peligro.

Por cortesía él cruzó primero. Luego asomó la cabeza de vuelta.

—Todo despejado.

—¡Vale! —dijo risueña Susan.

Entonces lo seguimos hasta el mundo de Clara.

 

 

* * *

 

Sara Kino me gustó en cuanto la vi. Físicamente, quiero decir. Lo malo era que había un tío ocupando su mente en ese momento. Y no me dio buena impresión.

—¿Por qué tiene un karma tan bueno? —pregunté a Clara aparte, mientras le acompañaba buscando un libro; estábamos a solas.

—O esta Sara es excepcionalmente buena y heroica, más que las otras, o él también suma puntos de karma. Tan malo no será, Mary.

—Pero algo no encaja. Me da un mal presentimiento. Creo que quiere ser lo que no es.

—Bueno, has tenido un chasco reciente acerca de gente que se echa a perder. Lo entiendo. Pero este no tiene oportunidad de causar problemas.

—Pero Max le ha estado entrenando 3 semanas. ¡Max!

—Con nivel 1. Le estimulé un poco el crecimiento, apenas despertarlo, y subió unos pocos niveles, pero solo sirve para que pueda entrenar en buenas condiciones, sin parar a descansar cada 5 minutos, y golpeando con fuerza con armas pesadas contra escudos.

—¿Tan poco?

—Bueno, estamos en un mundo de maná, es fácil hacer despertar a su organismo, pero pasado un punto se tarda años en evolucionar de forma destacable.

Lo encontró. Para mi sorpresa lo había escrito yo misma. O una versión alternativa de un universo paralelo.

—¿Mi autobiografía?

—No, mira los autores: rey Félix I y Mary Schawtz. Son mayormente las crónicas de tu esposo, aunque esta variante tuya añadió algunas partes y completó la obra.

Me estaba costando asimilarlo. Me había costado alejarme de él.

—¿Mi esposo? ¿Me casé con él?

—Capítulo 59. En esta versión de tu historia te casaste con él después de convertirse en rey, no tuviste hijos porque eres estéril, aunque lo intentasteis, y luego Valentina lo mató.

—¡No jodas!

—Sí, enviudaste recién casada. Él se confió creyendo que la programación de agente durmiente había sido borrada. Su exceso de confianza le costó la vida.

Me apoyé contra una estantería de libros y cerré los ojos.

—Clara, lo que me estás contando es muy fuerte. En el Nido de Estrellas Susan y yo notamos que Valentina era cercana a él.

—De hecho, al menos en este libro, se narra explícitamente que se acostaron cuando esa Mary se marchó.

Por un instante me puse celosa.

—¿Entonces él murió solo porque se fio de la semielfa?

—Lo habitual cuando sigue ese camino es que sea asesinado por traidores de todo tipo, lugar y estrato social. Se encontraba rodeado de gente que ansiaba el trono, o que pensaba que el reino estaba en peligro con un crío humano. Aún no había tenido tiempo de ganarse el respeto de la gente, y todos pensaban que sería mejor si ellos reinaran en su lugar. Siempre por el bien común, por supuesto.

—Cómo no. Dicho así suena como si “el mío” hubiera hecho bien en mantener a todo el mundo controlado con magia negra. Al menos sigue vivo.

—Sobre eso preferiría no opinar… pero te diré que muchos reyes en la Historia han sabido conservar su cuello sin necesidad de esclavizar a nadie, y menos de su propio círculo de confianza.

—Está claro… es como matar moscas a cañonazos.

—No, es peor. Es algo malvado.

—Bueno, de karma iba muy sobrado…

—Era una medición falsa. Tenía privilegios por ser el elegido por La Mazmorra.

—Pues vaya. Me dejas rota. ¿Entonces cómo tiene el karma ahora?

—Ni idea. Tendrás que preguntárselo al Fantasma, si puedes soñar con él allí dentro.

Tenía que hacer una pregunta incómoda.

—¿Qué pasó después de que Valentina lo matara?

—Mientras Valentina volvía en sí del trance, Carolina tomó El Cetro, esclavizó a Valentina, Tom huyó, ella se hizo reina y expulsó a Valystar junto a su hija. Luego cerró el acceso al mundo de los elfos tras desterrarlos del piso 15, selló de nuevo el portal a Draconis IV, esta vez desde el lado de dentro. Y cuando era evidente que los frágiles avances de tu marido se estaban desmoronando, hubo que detenerla. En este caso Carolina fue la encerrada en La Torre Blanca, sin Cetro de Agamenón, y pronto murió de vejez, amargada y sola excepto por los carceleros que le enviaban suministros a la isla. Ni siquiera cumplió 70 años. Para entonces tus amigas humanas seguían vivas.

