Fuera del Laberinto 5: Gwendolyne (tras La Justicia)
Este capítulo está adelantado, dejadlo para después de La Justicia. Tendría que releerlo, ahora mismo no estoy seguro de si pega más después de ese. He cambiado el título de este para aclararlo a los que se lo leyeron.
3 capítulos de muestra de una novela pendiente de publicar empiezan a ser muchos... pero aquí va:
Gwendolyne
Había 4 aventureros en una cueva oscura. El guerrero de
armadura pesada iba delante, y se aseguraba de lucir genial. No llevaba un
casco, y su melena negra oscilaba a su paso. Su armadura tenía huecos para
lucir músculos.
Detrás iba la cazadora, una usuaria de lanza con un peto de
cuero tachonado que dejaba a la vista sus abdominales. Era alta y no vestía
nada que le estorbara. Era diestra con la lanza y tenía una daga para no
quedarse desarmada cuando la lanzaba.
En tercera posición iba una arquera. Irónicamente ella sabía
mucho más acerca de trampas que la cazadora lancera. Vestía una cota de malla y
armadura de cuero, y si un monstruo la alcanzara cuerpo a cuerpo, esperaba
defenderse con alguna de sus pequeñas dagas, las cuales llevaba en dos
cinturones cruzados por su pecho. Las usaba como proyectiles cuando se quedaba
sin flechas. La mayor parte del tiempo se encargaba de llevar una antorcha propia,
por si escaseaban las antorchas mágicas de las paredes, algo habitual junto a
las trampas. Solía decir que su trabajo era desactivarlas cuando le tocaba
tener que alumbrar en vanguardia.
En retaguardia estaba la maga. Vestía armadura pesada y se
movía con torpeza, pero esperaba resistir ataques sorpresa y por la espalda,
así como algunas flechas y ataques mágicos que le alcanzaran accidentalmente,
si el resto no podían bloquearlos. En el último cofre del tesoro había obtenido
un cayado mágico, así que sus hechizos eran más potentes ahora. Y en el Noveno
Piso había conseguido un libro de hechizos que se había pasado dos días
estudiando y practicando. Como estaba orientado a aventureros con dones
otorgados, no requería años de práctica y estudios. Era sobre todo instintivo.
Pensaba que ya estaba capacitada para enfrentarse a las criaturas que, según el
bestiario, se encontraban en los subterráneos del Undécimo, bajo el valle.
—Tened cuidado —dijo la maga—, esto no son goblins.
—Llevas el sombrero puntiagudo chafado —replicó el guerrero
sin mirarla.
—Así es como se supone que debe ser, inclinado para un lado.
—No te preocupes, sabemos lo que hacemos —dijo la lancera—. Hicimos
el recorrido completo desde el primero. Encontramos un portal a otro mundo y
aprendimos algunas cosas de un gremio de cazadores de monstruos. Y hemos pasado
dos meses entrenando en el Octavo. Está todo controlado.
—Cualquiera se pasa dos meses entrenando al lado de casa,
frente a las barricadas —replicó la maga—. Y no serviría de nada si el rey
Félix no hubiera cambiado la tasa de regeneración de monstruos para que los
novatos pudiéramos entrenar.
—No veo el problema —intervino la arquera—. Aunque nuestra “experiencia”
para subir de nivel deje de crecer si repetimos lo mismo, nuestra experiencia
real siempre sigue adelante. Es bueno practicar.
—Estoy de acuerdo —dijo la lancera.
—Pues lo de los goblins ha sido de mal gusto —dijo la maga—.
Perdí a mi anterior equipo en una emboscada. Todos murieron.
—Y tú no —dijo la lancera.
—¿Qué insinúas?
—Se te da bien correr.
—¿Ah, sí? ¿Qué mago lleva armadura pesada? Dificulta
escapar.
—Son dos formas de ser cobarde.
—Vi cómo los goblins les saltaban encima por todas partes,
varios a la vez, apuñalando cualquier sitio libre con cuchillos envenenados. Vi
cómo al guerrero le noqueaban con una honda en la cabeza. Y aun así vosotros
sois descuidados. Arrogantes. Vais por ahí pavoneándoos en vez de escucharme.
Yo perdí a mi equipo, pero vosotros todavía no comprendéis lo peligrosa que
puede llegar a ser La Mazmorra.
—Sigue hablando y te dejaremos aquí —cortó el guerrero—. Ya
casi hemos llegado al minijefe.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó la maga.
—Demasiada calma. Poca luz. Camino ensanchándose. Lo dice la
guía del aventurero novato, la leí en internet.
—Y pensar que los gobiernos todavía no quieren reconocer
nada de esto… —comentó la arquera—. Por cierto, cada vez se espacian más las
antorchas. Sería una zona de trampas si esto no fuera ya una sala de paredes de
roca. Ya sabéis lo que eso significa …
Un portón de barrotes cayó cortándoles la retirada.
—Vamos, venid a por mí —dijo bravucón el guerrero; alzó su
enorme espadón de hoja ancha y aguardó el desafío.
La arquera soltó la antorcha en el suelo con cuidado y tensó
el arco, pero no sabía a dónde apuntar.
La lancera se puso en
posición de lanzamiento y activó la carga de maná, aplicando al artefacto un
efecto doble de explosión y rayo en la punta: era buena destruyendo las
barreras y armaduras reforzadas con elemento tierra, o aturdiendo y paralizando
a un monstruo de armadura pesada, como el jefe semigigante del Noveno Piso. Y
con su hilo de telaraña amarrado al mástil la recuperaba con unos cuantos
tirones.
De las galerías laterales, cerradas con puertas de madera,
brotó un río de goblins.
—¡¿Qué, en este piso?! —preguntó alarmada la maga.
—Bah, cálmate, solo son goblins.
El guerrero los partió por la mitad. Uno tras otro. En
horizontal y en vertical. Los atravesaba de dos en dos. Embestía y los golpeaba
barriendo a varios con la hoja plana, creando espacio. Los bloqueaba con la
pequeña rodela de su antebrazo izquierdo, y otras veces con su enorme espadón.
Los goblins no se terminaban. No había rastro del jefe. Solo más y más
criaturas débiles, interminables.
Y entonces comenzó a cansarse.
—¿A qué esperas para lanzar algún hechizo? —protestó.
—¡¿A qué quieres que le dispare?! ¡No hay nada con lo que
valga la pena disparar!
—¡Pues lanza protección! —dijo la guerrera bebiendo un
antídoto. Le pasó otro al guerrero. La arquera estaba racionando las flechas.
Solo le quedaban 3, pero cubrió a ambos. No lo bastante rápido, pero el
guerrero pateó la cara de otro, saltándole un ojo de su cuenca.
La maga conjuró un hechizo de barrera y quedaron protegidos
por un cubo de maná. Fueron rodeados inmediatamente. La sala de roca estaba a
rebosar de goblins, ahora caminando sobre cadáveres. Los dos guerreros
jadeaban.
—Solo me quedan 3 flechas, luego consumiré mi maná en pocos
minutos si esto sigue así. Y ni ella ni yo somos muy buenas con las dagas.
—Esto va a terminar mal —dijo la maga—. Cuando mi equipo
murió eran muchos menos.
—También erais novatos débiles —repuso la cazadora.
—No os preocupéis, está todo controlado. Levanta la barrera.
—Pero vuestras heridas… nosotras apenas hemos podido
protegernos con las dagas, y solo porque vosotros os interponíais.
—No podemos dejar que se acumulen. Y las pociones casi han
hecho efecto del todo. Vamos, siguen entrando.
—Un momento —dijo la maga—, ahora son suficientes. Gastaré un
montón de maná, pero creo que puedo provocar una buena…
—¿Explosión? Sí, quémalos a todos.
—No, nos mataría encerrados en esta sala. Pensaba en ráfagas
de rayos en área, una tormenta de mago. Están armados con cuchillos y aperos de
labranza y hachas de leña y martillos. Suficiente metal para guiar a los rayos.
No sería tan útil en un bosque de lobos.
—¿A qué esperas? —dijo la cazadora.
—Bueno, parece que acaban de venir los últimos —dijo el
guerrero—. Es el momento.
Los goblins se habían amontonado formando escaleras humanas,
y treparon sobre el cubo; comenzaron a golpearlo desde arriba también.
—Ya lo entiendo —dijo la exploradora bajando el arco—. El
rey ha metido goblins aquí porque estamos a 3 pisos de distancia del portal de
la Tierra. Para que sea como en el tercer piso.
—¿Y por qué se cargaría el orden de dificultad? —repuso la
cazadora—. Está claro que no es por eso. Y estos son muchos más, lo ha dicho la
maga. No es un desafío para los que llevan bajando solo 3 pisos.
—Pero son débiles…
—Acabamos de gastar pociones de curación, contra venenos y
contra intoxicaciones por sus hojas contaminadas. En el tercer piso rara vez
las usan, pero estos están relativamente mejor equipados. Y son más fuertes y
rápidos.
La maga terminó de recitar el conjuro compuesto por dos
largos hechizos. Con un gesto la pared se desvaneció y los goblins cayeron
sobre todos, pero el guerrero desvió a algunos para que no apuñalaran a la maga
ni la arquera. La maga, totalmente concentrada y con los ojos cerrados, hizo un
gran esfuerzo por lanzarlo correctamente sin hacer fuego amigo. Relámpagos brotaron
de sus dedos y se extendieron por toda la sala, con un resplandor cegador que
los deslumbró a todos.