Me quedé asimilándolo. ¿Qué pasó entre medias?

—¿Qué hizo esta yo con esa Carolina de nivel 99, ama y señora del Castillo Negro, con el ejército restaurado excepto por La Familia, y siendo la usuaria del mismísimo Cetro de Agamenón?

—Lo mismo que ahora con él: Marty os aconsejó a Susan y a ti que os mantuvierais alejadas de Carolina. Pasaron pocos años hasta que decidió que era el momento de desarmarla, menos que con tu ex. Entonces envió a 3 Jack Max de distintos universos paralelos a encargarse de Carolina. Luego la encerró en La Torre Blanca hasta su fin.

—Joder, qué complicado. ¿No habría sido más fácil que Marty fuese a patearle el culo y ya está? Hubiese vuelto a casa a tiempo para cenar.

—¿Matarla a sangre fría? No. Y respecto a sus planes enrevesados, ya sabes cómo funciona su cabeza.

—Lo sé, lo sé. Ondas en el lago, meteoritos en el charco, efecto dominó, telaraña multiversal, Martys interfiriendo con otros Martys. Un lío todo. ¿Pero qué intentas decirme? No es nuestro futuro, solo uno de los posibles. Es como dice Marty: “No hay conexión entre nuestras cadenas causales, las divergencias de universos que fueron coincidentes no alteran el pasado de ningún otro”.

—Sin embargo, Mary, en tu mundo ahora mismo hay una revolución industrial con tecnología adelantada varios siglos.

—Eso es diferente, son conocimientos científicos; algo universal.

—Son las ondas de una bomba en el lago. Mary, quería que vieras tu posible historia para que meditaras sobre ello. Para que decidas si buscarle, al menos para hablar con él… aunque Marty dice que ni te acerques hasta que deje de ser peligroso.

—Lo sé, lo sé. Pero no hay nada de lo que deba advertirle. Ya cometió sus errores, tomó “precauciones”, aunque extremas, con Valentina y cualquier otro que se le acerque. Así que esa línea de los acontecimientos parece que no la vamos a tener por aquí: él no morirá joven ni yo enviudaré. No me pienso casar nunca. Así que, ¿de qué va esto? ¿Ahora eres una casamentera y quieres que vuelva con él?

—Depende de ti.

—¿Por qué quieres eso?

—No he dicho que yo quiera. Ni es parte de un plan.

—Pero ya casi le había olvidado…

—Sigue estando ahí, en tu corazón. Lo noto.

—Deja de leerme con las gafas.

Hojeé el libro y vi algunos cambios respecto a mi propia vida, lo que me tranquilizó.

—No soy ella. O sea, no soy yo en el futuro. Esta historia no tiene que ver conmigo. Por ejemplo esto de aquí: su padre no se murió cuando era niña. No la crió su madre soltera autónoma. Siguió siendo profesora de informática, en vez de diseñadora web para teletrabajar como la mía, para cargar conmigo sin salir de casa.

—A veces podemos aprender lecciones de vidas alternativas. Guarda este libro y léelo cuando tengas tiempo. Y ahora compara con este otro.

Me dio otro ejemplar idéntico. Lo hojeé con avidez por los capítulos finales.

—Pero Clara, se supone que tengo que darte como 3 kilos de oro. O más.

—Es un préstamo a cuenta de la casa. Privilegios de ser bibliotecaria.

Le di un abrazo y los guardé en mi tobillera, el collar de perlas negras.

—¿De qué serviría que yo volviera con él?

—De nada en especial. Simplemente se casaron y fue como pasar la jubilación juntos. Quería que lo supieras.

—Pero el último que me has enseñado parece ser como “el mío” pero en el futuro. Según esa historia él murió poco después de ser encerrado. De viejo, porque no tenía El Cetro…

—Así es. El “tuyo” podría acabar igual si no se da un punto de inflexión en nuestro universo.

—¿Estás hablando de que tiene oportunidad de redención?

—Puede liberar a todo el mundo, y por lo demás no ha hecho cosas demasiado graves. Y mientras tanto está haciendo cosas provechosas para el bien común. Si no, le hubiéramos detenido.

—¿Sabes lo arrogante que suenas?

—Sí.

En el principio del libro daba su aprobación la bibliotecaria 8.300. Me acaricié el pelo jugando con un mechón, distraída, reflexiva. Era todo bastante confuso. No lo entendía y se lo pregunté:

—¿La otra Mary, conservándose aún joven, fue con él siendo un anciano solo para verlo marchitarse?

—Sí. No quiso dejarlo solo. Le acompañó hasta el final.

—Jo. Qué profundo. ¿Y luego qué fue de esa tercera Mary?

—Volvió con Marty.

Pensé acerca de lo cambiado que estaba mi ex.

—¿Se trata del Cetro o del Poder, Clara?

—Eso solo lo sabe él.

Llegamos al gran comedor de La Biblioteca, con techos altísimos y candelabros con velas por todas partes, y tapices con cuadros colgando, meciéndose como si les diera el viento, y cambiando de imagen de vez en cuando. Casi todos los asientos estaban vacíos excepto por algunos bibliotecarios, que tenían ganas de compañía y conectaron sus comedores al nexo. Fue lo mismo que hizo Clara antes. Allí estaban esperándome los demás.

—Hola, Mary, tenía ganas de conocerte —dijo Max estrechándome la mano. Luego se sentó a terminar su sopa.

—Igualmente. Yo conozco a otro Max, pero seguro que tú también eres interesante.

Estábamos disfrutando de un menú personalizado como lo que más nos gustaba en alguna biografía paralela, y tengo que reconocer que acertaron de pleno, al menos conmigo. Miré a Marty, Max, Susan y Sara, es decir, Damian.

—De modo que iremos nosotros 5 a La Mazmorra solo para que Damian suba de nivel, y luego nos iremos.

—Eso es —contestó Max—. Lo necesita.

—Creo que Susan y yo juntos podemos ocultar al grupo —añadió Marty—. Siempre y cuando nos alejemos unos cuantos pisos de él y de Vhae Dunking, y no llamemos la atención. También debemos esquivar a los observadores. He oído que el orbe de Roxan patrulla el camino entre los portales de cada piso, dentro de un cubo de Adhae Mory, y otras 4 capas de blindaje encantado hechas a mano por un artesano enano.

—Con hechizos de teletransporte para escapar y dar la alarma —advirtió Max—. Y no es la única: ha soltado unos cuantos orbes más, al parecer de gente que murió en La Torre Negra, como varios orcos y enanos. No sé cómo capturó tantas almas sin ser nigromante.

—Lo hizo la maquinaria de La Torre —informó Clara—. Complicadas redes de encantamientos interconectados. Un programa complejo, la verdad.

—Era otra manera en la que El Amo pretendía escapar de la muerte —dijo Marty.

—¿Sabes ya dónde está? —pregunté.

—No. Resulta que es muy bueno ocultando su rastro. Incluso he preguntado a varios Max y Martys, y nada. No sé cómo lo hace.

—¿No será que pide ayuda a sus otros yos? —dijo Max—. Ya te lo dije…

—Y yo te dije que él no puede salir de este universo —dijo Marty—. Sea lo que sea, no tiene que ver con…

—¿Y si no lo hace él mismo? —dijo de repente Susan—. A lo mejor solo ha tenido suerte. ¿Y si ha conocido a alguien que sí puede, y por lo que sea ha decidido ayudarlo?

Todos se quedaron en silencio. Especialmente Marty se sintió estúpido, aunque intentó disimular.

—Lo siento, Marty, no quería hacerte sentir mal —dijo Susan tomándole de la mano. Eso hizo que se sintiera más débil y se puso colorado. Su sonrosada piel al natural se puso como un tomate. Susan le soltó la mano.

—Una vez que el cuerpo de Sara sea más fuerte —continuó Marty—, todos podremos dedicarnos a buscar pistas sobre el paradero de La Familia. Tenemos que encontrar al hijo del Amo, quien probablemente tendrá a la réplica de Sara en el cuerpo de Damian. Perdona por llamarte réplica, Sara.

—No pasa nada —dijo Damian—. Ya está acostumbrada. Aunque la verdad… no asume que lo es. Y ahora se ha enfadado conmigo por decirlo. Y ahora más…

—Pues cállate —dijo Susan. Damian se calló cabizbajo.

—Bueno —dijo Max carraspeando—, la comida estaba muy buena, gracias, pero tenemos que preparar las maletas. Cuando hagamos un poco la digestión, nos iremos. ¿Estáis preparados, Saramian?

—¿Qué? —preguntó Susan.

—Sara y Damian —expliqué—. Él controla el cuerpo, pero ella es testigo de todo, y él no se aprovecha. Incluso han aprendido a comunicarse despiertos, y él dice lo que ella le pide.

—Sí, Max, cuando quieras —dijo Sara con energía—. La verdad es que tengo miedo —dijo Damian con voz temblorosa.

—¿Lo ves? —dije a Susan.

—Parece complicado. No puedo leer sus mentes. Demasiado ruido. Además, la emoción de Sara es diferente de la de él. No es solo que él repita lo que ella le dice.