Cuando se acostumbraron de nuevo a la penumbra, todos los
goblins estaban muertos.
—Os lo dije, no era para tanto —dijo orgullosamente el
guerrero. Miró las nuevas heridas sangrantes. La poción comenzó a curarlas
antes de terminar el efecto, dejándolas a medias.
—Y todo esto sin un minijefe —dijo la arquera preocupada—.
¿Qué haremos ahora? ¿Nos vamos y recuperamos fuerzas?
—Ahora hay regeneración diaria de monstruos porque entran demasiados
aventureros —repuso el guerrero—. No dejaremos que otros se lleven el mérito.
La exploradora y la cazadora sonrieron y asintieron.
—Debemos volver —dijo la maga. Todos se volvieron a mirarla—.
Sois demasiado orgullosos para verlo, pero hemos estado a punto de morir.
Los demás estallaron a carcajadas. La maga se quedó
estupefacta.
—Solo son goblins —dijo el guerrero—. Venga, vamos.
Abrió la marcha y continuó por una puerta al azar. Parecían
todas iguales, así que no le dio importancia. En su interior el pasillo era
estrecho y con poca iluminación. La arquera se puso en vanguardia, puesto que
era la mejor exploradora que tenían. Estaba ocupada con la antorcha, y detectó
algunas trampas, como azulejos interruptores de trampillas e hilos que
disparaban flechas desde los laterales.
—Hay goblins detrás —dijo la exploradora agachada.
—Yo me encargo —dijo la lancera, y rápidamente se puso
detrás de la maga—. ¿Cuánto maná te queda?
—He gastado de golpe la mitad —contestó—. Me queda un tercio
más o menos.
—Esperaba más de un nivel 20 con estudios —murmuró el
guerrero.
Pronto otra docena de goblins apareció por delante. Solo
entonces cerraron la pinza.
—Será más fácil que antes —dijo el guerrero.
Pero durante la batalla el espadón chocó varias veces con
las paredes. Su movilidad quedó muy limitada. Y lo mismo sucedió detrás con la
lancera. Ambos fueron heridos de nuevo.
—Mierda, vamos a tener que gastar otra poción —dijo el
guerrero—. Vamos a tener que usar las vuestras como reserva.
Ni la arquera ni la maga contestaron.
—¡Mierda! —dijo la arquera—. ¿Por qué no hemos recogido las
flechas?
—¡No me jodas, era tu responsabilidad! —replicó la cazadora.
—Pero si el grupo no se detiene, ¿cómo esperas que lo haga?
Los dos guerreros del grupo bebieron otra poción de curación,
pero no retrocedieron para buscar flechas. Luego exigieron que las dos de apoyo
les dieran una de las suyas. Ahora solo podrían curarse una vez.
—Es una putada que sean tan escasas —dijo el guerrero.
—O tan caras —dijo la lancera.
—Es lo mismo —dijo la maga—. Quizá en estos pasillos
estrechos sea mejor que luchéis con dagas.
—¿Bromeas? —replicó la lancera—. ¡Este lugar es perfecto
para ensartarlos en un pinchito!
Un grupo de otros 5 goblins se aproximaba por el fondo,
entre la oscuridad. 3 de ellos fueron atravesados de lado a lado por la lanza.
—¡Ja! —exclamó la lancera. Un goblin que se había librado
vio el hilo e impulsivamente lo cortó. La cazadora tiró y se cayó de culo—.
Espera, ¿qué?
—¡La han desarmado! —exclamó la maga. “¡Está volviendo a
pasar!”, pensó. Imágenes de su primer equipo siendo aniquilado desfilaron por
su mente.
Antes de que se pusiera en pie, un pasadizo secreto se abrió
súbitamente a la izquierda, dejándose caer una sección de la pared. El ruido la
distrajo. Un grupo de goblins corrió y los separó. Apenas logró ponerse en pie
y sacar su daga. Rodearon a la cazadora y le alcanzaron superficialmente por
todas partes, mientras intentaba defenderse en vano. La arquera fue degollada y
otro cuchillo atravesó su corazón. La maga gritó. El espadón del guerrero cortó
a una pareja de goblins por la mitad, pero también le hizo un tajo en la pierna
a la cazadora.
—¡Lo siento!
—¡Animal! —protestó ella cayendo sobre su rodilla. Otro
goblin saltó sobre su espalda y le apuñaló el cuello por detrás.
—¡No! —gritó él. La atravesaron por todas partes. También se
ensañaron con la arquera muerta. El hombre gritó y los embistió.
La maga dejó de gritar. Logró conjurar a tiempo una barrera
que bloqueó el pasillo. Al al darse la vuelta vio a lo lejos a otro grupo que
corría hacia ella, por lo que conjuró la segunda.
—¡No puedo tener activos más de dos hechizos! —gritó con la
esperanza de que sirviera de algo. Se volvió y el guerrero había acabado con
todos. Estaba jadeando y malherido. Los últimos goblins se detuvieron frente a
la barrera. Él esperaba fuera.
—Voy a tener que beberme mi última poción —dijo sin pensar
en las compañeras caídas ni sus bolsillos.
Mientras lo hacía oyó los pasos pesados. Se dio la vuelta.
—Un troll —dijo agotado—. Un maldito troll. Justo ahora.
¡Maga! ¿Te queda maná para luchar con fuego?
—¡Sí! Ya sé que su regeneración no cura heridas.
—Pues baja la barrera de este lado y cúbreme.
—En este pasillo te dará a ti también.
—Resistiré. Tengo armadura mágica y nivel 25. Por algo era
el mejor del grupo.
Pero algo iba mal. La maga pensó que sonaba a despedida. “Quiere
sacrificarse para que al menos alguien sobreviva”. Su corazón se encogió. La
criatura golpeó el suelo amenazadoramente, y el estruendo hizo que temblara el
suelo bajo sus pies; la bruja se estremeció. “¿Pero cuánta fuerza tiene esa
cosa?”.
—¡Que no te dé de lleno! ¡Un golpe y estás muerto!
—Lo sé. ¡Ahora!
La maga bajó la barrera. Conjuró un hechizo doble de bola de
fuego y refuerzo. Cerró los ojos para concentrarse mejor, y solo tuvo la
esperanza de que él supiera lo que hacía. Una vez que estuvo listo los abrió.
El troll estaba demasiado cerca. El guerrero estaba tras él, intentando
distraerle. Usaría el cuerpo del monstruo como escudo. No podía dudar o
malgastaría el maná.
—¡Bola de fuego reforzada!
El resplandor no fue nada; el ruido de la explosión fue
ensordecedor. El dolor del fuego fue peor. Sintió todo su cuerpo sacudirse y
salir despedido. Rodó sobre el suelo y se activó el azulejo interruptor; la
trampilla se abrió y la maga cayó al vacío.
Su armadura completa la salvó. Chafó y quebró las afiladas estacas
envenenadas de madera. Su nivel era lo bastante alto para resistir el impacto. “Es
una trampa contra exploradores, suelen vestir armadura ligera”. No sabía si la
había salvado la suerte o la prudencia. En cualquier caso fue la sensatez lo
que le hizo romper y tumbar a patadas el resto de las estacas antes de intentar
salir. Necesitó un par de intentos, pero logró rebotar entre las paredes de dos
esquinas para alcanzar el borde de la trampilla, 10 metros por encima. Haberse
encargado de las estacas le hubiera librado, si vistiera armadura ligera,
cuando perdió el equilibrio al aterrizar. Su nivel también le daba la
suficiente fuerza y agilidad para lograr trepar de esa manera, como un gato por
una chimenea.
Para cuando emergió de la trampa los goblins que venían por
detrás estaban a pocos metros. Habían dejado de correr al verla caer. Usó su
daga y comenzó a matarlos. Fue una lucha sucia y arriesgada. Su yelmo la
protegió de un garrotazo en la nuca. Tomó la espada oxidada de uno de ellos con
la mano izquierda, y se encargó más fácilmente del resto.
Una vez que terminó cayó de rodillas, temblando. Tomó aire.
Miró al guerrero. Estaba con una rodilla en el suelo y el espadón apoyado,
agotado. Levantó el pulgar y sonrió. La maga vio cómo dos goblins que se hacían
los muertos se levantaron y le atravesaron el cuello.
—¡No!
Entonces el troll recuperó la consciencia y se levantó
lentamente.
—¡A tu espalda! —advirtió ella, pero sabía que era inútil.
Él ya estaba tosiendo su propia sangre antes de que el troll le hiciera aplastara
la cabeza desprotegida. El garrote medía metro y medio y era grueso como un
árbol joven. No se quebró pese a la tremenda fuerza del monstruo.
La maga se dio la vuelta y corrió. Corrió y corrió, y no se
detuvo. Saltó sobre otros goblins. Bloqueó a otros con una barrera. Creó otra,
móvil, y la empujó para despejar el camino, en una prueba de fuerza contra otro
grupo, hasta alcanzar una salida lateral, y continuó corriendo.