—Apenas lo entendemos nosotros —dijo Damian—, pero nos estamos acostumbrando. Sea lo que sea, funciona.

Aparecimos a las puertas del primer piso, frente a la trampilla que conocía, pero no estaba acoplada a un sótano, sino que parecía dar a un túnel excavado en roca negra. Estábamos pisando arena en una playa volcánica con estructuras naturales como esa alrededor. La vez anterior que vi abierta la trampilla, estaba en el sótano de mi ex.

—¿A quién se supone que va a reclutar El Fantasma en este lugar? —preguntó Susan. Señalé a una pequeña cabaña a lo lejos, sobre el acantilado.

—La casa está vacía —informó Marty—. Sea quien sea sospecho que está dentro.

Nos guio a través de la trampilla, que parecía excavada en una alta roca, junto a una gemela; bajó los escalones y le seguimos.

Por primera vez en muchos meses volví a La Mazmorra. Me trajo recuerdos y me sentí nostálgica.

—Espero que salga mejor que la primera vez.

 

* * *

 

John Scrovich era policía en Nueva York. Insobornable, se vio envuelto en una trama de compañeros corruptos y narcotráfico en la que se ganó muchos enemigos. Tras ser amenazado al estilo “plata o plomo” por tercera vez, regresó a casa tras un duro día de trabajo. Era de noche y se había saltado el almuerzo, así que paró a comprarse un perrito caliente; no le importaba comer más al llegar a casa con su familia. Pero notó que algo iba mal cuando oyó las sirenas. Supo que algo iba aún peor cuando vio las luces. Y tiró el perrito caliente y aparcó en doble fila cuando se encontró a los bomberos frente a su casa.

Fue solo para borrar pruebas. Las astillas de los huesos y los agujeros de bala confirmaban los asesinatos. Aquella noche, mientras él volvía tarde del trabajo, mataron a su esposa, a su bebé y su madre senil.

Juró venganza.

La primera noche de tiroteos se saldó con 2 inocentes heridos y 4 matones muertos; John buscaba información.

La primera semana terminó con un total de 24 criminales eliminados, entre ellos camellos, distribuidores, contables, químicos y porteros. De forma directa o indirecta era el responsable de la muerte de 6 inocentes. Fue especialmente problemático el día en que utilizó un lanzacohetes contra un helicóptero en el que intentaba escapar un jefe mafioso: todo lo que sube baja, y además saltaron esquirlas disparadas. Sucedió en plena quinta avenida, cuando mucha gente salía del trabajo para ir a cenar a sus hogares.

Un mes de masacre más tarde la policía lo tenía acorralado en un edificio abandonado, pendiente de demolición. Él contó las balas por tercera vez, solo le quedaban 3; estaba agotado tras dos días sin dormir, cubierto de vendas y heridas, embarrado, ensangrentado y con la ropa rasgada y medio destruida. Normalmente se cosía él mismo las heridas, pero había conseguido que una enfermera de guardia le ayudara. Ella le habló de aquel lugar para esconderse. Corrían rumores sobre él entre la gente corriente que vivía en La Cocina del Infierno: por fin alguien estaba haciendo algo.

Tiró con los dientes del trapo con el que se había hecho un torniquete para una rozadura de bala en el brazo izquierdo. Su cabello negro, sucio y grasiento, ondulado y hasta los hombros le recordaba que necesitaba una ducha. Pero era la menor de sus preocupaciones: esperaba acuclillado a que alguien abriera la puerta; había preparado una pequeña trampa que le serviría como distracción, apenas una cuerda de tender y una lata de pintura vacía con unos cascotes. Su esperanza estaba en desarmar al primero que pasara tras gastar el cargador, acertando al menos el 33% de balazos tomando la iniciativa, y sin que le dieran primero. Lo malo era que se trataba de policías. Corruptos probablemente, pero tal vez no; había algunos que no lo eran. Pero le constaba que se habían movido hilos para que nadie le dejara escapar. Solo los implicados iban tras él. Y así, John Scrovich esperaba su destino.

Fue entonces cuando un disco azul brillante de dos metros de diámetro apareció súbitamente ante él, zumbando y siseando.

—¡Atrás! —gritó John, apuntando a esa cosa. Fuera lo que fuera era un arma. O un truco, una distracción; fuera lo que fuera la espera había terminado.

Y entonces vio aparecer a un chico tranquilo y de ropa corriente, de cabello corto y castaño; cruzó el portal andando con serenidad, y le dedicó una sonrisa afable al hombre que le apuntaba con una pistola.

—Hola, me llamo Marty.

John disparó.

No pasó nada.