La barrera era el hechizo que más fácilmente le salía porque
era el que más había practicado, así que podía tanquear durante la batalla,
incluso yendo sola. La mayoría de los magos se centraban en la lucha ofensiva
para ser independientes, sin necesitar guerreros a su lado, pero ella no: ella
eligió el trabajo en equipo, y no ser una carga para los demás. Por eso podía
protegerse a sí misma y a los demás. Cuando comprendió que ser prudente le
había salvado la vida, dejó definitivamente de ver La Mazmorra como una
diversión o un juego para gente con vena aventurera. Había visto morir a
demasiados compañeros de la Tierra. “Nos jugamos la vida aquí dentro, ¿y para
qué?”, pensó disparando una pequeña bola de fuego a un par de goblins lanceros
en la entrada de la cueva. La explosión mató al que le impactó directamente y aturdió
al otro; ella lo remató con la daga cortándole el cuello.
Llegó hasta la superficie por sus propios medios, casi sin
maná. Sus piernas flaquearon y continuó los últimos pasos gateando. Estaba a
pleno sol. “Los goblins rara vez se aventuran al exterior. Estoy a salvo”.
Se echó a llorar.
Pero se dio la vuelta justo a tiempo. Esquivó la pedrada de
la honda. Habían aparecido más detrás de ella, en la cuesta sobre la entrada. Uno
estaba corriendo silenciosamente hacia ella al perder el factor sorpresa. El
otro preparaba la honda, y uno más tenía un arco corto, poco habitual entre goblins.
La maga bloqueó la hoz del corredor y le pegó un puñetazo en la mandíbula; entonces
le apuñaló en el corazón. Bloqueó la pedrada con el antebrazo, protegido por
metal.
—Monstruos —dijo—. ¡Sois todos monstruos!
Lanzó su daga al arquero y la flecha le alcanzó de lleno en
el pecho, pero las placas de la armadura la salvaron. Para su sorpresa le alcanzó
al primer intento en el cuello. Cogió la hoz y corrió hasta el de la honda. Al
ver cambiar la situación echó a correr, llorando, y pidió piedad en el idioma
goblin. No fue traducido. La maga lo decapitó de un solo tajo.
Recogió el pequeño arco infantil y el carcaj, prácticamente
de virotes de ballesta, y se los colgó a la espalda. Guardó la hoz en el
bolsillo. Recuperó su daga empapada de sangre, y echó a correr de nuevo.
Corrió hasta el camino real, territorio seguro rodeado de
empalizadas. No habría monstruos en su interior. Y no se detuvo hasta la posada
más próxima, junto a la entrada del Décimo Piso, dentro de la zona segura.
* * *
Estaba mirando el plato sin apetito, junto a la chimenea.
Otros la estaban mirando. Se había quitado el yelmo y lo había dejado en su
mesa, pero seguía manchada de sangre seca.
—¿Ha sido un día duro? —preguntó un hombre sentándose a su
lado.
—Lárgate —contestó sin mirarlo.
—El rey Félix acaba de intercambiar el piso donde aparecen
los goblins —dijo el desconocido. Los ojos vacíos recobraron la vida. Lo miró
lentamente.
—¿Ha sido culpa suya?
—Según he oído decir al tabernero, ha habido quejas
últimamente por parte de algunos políticos, o militares o lo que sea. Gente de
la Tierra quejándose de que morían demasiados novatos a manos de goblins. Otro
tipo en la barra decía que por eso ahora aparecen después de Vhae Dunking…
—Esos no eran goblins, payaso.
—No seas maleducada. Solo es un disfraz. Otros llevan
máscaras o yelmos. Yo prefiero el maquillaje. ¿Por qué dices que no eran
goblins?
—Eran demasiado astutos. Demasiado fuertes y rápidos.
Demasiado bien coordinados. Siempre había más escondidos en alguna parte.
Luchaban demasiado bien. Sus emboscadas…
—Suenan como goblins reales, no monstruos.
—¿De qué hablas?
—Dicen que en los viejos tiempos, El Amo había permitido
algunas especies reales aquí dentro. Eran mucho más peligrosas que las
imitaciones creadas por La Mazmorra. Pero el rey los expulsó a su mundo natal,
excepto a los elfos.
—Yo he oído lo contrario, que aceptó más exiliados que
antes.
—Veo que conocéis la historia.
—Solo acerca de elfos y wyverns, pero no sabía que el resto
de monstruos también estaban incluidos.
—No creo que sean goblins reales. Simplemente estarán menos
debilitados, más parecidos a los verdaderos. He oído que en el reino de Kar-Blorath
los del gremio de cazadores de monstruos tienen verdaderos problemas con ellos.
Su velocidad de reproducción, violando a las secuestradas, es tan milagrosa
como demoniaca. En 3 días nacen varios goblins de una sola mujer. En 3 meses
alcanzan su talla adulta, aunque sea la de un niño para nosotros. Para entonces
están listos para reproducirse. Y comparando con las demás razas, la velocidad
a la que aprenden es igualmente diabólica. Pueden matar aventureros a los 6 meses.
—Suena como si sintieras fascinación por ellos.
—Son criaturas extraordinarias y me gusta la biología. Es
natural que sienta curiosidad por monstruos como esos. ¿Quién sabe hasta dónde
podría llegar un superviviente con años de experiencia escapando milagrosamente
en el último momento? ¿Cuánto podría aprender de los aventureros a los que ve
matar a sus compañeros? Me resulta fascinante.
—Métete tu fascinación por donde te quepa. Han matado a todos
mis compañeros. Dos veces.
—Entonces eres doblemente extraordinaria. ¿Para qué buscar a
un gran superviviente goblin teniendo a una humana como tú?
—Déjate de juegos. Si sabes algo de ellos dime por qué estos
son tan peligrosos.
—¿Tu anterior equipo fue aniquilado en el Tercer Piso?
—Sí.
—¿Entonces por qué crees que estos son tan diferentes?
La maga guardó silencio.
—Creo que simplemente se han adaptado a la dificultad de
este piso —dijo finalmente el hombre con cara de payaso—. Al rey Félix no le debía
parecer bien que se mantuvieran en baja dificultad.
—¿Y aun así no son como los reales?
—Me temo que no. De lo contrario habrían sido erradicados en
su mundo natal. En lugar de eso se extendieron por La Red de Mundos como la
plaga de conejos de Australia hace milenios. Claro que en algunos mundos están
más hostigados que en otros. Depende de la población de monstruos local. Es
decir, equilibrio entre depredadores.
La maga comenzaba a sentirse mejor. No sabía por qué, pero
tomó un sorbo de agua, y luego se bebió la jarra entera. Para su sorpresa
estaba masticando el primer bocado de sucedáneo de pollo cuando hizo su
siguiente pregunta:
—¿Me ayudarás a matar goblins?
El hombre payaso sonrió de forma inquietante.
—No sabía cómo proponértelo. Me alegra que hayas recuperado
el ánimo.
Ella apuñaló el pollo con el cuchillo de mesa.
—Todos los goblins morirán.
Él rió y ella notó que había traído su propia jarra de vino
especiado.
—Todos los goblins morirán —repitió él; alzó la jarra y ella
brindó con él.
* * *
—¿Seguro que esto funcionará? —preguntó la maga recibiendo
la inyección.
—Oh, sí, puedes estar segura.
Se encontraban en la milenaria ciudad de Vhae Dunking, en el
sótano de un taller de artesanos enanos. Según decía el cara de payaso, era un
laboratorio, pero a ella le recordaba a temas de brujas y calderos, con frascos
llenos de sustancias extrañas. Ya era la segunda que recibía, tras tomarse
varias píldoras, y estaba sentada en una silla sobre un pentagrama iluminado
con resplandor verde; no era detectora, pero su vello se erizaba en presencia
de tanto maná concentrado.
—¿Con esto seré más fuerte?
—Ya te lo he explicado: tu cuerpo se adaptará en horas del
mismo modo que los humanos de Tierra II lo hicieron tras varias generaciones.
—Dijiste que para eso era una de las píldoras y el
pentagrama. ¿Qué hay de lo demás?
—Esta adaptación te hará subir varios niveles tanto en
físico como en poder mágico. Digamos que vas a sobrepasar el 30.
—No me has contestado.
—Ah, sí. Las otras píldoras son para que no te maten las
inyecciones.
—¡¿Qué?!
Intentó levantarse pero la mano del hombre salió disparada y
la sujetó del hombro. La empujó contra la silla de metal acolchado como si no
pesara nada. Con un chasquido se crearon correas de maná que la ataron de pies
y manos. Además la silla estaba atornillada al suelo.
—¡¿Pero qué es esto?! ¿Qué haces? —la maga entraba en pánico
rápidamente, forcejeando en vano.
—Las cobayas deberían mostrarse más colaborativas.
—¡Suéltame!
Comenzó a recitar un hechizo, pero el maná no respondió a su
llamada. Lo terminó sabiendo que no tendría ningún efecto. El payaso sonreía cada
vez más espeluznantemente.
—Sigue gritando, por favor. Esta es la mejor parte.
—¡Socorro!
—Oh, sí…
—¡Ayuda, por favor! —gritó más fuerte.
—Otra de las píldoras bloqueaba el flujo de maná.
—¡Que alguien me saque de aquí!
—Hay una barrera de silencio, pero no pares.
El hombre estaba claramente excitado. La maga palideció aún
más.