—¡Disparos! —oyó por el pasillo—. ¡Por ahí!

El desconocido miró al suelo y John vio la bala posarse delicadamente. No estaba abollada, se había detenido su avance con suavidad y luego se deslizó hacia abajo como por un fluido viscoso.

—¿Pero qué coño? —preguntó John con las manos temblorosas. Solo le quedaban dos balas. El chico extraño estaba como si mirara las palomas en el parque, pese a que le acababa de disparar. Entonces miró a la puerta, y luego a John.

— Cruza el portal conmigo —dijo el chico—. Estarán aquí dentro de 12 segundos.

Y le ofreció la mano.

Muchas cosas pueden pasar en 12 segundos. Pero John no los aprovechó. La puerta se abrió bruscamente, la lata de cascotes embistió al hombre y su arma se disparó. John gritó y le disparó las dos que le quedaban. Le quitó al agente de operaciones especiales su fusil de asalto, rodó por el suelo y disparó a los siguientes. Ellos también le dispararon. John gritó mientras vaciaba el cargador en una última letanía de muerte y destrucción, y cerró los ojos esperando la muerte, oyendo caer los casquillos tintineando. Se hizo el silencio.

Pero la muerte no llegó. Abrió los ojos, jadeando. Allí estaban ellos, vivos y a salvo. Mirándose entre ellos, encañonándole. Mirándole a él. Todos miraban sus armas con los cargadores gastados. No había ni una gota de sangre. En su lugar, el suelo estaba alfombrado de balas y casquillos consumidos.

—¿Qué? —farfulló uno de ellos bajo su pasamontañas. Ninguno se atrevía a mover ni un músculo.

Marty salió al pasillo.

—John, te dije que tenías 12 segundos. Anda, vámonos.

Se agachó, le tomó de las manos y por primera vez en semanas, John Scrovich se dejó llevar, confiando de nuevo en otro ser humano. No sabía lo que estaba pasando, pero de algún modo todo estaba bien. No era el día de su muerte. El chico le cogió la mano, le ayudó a levantarse y lo guio hasta el disco de luz.

Los policías no tardaron en salir de su aturdimiento. Cambiaron los cargadores y le persiguieron al interior.

—¡Alto! —ordenó uno encañonándole por la espalda. John soltó la mano del chico como si saliera de un sueño. Apuntó al policía, pero era un arma descargada. Solo le quedaba tirársela a la cabeza. Sus compañeros cubrían las salidas desde dos ángulos, al otro lado de la puerta.

—Ya está bien de tiros por hoy —dijo el chico apuntando al hombre con la palma—. Dormid.

El policía cayó al suelo, desmayado. Igual que sus compañeros.

—¿Qué está pasando? —preguntó anonadado John. Miró al chico—. ¿Quién eres?

—Me llamo Marty y necesito tu ayuda. A ti también te vendría bien alejarte de aquí una temporada. No estarás a salvo, pero la amenaza de muerte no será inminente. Así que voy a sacarte de aquí… si me lo permites. ¿O quieres quedarte encerrado hasta que te encuentren y te maten?

—Yo… no sé. ¿Pero ir a dónde? ¿De qué estás hablando, cómo has aparecido de la nada? ¿Y qué es esta cosa?

—Sirve para viajar muy lejos rápidamente. Simplemente haz como yo.

El muchacho caminó con normalidad y fue como si atravesara niebla. John no se lo podía creer. Fue al otro lado del disco y comprobó que no era un truco de magia pasando la mano.

—¿Cómo lo ha hecho? —se preguntó. Entonces la cabeza del chico apareció ahí mismo, flotando en el aire; John vio a la izquierda cómo no había rastro de su cuerpo, y a la derecha solo estaba su cabeza, mirándole.

—Vamos, John. Tienes 28 segundos.

Y desapareció.

Hay algunas decisiones que cuesta tomar bajo presión y a contrarreloj, y desde luego esa era una de ellas. Pero también era una segunda oportunidad. La mano del chico apareció por el portal y John Scrovich la tomó. Fue arrastrado por una impresionante fuerza y cerró los ojos por reflejo al traspasar la luz. El tacto del suelo cambió. Abrió los ojos y el chico le soltó la mano. John se dio la vuelta y vio encogerse al disco hasta desaparecer. Entonces unos cubos grises flotantes, con gemas y filigranas azules brillantes, se reunieron junto a él, y desaparecieron como si fueran absorbidos por algo. John miró alrededor. Era un sótano de paredes de piedra, y había tapices rojos con leones dorados colgando del techo en las paredes. Dio vueltas sobre sí mismo.

—¿Cómo lo has hecho? —preguntó.