—La primera de las inyecciones es sangre de vampiro
refinada. Si eres compatible deberías experimentar la transformación parcial.
Claro que hay un 95% de probabilidades de morir sin depurarla primero. Tras el
tratamiento baja al 80%, y la píldora lo baja aún más. Me temo que no sé
cuánto, no he sacrificado a suficientes cobayas para tener datos estadísticos
para esta última versión.
—Estás enfermo…
—¿No me vas a decir que estoy loco?
—Eso es lo que significa.
—Tan solo es que no siento respeto por ti ni por tu vida. En
cambio mi familia me importaba un poco antes de que muriera.
“Está podrido por dentro”, pensó la maga.
—¿Qué me harán las otras inyecciones?
—Pronto lo descubrirás.
—Dímelo ahora… por favor.
—Querías ser más fuerte. Lo serás.
—¿Qué voy a perder?
—Tu voluntad, por supuesto. Desde hoy eres mía. Dime,
¿quieres que también te implante ayudas? En la Tierra decís que eso es “cibernético”.
Ya sabes, bombas de pociones y antídotos, sentidos ampliados con tecnología… ese
tipo de cosas.
—Prefiero usar artefactos y habilidades, si no te importa.
—Buena chica. Has aprendido rápidamente tu lugar. No soy tan
vanidoso como para necesitar que me llames “amo”. Ni siquiera necesito que
muestres tu colaboración, porque esta será inevitable muy pronto.
—¿Cómo… cómo vas a… controlarme?
—Magia. Eso lo haré al final. Es parecido a los contratos
mágicos, pero no tan poderoso. Sin embargo nadie que hayas conocido sería capaz
de romperlo.
La maga reflexionó en silencio. “Este hombre quiere
esclavizarme. Se nota que es un sádico. Un psicópata tal vez. Pero parece algún
tipo de… científico loco. Parece que lo que le interesa es hacerme fuerte de
verdad. Si sobrevivo”.
—¿Realmente quieres que mate a esos goblins?
—Por supuesto. Y lo harás tú sola, para comprobar que el
experimento ha funcionado. Y luego continuarás sola, tan lejos como puedas
llegar. Quiero que seas fuerte. Es más, la segunda inyección modifica el efecto
de La Mazmorra sobre ti, estimulando el crecimiento: es como si subieras más de
nivel de lo que La Mazmorra pretende. Lo lamento por romper la sorpresa tan
pronto. Ah, y otra cosa: los refuerzos vampíricos también serán como subir entre
4 y 12 niveles, dependiendo de cómo afecten a tu cuerpo. Si sobrevives. Claro
que eso no se verá reflejado en tu nivel asignado. En resumen: vas a hacer
trampas jugando a los aventureros. Además te quedarás con toda la experiencia
que normalmente se repartiría en un equipo. Veamos lo lejos que puedes llegar.
La maga lo asimiló en silencio. Sentía su cuerpo arder por
dentro. Le faltaba poco, pero todavía lograba evitar gritar por el dolor. Pero
no quería ceder. Sabía que él lo estaba esperando. “No le daré esa satisfacción.
No gritaré nunca más”.
—¿Por qué yo? —preguntó finalmente. Él parecía decepcionado.
—Llamaste mi atención, además de ser una presa fácil: sin compañeros,
traumatizada y con sed de venganza. No estabas en situación de pensar con
claridad.
—¿Por qué llamé tu atención?
—Una especialista en magia vestida con armadura pesada, que
había sobrevivido por sí sola luchando como una guerrera. Eso era evidente con
solo mirarte.
El ardor menguó. Cada vez más rápidamente.
—Para otros no era tan claro.
—¿Comparas mi intelecto con el de la podredumbre terrestre que
deambula por las posadas? Junto a la entrada del Octavo Piso solo hay basura
humana, ignorante, débil y pretenciosa. Como tú.
Ya no sentía dolor.
—Creo que la transformación ha terminado —dijo la maga.
—¿Qué te hace pensar eso?
Fue como si un martillo golpeara su cabeza.
Después gritó de dolor. Sintió su cuerpo retorcerse por
dentro.
Y luego todo fue oscuridad.
* * *
—Despierta.
La maga abrió los ojos. El Señor M la miraba orgulloso.
—Sí, señor —dijo sentándose. Estaba en una camilla de enfermería.
“No, de laboratorio”. Se puso en pie e hizo estiramientos.
—¿Cómo te sientes? —preguntó M.
—Como nueva. Ligera como una pluma —dio varios saltitos con
las puntas de los pies, y cada uno la hacía elevarse más de un metro.
—Bien. Tu quemadura ha tardado unos minutos en curarse.
—¿Qué quemadura?
—Una que te hice con una lámpara de rayos ultravioleta. Ten
cuidado con el sol. Bastará con que estés a la sombra o te tapes con ropa.
La maga miró la palma de su mano izquierda. Seguía en el
nivel 20.
—¿No debería haber subido un montón de niveles?
—No. No has recibido experiencia. Gracias a eso las trampas
serán aún más efectivas. Cuanto más alto sea tu nivel, más lentamente
avanzarás. De modo que hiciste bien en dejar vivos algunos goblins, habrías
subido al nivel 21. Tampoco remataste al troll tú sola, o serías nivel 22.
—A ver si lo entiendo: en realidad mi poder, por adaptación
al maná, es el de un nivel 30, excepto por las habilidades que La Mazmorra no
me ha dado…
—Sí.
—Y por otro lado, la vampirización me ha llevado cerca del
nivel 40, con algunas habilidades de vampiro.
—Habilidades latentes que tendrás que aprender a utilizar.
Pero sí.
—Y cada vez que suba de nivel, adquiriré experiencia extra.
—Y te lo dije fuera del alcance del Fantasma, que siempre
nos espía. De ese modo no corregirá su error. Al menos no hasta que sea
demasiado tarde.
—¿Y entonces no me bajará el nivel sin más?
—No puede hacerlo. Va contra las normas. Estudié muy bien
cómo hacerle trampas a su propio juego. Puede hacer otras penalizaciones, o
poner condiciones para debilitarte o bajar tu nivel, pero solo si sigues jugando.
En ese momento saldrás de allí y te pondrás a mi servicio.
—Espero estar a las alturas de sus expectativas, señor M.
—Y yo. Si no aprendes lo bastante rápido, no perderé el
tiempo.
—No le entiendo.
—Seré tu maestro de magia. Si no estás a la altura reemplazaré
la mitad de tu cuerpo por implantes, como hacía con la basura de las mazmorras.
—¿Qué mazmorras?
—Las del Castillo Negro.
* * *
Ya habían pasado dos años.
Hubo más experimentos exitosos. El científico hizo que solo
necesitara dormir 4 horas al día, así que se pasaba 18 horas diarias estudiando
y practicando magia. Cuando no le enseñaba directamente el Señor M, lo hacía su
discípulo número 1. O bien se enfrascaba estudiando los libros.
—Dedicas el triple del tiempo promedio que invierten los
magos en su formación —dijo una vez el discípulo meses atrás—. En esta ciudad serías
equivalente a un iniciado de sexto año, un rango intermedio. Aunque eso es
independiente de la cantidad de maná que pueda absorber y procesar tu cuerpo, o
de tu habilidad y precisión para controlarlo. O para moldear el del exterior,
en el éter. Claro que tu falso nivel 20 más todas las mejoras del Señor K te
han puesto efectivamente a ese nivel de poder.
—¿K?
—Cambió de apodo contigo. Cuando me acogió se hacía llamar
Señor K. Lo que quiero decir es que me sorprende lo lejos que has llegado. No
es solo una cuestión de horas invertidas: también tienes mucho talento. Has
dominado algunos hechizos de alta potencia o gran área, y ya puedas combinar 4
hechizos. Todo eso te hace apta como maga de combate, junto a tu facilidad con
las barreras. Podrías luchar en vanguardia.
—Gracias.
—Pero la hora que pasas entrenando como una guerrera, y tus avances
resistiendo contra los cyborgs los últimos meses, me han hecho replantearme tu
rol.
—¿Qué quiere decir, maestro?
—Que también eres una buena guerrera. Cuando vuelvas a La
Mazmorra deberías subir de nivel centrándote en ello. Los dones del Fantasma
reforzarán esa faceta física. No necesitas tanto poder mágico.
—Creo que el Señor M piensa lo contrario. Creo que quiere
una especialista.
Entonces el científico entró en la sala.
—Seguirás tu propio camino —dijo M—. El Fantasma sabe cuál
es. Sigue tu instinto y crecerás de la forma adecuada.
—Como ordene mi señor.
—La verdad es que estás creciendo mucho más rápidamente de
lo que esperaba.
—Gracias, Señor M. Me esfuerzo todo lo que puedo.
—No podía ser de otra manera.
* * *
Pasaron dos años y medio desde que lo conoció. Su formación
mágica bajó a 15 horas diarias el último semestre, y otras 4 horas entrenándose
en otros roles, incluyendo la detección de trampas, el asesinato sigiloso, el
tiro con arco, lanzamiento de dagas y otras destrezas físicas. Eran las bases
que potenciaría al subir de nivel.
Llegó el día de su graduación. La maga dejó de ser llamada “novata”
y fue recompensada con su nombre de sirvienta, en reconocimiento por sus logros:
Gwendolyne.
—Desde ahora te llamarás Gwendolyne —anunció el Señor M. La
maga inclinó la cabeza hasta que su frente chocó contra el suelo, en el
pentagrama.
—No merezco tal honor, maestro.
—Eres la discípula que más rápidamente ha aprendido en todos
mis siglos de enseñanza.
—Me siento halagada.
—Y hablo de rendimiento por hora invertida, no por reducirte
las horas que necesitas dormir.
—Le había entendido.
—Y he podido comprobar que tenía razón.
—Mi señor me honraría explicándome la razón.
—Hay algo que nunca te conté. Mi máquina detectora te había
localizado antes de que llegaras a aquella posada. Al partir con tu equipo
hacia aquella cueva, de hecho.
—No entiendo nada.
—Tú te hiciste aventurera antes de que mi padre fuera
destronado. Fuiste seleccionada por El Fantasma como parte del primer equipo
sustituto, si El Candidato Especial fracasaba.
—Si yo fuese una candidata especial lo sabría.
—El Fantasma te abandonó cuando su primera opción triunfó.
Pero el hecho de que siguieras viva, la única de aquel grupo, me indicó que tú
eras la importante. Mi corazonada dio en el clavo.
Gwendolyne recordó a su amiga. Debía seguir en la Tierra. “Quizá
el maestro se equivoca”, pensó. Pero no se atrevió a sugerirlo. Su ira era
terrible, y siempre se enfurecía al insinuar que podía estar equivocado.
—¿Yo era una candidata especial? Me resulta tan extraño…
tenía entendido que los candidatos especiales son prodigios que se ven cada mil
años. He oído que todos los mundos de La Red tienen leyendas sobre ellos.
Siempre son grandes héroes.
—Y suelen convertirse en reyes. Lo sé, a veces esas
historias son ciertas. Nunca te lo había preguntado. ¿Por qué dejaste de subir
de nivel después de conocer a Martin El Destronador, durante la guerra?
—Después de la que se había liado, la guerra y la muerte a
nuestro alrededor, una amiga superviviente y yo nos volvimos a casa.
—Pero no acabó ahí tu vida de aventurera…
—No, claro. Unos meses después me sorprendí comprendiendo
que volvía a tener ganas de aventuras, y entonces el portal volvió a aparecer
allí mismo, en mi dormitorio, esperándome.
—El Fantasma es muy cotilla, ¿verdad? Siempre espiando tus
pensamientos, incluso fuera de tu territorio. Al menos si llevas su marca. Siempre
tengo que tomar algunas medidas para pararle los pies.
—Llamé a mi amiga y se lo conté. Me dijo que estaba loca. De
modo que entré yo sola por el primer piso.
—Ya veo. Repetir pisos anteriores no da experiencia, normalmente.
—Sí. ¿Hay excepciones?
—El Fantasma hizo trampa con el Candidato Especial la última
vez. Sigue.
—En el Segundo Piso encontré el portal a otro mundo de La
Red. Allí me encontré a una pareja acampando en el exterior. Necesitaban a
alguien para montar guardia por la noche, sería mejor entre 3 personas. Y así comenzamos
a colaborar…
—Sáltate esos detalles.
—Aprendimos algunas cosas de unos cazadores de monstruos. Ganamos
equipamiento de calidad en un gremio haciendo misiones. Y luego volvimos,
pensando que teníamos experiencia real.
—Seguíais siendo novatos.
—Sí, pero como ya no cargábamos con la insignia más baja del
gremio, rango porcelana, pensábamos que no éramos frágiles.
—Y luego hubo goblins.
—Exacto. Nos confiamos. Para entonces uno de esos
aventureros “no novatos” del gremio, de rango obsidiana, se nos había unido:
era un guerrero enano. Así que siendo 4 y creyéndonos con experiencia por hacer
misiones 3 meses, nos confiamos. Vi cómo los goblins del tercer piso los
mataban a todos.
—Me contaste lo de la segunda vez cuando no me importabas
nada. Pero ahora quiero saber más sobre ti.
—¿La forma en que sobreviví? Ellos fueron señuelos que los
mantuvieron distraídos. Yo solo eché a correr.
El científico estalló en carcajadas.
—Demasiado indigna para haber sido candidata especial. El
Fantasma debió quedar muy decepcionado contigo.
—El enano me lo dijo: “¡Escapa mientras puedas!”. Dio la
vida para salvarme. No podía dejarme matar.
—¿Qué aprendiste?
—La importancia de una armadura completa. El enano no la
llevaba. Vi cómo buscaban los huecos. Le vi resistir en pie, sangrando. Y luego
solo corrí sin mirar atrás.
—¿Qué nivel tenías?
—19. Tuve que hacer una misión de monstruo opcional para
subir al 20, con mi último equipo.
—Una nivel 19 debería haber arrasado con ellos con una daga
y un escudo. Eran los goblins del tercer piso, mucho más débiles. ¿Qué te
detuvo?
—La formación que habíamos ensayado. Nos habían enseñado en
el gremio cómo repartirnos las tareas. Se suponía que yo tenía que encargarme
de los hechizos y estar en retaguardia.
—Ya veo. No tuvieron en cuenta que tú eras la más fuerte.
Necesitabais una formación diferente. Y deberías haber desarrollado tu lucha
física para aprovechar tu nivel.
—Pero entonces no me daba cuenta.
—Solo subiste un nivel. ¿Qué te impidió hacerte más fuerte antes
de conocer al tercer equipo?
—Tras perder a mi segundo equipo a manos de los goblins, decidí
que tenía que aprender magia más a fondo. Estuve un tiempo aquí, en Vhae
Dunking. La primera vez, antes de conocer al Destronador, pasé de largo. Pero
tras más de año y medio con el usurpador en el trono, ya había algunos humanos
en la ciudad, por todos los cambios que hizo. Cada vez más terrestres
penetraban en La Red. Así que formé un nuevo equipo. Busqué entre todos los que
eran lo bastante prudentes para tomarse su tiempo de aprender y equiparse en la
Ciudad de los Sabios. Y todos eran humanos para que nos compenetráramos mejor.
Parecía un buen plan.
—¿Qué salió mal?
—Su arrogancia. Como en el tercer piso. No me escucharon. Y
quería mandar el guerrero por ser nivel 25. Joder, yo aprendí más esgrima de la
que él sabía solo por practicar en el gremio con mi segundo equipo. Él solo era
un bruto mal protegido ondeando una mole de metal. Cualquiera podría hacerlo.
—Así que en total has tenido 3 equipos.
—Sí, mi señor.
—Pues el número 4 será el definitivo para ti.
—Será un honor luchar a su mando, mi señor.
—Me he acostumbrado al lenguaje informal, es más breve. Ya te
dije que no soy vanidoso. Llámame Señor M. O solo M.
—Entendido, M. ¿Cuál será mi primera misión?
* * *
Masacró hasta el último goblin. Redujo a cenizas al troll.
Hizo todos los monstruos opcionales. Y luego siguió avanzando, sola.
Despejó los subterráneos enanos del piso 12, resolvió sus
intrincados acertijos mecánicos sin problemas, y continuó al piso 13,
territorio de dragones.
Había uno observándola sobre el acantilado cuando cruzó el
portal.
—Hueles a vampiro —dijo amenazadoramente. Se detuvo. Recordó
las palabras que debía recitar.
—Soy una semivampiresa liberada, sin secuelas.
—Tú no eres Mary.
—No.
El dragón saltó y el estruendoso impacto levantó una nube de
polvo. Sus amenazadores ojos se acercaron y la olfateó de cerca.
—Tu karma no es malo.
—No.
El dragón se relajó y su cuello se flexionó, alejando sus fauces.
—¿Quién eres?
—Solo soy una aventurera. No quiero salir del paso asignado
a La Mazmorra. ¿Me dejarás luchar contra dragones falsos?
—Eso sería vergonzoso. No permitimos que haya dragones tan
debilitados como para que los aventureros de este piso puedan con ellos.
—¿Tiene la culpa La Mazmorra de que el portal de vuestro
planeta conecte con un piso tan bajo?
—Sí. ¿Dónde están tus compañeros?
—Viajo sola. ¿Si no voy a luchar contra dragones, qué se
supone que debo hacer para continuar?
—Según nuestro acuerdo con el rey, yo decido si puedes pasar
de este punto. Sé que eres maga. Muéstrame lo que sabes hacer.
Recitó una combinación de 4 hechizos: fuego, viento,
amplificar y marca rastreadora. Lanzó esta última primero señalándole con la
palma, como un impulso de maná.
—¿Seguro que quiere que le lance este ataque?
—Y sin contenerte —dijo alzando el vuelo.
—Muy bien… ¡Misil rastreador! —el cañonazo creó una onda
expansiva de llamas en forma de anillo, abriéndose desde sus manos a toda
velocidad; el proyectil ígneo, alargado y con estela como un meteorito, era más
veloz y poderoso de lo que el dragón había calculado. Hizo un par de maniobras
evasivas en el aire, pero también era más ágil cambiando su trayectoria de lo
que pudo prever; finalmente le impactó de lleno en el pecho. La explosión lo
lanzó como si un gigante le hubiera pegado un empujón, pero estaba ileso.