—Ven aquí, necesitas que te trate esas heridas.

El chico sacó de alguna parte un vial de cristal con un fluido rojo, le quitó el corcho y se lo ofreció a John, que frunció el ceño.

—¿No esperarás que me beba eso, verdad?

—Acabas de viajar a través de un portal mágico a otro universo desfasado dos siglos. ¿Tanto te costaría creer que esto es una poción curativa?

La expresión de John cambió. Se dio la vuelta y dejó atrás al chico. Estaba loco, no valía la pena perder el tiempo buscando explicaciones. Tendría que encontrarlas por su cuenta. Subió las escaleras y buscó algo con lo que armarse en esa casa llena de libros y pergaminos, mesas y velas, mapas y maquetas de edificios.

Entonces se encontró junto a la salida con un hombre fuerte, con las manos cruzadas sobre la barriga, sentado en una silla y con botas negras sobre la mesa, con las piernas cruzadas. Claramente era el matón que actuaba de portero.

—¿A dónde vas? —dijo el matón; su pelo corto era casi militar, iba perfectamente afeitado y su arrogancia apestaba más que la camiseta sudada, rota, embarrada y ensangrentada de John.

—No eres quién para impedirme nada —dijo vigilándole mientras se dirigía a la salida. Se detuvo antes de alcanzar el pomo. Había algo mal. Como si no debiera tocarlo.

—Si quieres salir no es así como se hace —dijo sonriente poniendo los pies en el suelo. John se volvió lentamente hacia él. Si solo era un bravucón podría vencerlo con los puños. Pero si estaba armado tenía que tener cuidado.

—¿Y cómo dices que se hace? —preguntó John con cuidado.

—Está puesto el letrero de “cerrado”. Los que no viven aquí necesitan ponerlo en “abierto” para cruzar la puerta.

John miró extrañado el letrero. No había cristal, no se vería desde el otro lado. No tenía sentido, pero le dio la vuelta. Ahora desde la calle se leería “abierto” si hubiera una ventana. Entonces agarró el pomo y lo abrió con naturalidad. Se preguntó qué le había pasado antes, y pensó que solo eran preocupaciones. El portero le siguió hasta la calle.

—Deja de seguirme —advirtió John.

—¿O qué, me dispararás a mí también?

El comentario le molestó, pero lo ignoró. Siguió caminando y cruzándose con gente que vestía de forma extraña, demasiado anticuada. Las casas eran bajas y de un diseño muy diferente, muchas de madera pero algunas de piedra, como los castillos; así era la que habían dejado atrás. Llegó a un mercado callejero, pero evitó el gentío y se desvió.

Finalmente se detuvo frente a un pozo público. Cogió un cubo de agua y bebió hasta hartarse. Luego se limpió laboriosamente las heridas, quitándose las vendas sucias.

—No tienen buen aspecto —dijo el hombre moreno—. Y no te veo con trapos limpios. ¿Cuál es tu plan?

—Conseguir un arma, abrirme paso, acabar con quien se meta en mi camino y volver a casa. No en ese orden.

El hombre se rió.

—Así que eres más bravucón que yo —dijo.

—Déjame en paz.

—Escucha, John, porque hay algo que te cuesta aceptar: Marty te ha salvado la vida.

John se giró hacia él. Odiaba que le echaran en cara ese tipo de cosas. No sabía cómo había sucedido, pero por ahora estaba fuera de peligro. Ciertamente estaba en deuda con él.

—¿Y qué esperas que haga? —preguntó John.

—Para empezar deberías volver conmigo a la casa de Paul.

—No se me ha perdido nada allí —se interrumpió al contener un quejido de dolor, recolocándose un poco una de las costuras.

—Te voy a hablar en mis propios términos, John Scrovich: has sido reclutado. Y cumplirás la misión para saldar tu deuda.

John lo soltó todo y se encaró con el desconocido.

—Mis asuntos no tienen nada que ver contigo.

—Marty dijo que dirías eso. Y que debía ser yo quien te convenciera.

—Pues buena suerte. Me voy de la ciudad ahora mismo —y sin más John se puso a caminar calle abajo.

—También dijo que dirías eso —añadió el extraño—, y que debía ir contigo.

—¿Hasta cuándo, tío pesado?

—Cree que para mañana nos llevaremos bien y habrás aprendido un par de cosas sobre este lugar. Por ejemplo que este mundo es mágico, pero lo verás con tus propios ojos.

—Antes dejo la policía y vuelvo a vender trozos de pizza que hacerme amigo de alguien como tú.

Y así fue como John y Max se hicieron amigos.