Corrigió su postura y le habló desde el cielo, aleteando sus alas.
—Nada mal, niña. No eres tan débil como aparentas. Puedes
pasar.
Caminó y salió del desfiladero. Estaba en terreno volcánico.
A lo lejos vio una pequeña ciudad de piedra de estilo griego clásico. Había un
anfiteatro más cerca, vacío. Siguió por el camino de piedra gris, serpenteante,
hasta llegar a la cima de una colina adyacente al volcán. Había otro dragón,
durmiendo y roncando.
—Hola —dijo Gwendolyne. El dragón se despertó y la miró
perezosamente. Su voz era de mujer.
—Hola, niña. ¿Aventurera?
—Sí, señora.
—¿Por qué?
—¿Eh? Pues… porque me gusta.
—¿Te gusta ponerte en peligro?
—No.
—¿Te gusta ver morir y sangrar a tus compañeros?
—No. De hecho viajo sola. Así no veré morir a nadie a mi
lado. Nadie que no sea mi enemigo.
La dragona guardó silencio un momento. Su cabeza, que estaba
elevada sobre la de Gwendolyne, bajó lentamente hasta mirarla a los ojos, pero
no era desafiante.
—¿Qué esperas conseguir?
—¿En general, en la vida? ¿O aquí dentro?
—Solo contesta.
—Quiero… hacerme más fuerte.
—¿Y luego qué harás con ese poder?
—No lo sé. ¿Matar goblins? Solo quería matarlos a todos. Al
menos maté a los del Undécimo.
—¿Undécimo?
—Sí, el rey Félix los ha cambiado de sitio. Por lo visto
morían demasiados novatos. Pero ya he perdido a dos equipos, antes y después
del cambio, a manos de goblins. No es que haya servido de mucho.
—Pobre niña. La culpa del superviviente.
—¿Eh? No me siento culpable. Me alegra estar viva.
—¿Cuál es tu propósito?
—Ya se lo he dicho, señora: hacerme más fuerte.
—¿Para qué, si te sobra poder para masacrar goblins?
—Porque… ¿por qué no?
—Sé cuándo mientes.
Gwendolyne guardó silencio.
—Si no me gustan tus respuestas no superarás este punto.
La chica suspiró.
—Cumplo órdenes. Espera de mí que me haga fuerte. Todo lo
posible.
—¿Quién?
—Mi señor. No puedo decirle más sobre él.
La dragona apoyó su cabeza en el suelo y cerró los ojos.
—No puedes pasar.
Se hizo el silencio. Y pronto volvió a roncar.
Gwendolyne se quedó mirando alrededor por si alguien le
estaba vigilando. “¿Se supone que nadie me va a detener?”. Intentó dar un paso,
pero no pudo. No tenía permiso. Tragó saliva. “Estoy en el mundo de los
dragones. Bueno no, es una recreación, según me dijo el Señor M. El caso es que
esto está lleno de ellos. Y son reales. Todo su poder al máximo. Me dejaron
claro que no podría vencerlos. ¿Entonces qué hago?”.
—¿Señora dragona?
La dragona dejó de roncar, abrió los ojos y la miró sin
interés.
—¿Qué quieres ahora? Ya te he dicho que no puedes pasar.
—¿El de la entrada impide el paso a los que tienen mal
karma?
—No. Solo a los débiles. Si fueras una guerrera te hubiera
dicho que le golpearas. Ya que La Mazmorra permite que avance la gente malvada,
nosotros tenemos que aguantarnos y permitirlo también. Es parte del trato.
—¿Entonces qué es lo que usted debe impedir que pase?
—Si te lo dijera no serviría de nada esta prueba.
Cerró los ojos y siguió con su siesta.
Gwendolyne se sentó y cerró los ojos también.
Los abrió al comprender.
—Señora.
—¿Qué quieres ahora, niña? —esta vez ni se molestó en abrir
los ojos.
—Voy a continuar mi camino, me de permiso o no. Aunque acabe
corriendo con todos los dragones de la zona detrás de mí. Aunque tenga que echar
una carrera a la muerte mientras las llamas me persiguen.
—Qué poético. No puedes pasar.
Gwendolyne se puso en pie. Localizó la cueva a la que se
dirigía el camino, al otro lado de la colina, y echó a correr.
Utilizó impulso de maná explosivo en cada zancada; hechizos
de refuerzo de velocidad y de resistencia a la fatiga; barreras que desplegó
una tras otra a lo largo del camino, y corrió paralela a este. La gran bola de
fuego brotó de la dragona, y justo a tiempo Gwendolyne saltó al camino,
protegida por la primera barrera. El calor fue molesto en la piel de su cara, y
se la tapó bajando el yelmo. “¡Quema!”. En cuanto la primera llamarada se
consumió, la barrera, agrietada, estalló en pedazos. Miró a la colina y la
dragona apenas empezaba a levantarse. El primer ataque había sido desganado y
perezoso. Gwendolyne echó a correr con todas sus fuerzas, y esta vez estaba
inundada de adrenalina. “Joder, joder, joder!”.
Sintió que el ataque comenzaba y se alejó del camino,
lanzándose de cabeza cuesta abajo. Tal y como esperaba la segunda llamarada fue
directa a la barrera. El impacto extendió las llamas a los lados, y el fuego destelló
unos metros por encima de Gwendolyne. La barrera se fundió y el remanente de
llamas la sobrepasó, mientras se extinguían. Se preguntó si estaba calculado
para que sobreviviera, en caso de haberle alcanzado por parapetarse tras la
barrera.
Se puso en pie y echó a correr. La dragona planeó hasta ese
lado de la ladera. Preparó su ataque. Gwendolyne ya conocía su retardo. Sin mirar
sintió con suficiente claridad la acumulación de maná, y también calculó su
propia velocidad. Justo en el momento adecuado, antes de la masa crítica,
corrió hacia la izquierda, subiendo de vuelta al camino. Las llamas pasaron
tras ella, mientras saltaba y rodaba por el camino, apartándose de ellas. Ahora
la ladera había hecho de escudo. Se levantó y siguió corriendo sobre el camino
de piedra. Había otras dos barreras preparadas.
La dragona echó a volar sobre ella.
—¿Cómo te defenderás ahora? —dijo preparando su próximo
ataque. Gwendolyne se detuvo. Usó omisión de cántico, directamente con la
habilidad otorgada por La Mazmorra, y creó una tras otra 4 barreras. O eso
intentó, porque solo tenía preparada una cuando impactó el fuego. “Estoy
mirando la muerte a la cara”, pensó. La segunda barrera se terminó de conjurar
antes de que la primera fuese destruida. Pero las llamas aún seguían a plena
potencia.
—¡Para! —gritó. Pero las llamas continuaron. La tercera barrera
continuó formándose a tiempo, y la segunda fue sobrepasada. Entonces notó que
las llamas comenzaban a debilitarse. Comenzó a recitar el conjuro formal, ya
que su límite con la habilidad había sido sobrepasado. La tercera barrera tardó
más en consumirse. El fuego siguió debilitándose. La cuarta tardó un poco más.
Y finalmente, cuando su hechizo de barrera creó la quinta,
la cuarta barrera se rajó y desmoronó. Las llamas se extinguieron. “Eso ha
estado cerca…”, y entonces abrió los ojos como platos al darse cuenta de que la
dragona estaba en caída libre directamente hacia ella. “¡Mierda!”. Echó a
correr y la barrera estalló en mil pedazos, rebasada. La criatura se posó en el
suelo. Gwendolyne seguía corriendo, y la siguiente llamarada apuntaba directa a
la barrera. “Parece que se está cansando, este ataque es débil, tengo unos
segundos”. Pudo recitar otro conjuro de barrera. Sus habilidades otorgadas
tenían “tiempo de enfriamiento” y había alcanzado su límite. El fuego se
extinguió antes de destruir la segunda, pero estaba dañada y a punto de
desmoronarse.
—¿Eso es lo único que sabes hacer? —dijo la dragona. “No me
voy a parar a discutir”. Sin contestar siguió corriendo. La entrada a la cueva
estaba cerca. “¡Ya casi he llegado!”.
Pero se formó una barrera diferente, dorada, bloqueando el
paso. Gwendolyne detuvo su carrera a tiempo de no hacerse daño, pero rebotó con
un choque de sonido metálico. Se cayó de culo torpemente y se levantó de
inmediato. Se dio la vuelta. La dragona había desaparecido. En su lugar había
una mujer de aspecto élfico y larga melena rubia y piel rosada, con la mano
alzada. La bajó lentamente.
—Te dije que no podías pasar.
Gwendolyne había oído hablar de eso: los dragones podían
tomar aspecto humanoide. Aunque esa mujer vestía solo una túnica blanca al
estilo clásico, con bastante piel expuesta y sin rastro de armadura. “En este
estado se supone que son mejores magos, excepto por los ataques directos de
fuego. Pero físicamente más débiles. Pero el maestro me dijo que no podría
vencerlos. ¿Era una prueba? ¿Debería intentarlo?”.
Mientras pensaba todo esto, la mujer caminaba a paso vivo.
—¡Atrás!
—¿Por qué? —contestó sin detenerse. Gwendolyne chasqueó la
lengua. Saltó a un lado de la ladera para que la explosión se desviara en
ángulo opuesto, y conjuró el hechizo cuádruple del misil mágico.