 

* * *

 

Cuando bajé las escaleras hasta el primer piso no reconocí el lugar. Ya no era una cueva, sino que había un enlosetado de azulejos blancos de mármol y un elegante laberinto de amplios pasillos y techos altos, con luces mágicas detrás de discos de cristal, y se habían tomado la molestia de hacer que fuesen de luz blanca en vez de verde o azulada, como las farolas de los enanos.

—¿Pero qué ha pasado aquí?

—Tu ex ha cambiado la decoración —dijo Marty.

—No me gusta.

Caminamos un poco hacia la izquierda. En lugar de una rata o slime nos encontramos un champiñón de un metro, de color gris, con grandes ojos saltones, una enorme lengua colgando, y que avanzaba dando saltitos hacia nosotros.

—¿Y esto? —pregunté. Marty se encogió de hombros sin darle importancia.

—¿Entonces solo tenemos que matar a esta cosa? —preguntó Sara. Aparecieron algunos murciélagos volando cerca del alto techo. Tenían argollas de las que colgarse en lugar de estalactitas.

—Sí, junto a los murciélagos —dijo Max—, pero tenemos que estar a una sala de distancia para que no contemos como tu equipo. Podríais avanzar 5 pisos sin subir ni un nivel como estéis con nosotros.

—Entendido —dijo Sara—. Damian dejará que yo me encargue.

Retrocedimos hasta la separación entre las salas, que consistía en una separación menor entre los muros, como un quicio 5 metros en lugar de 20. Parecía hecho para observar y cuidar de los novatos. Y estaba perfectamente iluminado. Sara terminó rápidamente, y lo hizo todo a puñetazos. El champiñón era más que una cama elástica, salía propulsada hasta el techo y allí se agarraba a las argollas; entonces las recorría e iba cazando murciélagos a tortazos. Fue divertido y Sara se reía haciéndolo.

—¿Envenenan o infectan? —pregunté.

—No en el primer piso —respondió Marty.

—Pues qué fácil. No me parece bien.

—Es uno de los primeros cambios que hizo él.

En lugar de avanzar hasta la salida, Marty la guio hasta un pasadizo secreto; ella descubrió el modo de abrirlo, y luego resolvió un puzzle sorprendentemente rápido, pese a que era el primero. Apareció un portal.

—¿Y ahora qué, lo cruzamos? —preguntó Sara cada vez más animada.

—Sí —dijo Marty. Todos lo cruzamos.

Al otro lado estábamos en un bosque. Marty nos llevó por una colina, camino arriba hasta llegar a una cabaña. Había un molino de agua aprovechando el riachuelo, y la chimenea estaba encendida aunque era por la tarde y no hacía frío. Marty tocó a la puerta y se abrió con una cadena. Al otro lado había un hombre suspicaz, de cabello negro y ondulado hasta los hombros, y barba enmarañada. Nos examinó con cautela. Luego quitó la cadena y entramos en su hogar.

—Hola, Marty. Max, me alegro de verte. ¿Quiénes son las señoritas?

Para mi sorpresa ese tipo había sido policía en la Tierra. Todavía estaba pasando por un mal momento tras el asesinato de toda su familia por parte de la mafia. No quiso dar detalles pero me imaginé la clase de historia que habría detrás: baja psicológica, entregar la placa y el arma, alcohol, juegos de azar, peleas callejeras en los callejones tras los tugurios… quizá hasta drogas.

—¡Fue la hostia! —dijo alegremente Max—. En su búsqueda de venganza John mató directamente al menos a 144 personas —Me quedé de piedra—. ¡Eso sí que es limpiar las calles!

—También murieron inocentes por nuestra culpa —murmuró cabizbajo el expolicía. Su karma era negativo pero dentro de lo razonable. Miré a Susan. “¿Está arrepentido de verdad?”, pensé en silencio. Ella asintió con la cabeza. “¿Cómo puede matar a tanta gente sin ser un monstruo?”, pensé. Ella se encogió de hombros. Me volví hacia el grupo.

—¿De qué va esto? —dije levantándome—. ¿Para qué necesitamos a un puto tarado asesino de masas?

—Marty me salvó la vida —dijo John—. Le ayudaré en cualquier cosa que me pida.

—La Red está llena de gente que nos debe un favor a Susan, a Marty, a Max y a mí. Podemos recurrir a cualquiera de ellos.

—No para esto —dijo Marty—. La elfa sacerdotisa de este bosque está enamorada de él. La necesitamos convencer de conserve la mente de Damian en un tótem.

—¿Estás diciendo que ya es la hora? ¿Vas a separar a la copia del cuerpo poseído?

—Aún no; no tenemos los gólems enanos, y me gustaría localizar primero al cuerpo de Damian, probablemente bajo el control del científico. Se trata de preparar las cosas.