La dragona conjuró una esfera de agua frente a la barrera
dorada. “¡¿Qué?! ¿Dragones usando agua?”. Pese a todo lanzó su ataque.
La explosión disparó vapor de agua al otro lado de la
colina. La barrera dorada no mostraba daños aparentes. “Mierda…”. Se giró. La
dragona estaba cada vez más cerca.
—¡Voy a pasar de un modo u otro! ¡No intentes detenerme!
—¿Por qué?
Gwendolyne extrajo el martillo de guerra del artefacto de
inventario que le dio su maestro, un arma que había obtenido en el piso 12, y
le aplicó un hechizo de rayo, adecuado para dañar barreras reforzadas con
tierra. Golpeó la barrera una y otra vez, frenéticamente, pero no le hacía ni
un rasguño. Recordó, nerviosa, que no había utilizado hechizo de refuerzo de fuerza,
y lo lanzó. La dragona casi la había alcanzado.
—¡Atrás! —repitió, y lanzó los últimos golpes desesperados.
La dragona se detuvo a dos metros, justo cuando Gwendolyne
dejó de atacar la barrera y se puso en guardia frente a ella.
—¿Por qué tanta insistencia? —preguntó la dragona.
—Es la voluntad de mi señor.
—Lo veo en tus ojos. Hay algo más. ¿De qué se trata?
—¿Mis ojos?
—He conocido a varias personas manipuladas o controladas con
magia. Tú lo pareces, pero a la vez eres diferente. Me pregunto en qué.
—¿Controlada? Mi señor es mi maestro. Me ha enseñado… casi
todo.
—Ya lo veo. Como eres humana veo tu juventud. A tu edad no
deberías ser capaz de tener tal dominio de la magia. No sin habilidades otorgadas.
Y tu poder real no se corresponde con tu nivel asignado por El Fantasma. Es
algo más allá de los refuerzos vampíricos. ¿Cuál es el secreto de tu maestro?
—Daría mi vida por mi maestro. No diré ni una palabra sobre
él.
—Entiendo. No solo te controla, se ha hecho indispensable
para ti, ha hecho que te sientas en deuda con él, y ha logrado que te importe
de verdad. Te ha manipulado bien.
Gwendolyne se hartó. La miró con fiereza a los ojos.
—¡Déjame pasar! ¡Abre el paso y no interfieras! ¡Nada me
impedirá cumplir mi misión, ¿te enteras?!
La dragona le sostuvo la mirada. Finalmente suspiró.
—Está bien.
—¿Eh?
—Mi trabajo es comprobar tu determinación. Este lugar es muy
peligroso. No queremos a gente jugándose la vida sin saber lo que están
haciendo, como si fuera un juego. Tienes que tener claro lo que haces, y que es
realmente quieres. Lamentablemente en tu caso, estás siendo controlada de varias
maneras.
—No informarás de esto a nadie.
—¿O qué?
—O tú y todos los demás seréis destruidos.
—¿Por quién? ¿Por ti?
—Mi señor es poderoso.
La dragona sonrió.
—¿Crees que mi pueblo no podría con él? ¿Quién se cree que
es?
—Él no está solo. Sirve a alguien incluso más poderoso.
—Puedes pasar.
La barrera dorada desapareció. Gwendolyne frunció el ceño. Miró
inquisitivamente a la mujer, pero esta se mostró inexpresiva. “¿Se ha asustado
después de todo?”. Sin darle la espalda, con cuidado, se introdujo en la cueva.
Pronto echó a correr. Nadie la siguió. Activó un par de trampas pero se libró
por los pelos. Desactivó otras y finalmente llegó hasta el portal. Había un
acertijo que resolver antes de que se quitaran los barrotes indestructibles. Le
llevó un par de minutos dar con la combinación correcta de palancas, que hacían
girar cubos con símbolos en cada cara. Cruzó y llegó al piso 14.
—¿Lo has oído todo? —preguntó la mujer dragón.
—Sí —contestó El Fantasma apareciéndose a su lado.
—Bien.
—Siempre es agradable encontrar a alguien que puede verme
tan fácilmente.
—No te veo, solo te oigo.
—Vaya.
—Parece que El Amo ha hecho su movimiento.
—O al menos su hijo.
—¿Crees que la envía él?
—No lo sé todavía. Lo que hayan hablado ha sido más allá de
mi alcance. Tienen medios para impedir que les espíe fuera de mis dominios.
—Oí que el semidragón del Amo tenía un ayudante tan malvado
como él.
—Sí, también podría ser cosa suya.
—¿Quién es ella?
—Era parte de un grupo que pensaba usar como sustituto si
algo salía mal. Pero salió bien.
—Has evitado decirme si ella era otra candidata. Eres tan
escurridizo como siempre.
—Solo cumplo mi función.
—¿No es demasiado fuerte, incluso como semivampiresa?
—Lo es. Gracias por ponerla a prueba.
—No son solo los hechizos formales que ha aprendido, o que
pueda combinar 4. Es… todo.
—Sí. Probablemente ha sufrido transformaciones de
laboratorio. Y estimulación de crecimiento, como los humanos de Tierra II, pero
de forma acelerada. Seguramente es lo primero que le hicieron, fuese quien
fuese.
—¿Qué harás con ella?
—No lo he decidido.
—Tus planes inefables requieren su tiempo, ¿eh?
—Pero la vigilaré de cerca.
* * *
En el piso 14 había monstruos humanos. Es decir, eran
artificiales. Algunos parecían bandidos medievales, y otros parecían salidos de
una distopía postapocalíptica, con sus trajes de cuero con pinchos, crestas y
cosas por el estilo. Los primeros luchaban igual que los aventureros, formando
grupos débiles pero coordinados en equipo. Los segundos usaban armas de fuego
falsas, alimentadas por maná: eran artefactos de disparo de bolas de fuego
explosivas, y consumían una pequeña astilla de cristal de maná por cada bala,
quedando agotada su carga. Esto fue una nueva incorporación al bestiario, tras
incorporarse la Tierra a la Red por intervención del rey Félix, al menos de
forma parcial: después de todo seguía estando protegida. Solo los humanos
tenían permiso para entrar. Había muy pocas excepciones, y normalmente seguían
órdenes directas del rey, del mismo modo que unos años antes Tom, el leónido, cruzó
el portal cumpliendo una misión.
Gwendolyne sentía repugnancia. Odiaba matar humanos, aunque
fueran falsos. Y también odiaba la casquería que adornaba sus escondrijos.
Todos parecían ser putos psicópatas asesinos en serie, y se lanzaban como locos
pegando alaridos contra ella. Su armadura, que había sido encantada por sí
misma, era capaz de resistir las balas falsas. De modo que los embestía y
liquidaba con armas blancas, uno tras otro. Era más sucio, pero decidió que
necesitaba practicar, pese al asco que sentía. Los que usaban espadas y tenían
aspecto medieval, tenían cierta destreza utilizándolas, y se combinaban con
otros magos débiles. El hecho de que fuera sola le complicaba las cosas, pero
podía crear un par de barreras con su habilidad, y luego recitar algunos otros
hechizos. Iba tomando un parapeto u otro según lo necesitara, con un combate
ágil y sin dejar de moverse.
Finalmente llegó hasta el camino que llevaba a Tierra II.
Había letreros señalizadores. Había evitado intencionadamente el camino seguro
de los comerciantes, para poder seguir subiendo de nivel. “Solo tengo que saltar
la barricada, que ningún monstruo traspasa, y podría descansar en Tierra II.
Quizá incluso visitar El Castillo Negro. Oí que hay una posada a las afueras,
junto al establo”. Vio pasar un carromato tirado por caballos, y otro autopropulsado
por cristales de maná, de manufactura enana. Ambos eran lentos. “Ni los motores
de explosión, ni las baterías ni la pólvora funcionan dentro de La Mazmorra”.
—¿Quieres que te lleve, muchacha? —pregunté, deteniendo el
carro.
—Creo que seguiré cazando monstruos, gracias.
—Como quieras —pegué un pisotón a un pedal y la máquina se
puso en marcha de nuevo. “Pero la verdad es que necesito descansar”, pensó
ella. La verdad es que me alegra que tengamos tan buenos artefactos para explorar
recuerdos en los interrogatorios. Lástima del uso que les dimos con ella.
—¡Espere! —exclamó Gwendolyne. Sabía que no debía hacerlo.
Sabía que tenía una misión. El Señor M le había insistido en que se alejara del
rey. “Pero no pasará nada si me mezclo con la gente y lo veo desde lejos, ¿verdad?”.
Impulsivamente Gwendolyne saltó sobre la empalizada, y
aterrizó directamente a mi lado, sobre el asiento de madera. Me reí.
—La verdad es que nunca he visto El Castillo Negro —dijo
ella, aún con el yelmo puesto.
—No es nada especial, si te soy franco. No se puede comparar
con los palacios de piedra de los enanos.
—De eso estoy segura.