—Pensaba que tú podías separar su mente.

—Puedo hacerlo, pero sería un aficionado. Es un tema de almas y mentes, esa mujer es más adecuada.

—¿Cómo se llama?

—Riffin. Riffin Molga, sacerdotisa de la Canción de Cuna de la Luna.

Mi ex se hubiera puesto a pensar en que era coincidencia que ese planeta también tuviera luna, como la Tierra, pero a mí ni se me ocurrió. En su lugar estaba pensando en las posibilidades.

—¿En qué orden lo vamos a hacer? —pregunté.

—En cualquier momento Damian podría disiparse, especialmente en plena batalla con hechizos. Muchas interferencias en el maná causando ondas atravesando su cuerpo.

—Entiendo. Así que primero necesitamos la ayuda de un policía asesino, para que una elfa sacerdotisa nos ayude poniendo a salvo a Damian, que es una copia de la mente de un tío secuestrado cuyo cuerpo tenemos que encontrar…

—Sí.

—Así que primero tenemos que localizar a La Familia, a la que nadie consigue encontrar, vencerla o al menos escaparnos con Damian, traerlo aquí para que la sacerdotisa le extraiga la copia de la mente de Sara…

—Sí.

—Y luego llevaremos los dos tótems bien protegidos al mundo de los enanos para insertar las mentes en los gólems. ¿Ese es el plan?

—Sí.

—Menos mal, creía que sonaba un poco complicado.

Marty se rió.

—¿Cómo les vamos a encontrar? —preguntó Max.

—Fácil: le pondremos un cebo al que no se podrá resistir.

—¿Y cuál es?

—Un Cetro de Agamenón falso. Pero necesitaremos la colaboración de tu exnovio, Mary.

—Ugh… esperaba no tener que verlo.

—Y no lo verás. Es peligroso. Y está muy interesado en ti. Y yo no puedo acercarme, podría interferir con otros Martys. Y cosas mucho peores podrían pasar.

—Así que es un trabajo para mí —dijo Max—. Muy bien, ¿cómo me infiltro en El Castillo Negro?

—No lo harás —repuso Marty—. Llegarás por el camino normal.

—¿Subiendo de nivel? Ahora los monstruos están regenerados, deberíamos dejárselos a Sara… quiero decir, Damian.

—No, correrás y pasarás de largo. Y cuando llegues al Castillo Negro, pedirás audiencia. Dirás que vienes de parte de Mary y que debes volver sano y salvo. Él sabrá lo que significa: nada de control mental. Si puede evitar hacérselo a embajadores extranjeros y sus acompañantes, también puede intentar no cabrear a Mary.

—Creo que te equivocas, Marty —dije—. Él es Jack Max. El rey “Félix I” no es el hombre que conocí. No puede permitirse el lujo de tener cerca a alguien tan peligroso como Max. Necesita tenerlo controlado.

—Por eso dirá que no quiere reunirse con él, sino con Carolina. Y dirá explícitamente que quiere mantenerse alejado del rey. Así estará menos tentado de hechizarlo. Carolina y su tío juntos están capacitados para crear una réplica convincente, con usos limitados y poca potencia. De hecho deberían tener ya varias preparadas para usarlas como armas. Clara me dijo que en varios universos sus guerreros de confianza hacen bombardeos desde las torres, son artefactos bastante potentes. Y en un momento de necesidad pueden jugar a los trileros. Están preparados para confundir la percepción de los magos que estén rastreando El Cetro.

—El hijo del Amo no caería en un truco tan burdo —replicó Max.

—Por eso tiene que creer que has robado al rey. Carolina le dirá de parte de Mary que tiene que poner recompensa a tu cabeza por robarte, y tiene que ser mucho dinero. Si quieres sentirte a salvo puedo dejarte de vuelta en tu propio universo. Ningún cazarrecompensas podrá cruzar.

—¡Todo se pondrá patas arriba! —dijo Max riéndose—. Muy bien, lo haré.


Comentarios

  1. Bueno, has avanzado mucho en el desarrollo de los personajes desde tus primeros escritos y eso se nota.
    El relato me ha gustado, aunque deja un regusto amargo. Si en los tomos de la Mazmorra había una cierta inocencia compartida, ahora destilan ironía y «adultez». Tienen un humor más ácido, más corrosivo y no lo digo como crítica. Es evidente la evolución que cada uno ha tenido.
    Me gusta que hayas sabido dar ese punto, has conseguido hacerme ver, como lector, los diferentes caminos que cada uno ha elegido y cómo los han moldeado.
    Y ese final abrupto… ¡¡dame más!!

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