La llevé a través de la explanada exterior de Tierra II,
ahora sin una cúpula que obstruyera el sol, y la hierba volvía a cubrir el
lugar. También había árboles jóvenes por todas partes. Y allí se alzaba, en todo
su tétrico esplendor, El Castillo Negro, el refugio del Amo durante milenios,
la fortaleza del rey Félix I. El lugar donde estuvo el laboratorio principal de
su maestro, el Señor M. El lugar donde, a su retorcida manera, seguían
encontrándose todo tipo de tesoros de conocimiento, porque como le habían
contado, el rey había creado una división de investigación y desarrollo. Sentía
curiosidad por verla. Había aprendido algunas cosas sobre la ciencia de su
maestro.
Así que en cierto modo Gwendolyne se sintió como si regresara
a casa, y decidió que no podía ver solo la fachada. No se quedaría en la posada
del exterior. Tenía que echar un vistazo al interior, al menos. Necesitaba
verlo por sí misma. “Y si hay suerte, tal vez incluso logre ver al rey en
persona”.
—Dime, ¿te gustaría ver al rey? —pregunté.
—¡Claro! En la Tierra todo esto intenta mantenerse en
secreto, pero los que lo conocemos lo admiramos.
—He oído que es temido.
—Sí. Por eso no he dicho que sea conocido como un héroe.
Todavía discutimos si es bueno o malo.
—Pues yo lo conozco, ¿sabes?
—¿En serio?
—Sí, trabajo en el taller del castillo. Yo estaba allí el
día en que… ¡oh, pero qué hermosa eres! —exclamé cuando ella se quitó el yelmo.
—Gracias. En teoría esto es terreno seguro, y los guardias
querrán verme la cara.
—Muy cierto.
Gwendolyne se quitó el guantelete izquierdo para contemplar
su nivel. 2 niveles por completar el Undécimo, los goblins y el minijefe troll.
4 por hacer ella sola las 2 zonas con 2 minijefes del Duodécimo, en superficie
y en territorio enano. Se saltó el jefe kraken durmiendo en el mar, era opcional
y estaba hecho para enfrentar grandes grupos. Sin importar lo grande que fuera
un grupo, todos sus miembros subían 2 niveles superando las pruebas de los 2
dragones. La limpieza de monstruos humanos en las 2 zonas del piso 14, pero no
había encontrado a los minijefes ocultos, y no había luchado contra el liche opcional
de la cueva de la charca venenosa, un zombi humano alzado como mago con
regeneración. Para enfrentarlo tendría que haber pasado de largo ante el camino
a Tierra II.
—Nivel 30 —dijo Gwendolyne.
—Entonces acabas de estrenar el aura de color. ¿Cómo te
sientes?
—Rara. Es como si mi cuerpo empezara a brillar con luz violeta
cuando le presto atención. Pero no la veo con mis ojos.
—Ya te acostumbrarás.
Lo que Gwendolyne no dijo era que gracias a los experimentos
del Señor M, los refuerzos físicos y mágicos eran mayores de lo que pretendía
La Mazmorra. Tal vez como si hubiera subido 15 niveles en vez de 10. Pero no
obtuvo habilidades extra, eso no pudieron forzarlo.
“Me siento tan extraña… ¿entonces soy como un nivel 35 más
10 niveles por refuerzo vampírico, más otros 10 por mutación para adaptarme al
maná? Apenas reconozco a mi cuerpo”.
—Me pregunto si me costará mucho dominar mis nuevas
habilidades.
—Bah, eso son un par de días de práctica. Los dones
otorgados no tienen nada que ver con el entrenamiento que hace la gente ahí
fuera, en los mundos de La Red.
—Ya me enseñaron la teoría para varias clases, así que
supongo que tienes razón.
—He oído que el rey no tenía ni idea de usar habilidades
durante la mayoría de los pisos.
—¿Qué? ¿En serio?
—Totalmente. Aun así se las ingenió para sobrevivir. Y eso
que ni siquiera tenía entrenamiento alguno antes de venir aquí. Además lo hizo
solo en los primeros pisos.
—Solo, sin entrenamiento ni habilidades…
—Por algo es el rey, ya sabes. Y no fue así todo el tiempo.
Fue haciendo compañeros y aprendiendo cosas por el camino…
La chica enmudeció. Me salió el tiro por la culata, como
dicen los terrestres. Sé cuándo una persona cree que no da la talla. No podía
permitirlo.
—¿Alguna vez has oído un chiste de los enanos? —pregunté
sacándola de su ensimismamiento. Se puso el guantelete de nuevo.
—Viejo, gracias por llevarme, eres simpático, pero no tengo
ganas de ligar.
—Veo que el chiste soy yo —dije haciendo un mohín.
—No pretendía…
—¡Te tomaba el pelo! —y me eché a reír. Mi risa es
contagiosa y terminó riéndose también.
Así fue como conocí a Gwendolyne, el último amor de mi vida.
Lástima que no fuera correspondido.

Me gusta.
ResponderEliminar¿En qué, puedes profundizar?
EliminarTengo la sensación de que este capítulo falla, y no sé en qué momento poner esta subtrama sobre el científico payaso. Cronológicamente antes iría el que escribí ayer con compañeros de Igraine en el lado del científico, pero tampoco tengo claro el orden en el libro.
Hola, disculpa si tardo en contestar. Por motivos personales apenas puedo conectarme.
EliminarMe gusta porque es un relato ligero. No me ha parecido que falle en nada. Vale, de acuerdo en que no es tan denso como otros capítulos que has escrito, pero abre nuevas vías de desarrollo en la trama, incluso aprovechando personajes de fondo del relato principal.
Me ha gustado que rescates a las chicas con las que se encontró Marty y la aparición de un nuevo narrador promete nuevas líneas argumentales. Además, el tono general de todo el capítulo es ameno y de lectura fácil.
Para la cronología interna no veo necesario que sigas un orden estricto. Siempre y cuando aclares lo que quieras puedes alterar la aparición de personajes sin destruir la cohesión del todo. No sé si me explico... podrías poner un capítulo explicando las andanzas de M desde que abandonó el Castillo Negro en medio del libro, no necesariamente al principio e igual con todos los hechos que ocurren. Sólo con poner referencias casuales a tal o cual suceso creas una trama de fondo que se densifica y define con cada palabra. Si además en un momento dado lo quieres aclarar explicitamente creando un capítulo exprofeso no está de más, pero una de las cosas que mejor haces es precisamente conseguir que todo el ambiente y lo que pasa sea creíble sin necesitar aclararlo continuamente.
Así que dices que creo un mundo consistente y creíble. ¿Por dar trasfondo? No tengo claro mis puntos fuertes desde la perspectiva exterior a mí mismo. Sé lo que a mí me gusta y lo que no, pero no qué impresión causa en los demás. ¿Qué puntos fuertes tengo?
EliminarClaro. Los personajes que creas son reales, con sus fallos y manías y las situaciones las dibujas con pocas pinceladas. Lo que he leído tuyo hasta ahora, aparte de la lógica evolución como escritor, indica que puedes crear todo un fondo sobre el que ocurren los hechos.
EliminarCreo que lo mejor que puedes hacer es escribir lo que te gusta. Sólo así puedes hacer creíbles tus escritos. No sé si tienes suficientes tablas para hacer de mercenario, escribiendo sobre algo que quizá ni te llame ni te guste, así que doy por sentado que escribes lo que quieres.
Como te comenté otro día, has pasado de presentar inicialmente personajes bastante planos, sin apenas profundidad y con muy poca ambientación a crear situaciones que pueden meterte como lector dentro de ellas. Una de las que más me gusta es la lucha final con el Rey Vampiro. Cuando la leí me metí en la trama hasta el punto de sorprenderme con las capacidades de Susan o la sabiduría inocente de Marty.
A eso me refiero. Pude ver toda la lucha como espectador neutral y además visualizar todo el decorado, el lugar donde estaban. Pero no sólo eso, también me permitiste meterme hasta cierto punto en sus sentimientos y miedos.
A veces flojeas, sobre todo cuando explicas demasiado las cosas y no sabría decirte si son acierto o error los comentarios que hacen en ciertas situaciones. No me viene a la cabeza ahora mismo ninguna en concreto. En cuanto las encuentre te las indico.
El clímax del rey vampiro también me encanta, es lo mejor que he escrito, me parece. Si me cuadran los capítulos será el final del cuarto volumen.
EliminarA veces doy demasiada información y al releer reparto entre más párrafos.
Las erratas son porque está sin revisar, siempre pasa.
Doy por sentado que la primera persona del final del relato no corresponde al Rey Félix. Hasta ahora nunca había hablado de sí mismo en tercera persona, así que no me cuadra que lo haga. Aunque el tener que salir camuflado de su castillo le obligaría a comportase de esa manera para que los telépatas y lectores de mentes no lo descubrieran. Las dos opciones son válidas.
ResponderEliminarTienes unas erratas en el texto, sólo redundancias y reiteraciones, poco más. Si las corriges quedaría mejor.
La narradora por defecto es Mary, Fuera del Laberinto es un libro escrito por ella. Pero habitualmente son otros personajes. El tercer capítulo iba a ser uno narrado por Max y se presenta directamente, así que colgar ya este pilla desprevenido, porque ha había establecido esta dinámica con Mary en varios más del borrador de la novela. Este lo adelanté porque lo acababa de escribir y funcionaba solo.
EliminarVale. Sabía que no podía ser Mary porque habla de sí mismo en masculino, pero a Max lo había sacado de la trama, ni me acordaba de él. Me has pillado.
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