Fuera del Laberinto 2: La tienda D&D
Esta historia es un anticipo de mi próxima novela, Fuera del Laberinto. Continúa directamente después de La Biblioteca Infinita.
EN EL MUNDO DE LA MAZMORRA
Fuera del laberinto

2
La tienda D&D
La siguiente crónica me fue encargada por mi cercanía
personal a algunos de sus protagonistas. Recopila parcialmente información
sobre el devenir de La Familia. Se sitúa después de los sucesos acaecidos
durante la caída del “Amo”. Como fruto de mi investigación (incluyendo extracción
de recuerdos y entrevistas a testigos), lo contaré desde diversos puntos de
vista, porque cada uno de ellos es el protagonista de la historia en sus
recuerdos.
Es la primera vez que hago algo así. Cuanto más pienso en
ello más interesante me parece narrar los sucesos que llevaron a la humanidad
al Primer Contacto con La Red de Mundos. Pero no creo que sea yo la más
adecuada para contar esa historia. Quizá deba ponerme en contacto con El Rey.
No dudo que La Biblioteca Infinita también encontraría interesante el camino
que le llevó desde un simple estudiante de magisterio en la Tierra, hasta
capitanear la transición terrestre hacia la magia, los alienígenas conocidos
como elfos y dragones, y la integración cultural de mundos radicalmente
opuestos, con todos los desafíos que ello supone. Por no hablar de recuperar el
contacto con los descendientes de los colonos originales de América, radicados
en Tierra II desde hace muchas generaciones.
Pero eso sería una historia para otro día. Los hechos que
tiene el lector entre manos comenzaron con un monstruo semihumano secuestrador,
violador y asesino de masas, cirujano de lo imposible y criminal de guerra.
Mary Schwartz.
Propiedad de La
Biblioteca Infinita.
Prohibida la
reproducción bajo pena de expropiación hasta la ruina.
Era lunes, así que naturalmente algo iría mal. No podía
imaginarme cuánto.
Uno puede superar la resaca de su trigésimo tercer
cumpleaños, pasarse el domingo viendo anime hasta trasnochar, y lamentarse toda
la mañana del lunes, sobreviviendo a base de café. En mañanas así uno tendría
razón al quejarse de que es el peor día de la semana. Incluso tendría razón
pensando en cuánto hace que no moja. Todo eso son razones suficientes para
protestar de tener un mal día. Pero no creía que fuera nada realmente grave lo
que iba a sucederme. Así que pensaba, ingenuamente, que mis problemas serían
los de cualquier lunes en la oficina, pero no podía estar más equivocado: resulta
que en algunas dimensiones hay demonios que se dedican a divertirse con nosotros,
y de formas sumamente retorcidas. Pero como aprendí más tarde, en la nuestra
hay uno de ellos trayéndonos desastres, y la primera vez que lo vi fue cerca de
mi apartamento.
El viejo solar en construcción a 5 minutos de donde dormía apareció
edificado de repente, con un edificio de una sola planta. Alguien lo había
construido en un visto y no visto, y no era un Lego de madera, ni cajones de
barco decorados, sino de ladrillo y bien pintado. Seguía con la persiana
cerrada y no tenía rótulo. Como era de esperar el tema del día fue lo rápido
que se construyó.
—Yo he visto a chinos construyendo en equipo aún más rápido
—dijo el carnicero, mientras yo estaba en la cola y él fileteaba un pedido—.
Hay vídeos en internet, como el hospital que construyeron en 10 días en Buján.
—Wuhan —corrigió un cliente chino. El carnicero hizo como
que no le oyó.
—Ni siquiera ellos podrían haber hecho algo así —contestó
una señora. Y no le faltaba razón.
Pero lo que me pareció extraño era que nadie había visto a
ningún obrero. Ni siquiera habían oído ruidos. Pensé que era por casualidad, pero
nadie con quien me cruzara había oído siquiera la obra.
A la mañana siguiente, de camino a la oficina, me encontré
con un camión haciendo descarga de mercancías, y la persiana estaba subida. Por
la tarde ya había clientes y había un rótulo:
Artículos de fantasía D&D
Diversión Demoniaca garantizada
En el escaparate había artículos de sex shop y dos esclavos,
un hombre y una mujer, atados a sillas por muñecas y tobillos, amordazados y
vistiendo ropa interior de cuero negro, el material de sus máscaras. Me quedé
estupefacto. Eran las 6 de la tarde y era de día. Esos dos me miraron y
trataron de llamar mi atención. Además de bolas rojas en sus bocas, llevaban
máscaras, pero distinguí sus ojos. Eso no era normal. “Debe investigarlo la
policía”, decidí echando mano al teléfono. Estaba seguro de que estaban
aterrorizados. Era algún tipo de secuestro a plena vista.
—¡Mamá, cómpramelo! —dijo un niño pequeño señalando el
escaparate. Su madre lo llevaba de la mano y entró sonriente en la tienda. El
móvil casi se me cayó al suelo. “¿Qué coño le pasa a esa mujer?”. La seguí
indignado.
El interior era más sórdido que un pub con camellos a las 5
de la madrugada, entre nubes de porros en la época en que se podía fumar
dentro.
De repente pasó ante mí una mujer despampanante: tenía el
cabello rubio casi hasta los hombros, un mechón travieso cruzaba su cara hasta
la barbilla, vestía bikini rojo, una gorra negra de policía, y llevaba una
placa policial colgando de una cadena, que rebotaba entre un buen par de
pechos. Mis ojos se clavaron en ella al pasar, y ella
respondió coqueteándome con la mirada. Era justo mi tipo, maldita sea. Tenía
rasgos exóticos españoles y japoneses, mezclados con caucásicos americanos. La
mezcla perfecta de hermosura interesante para mí, pese a la fuerza contenida
que me transmitía. Me habló en inglés sin acento y me ofreció una bandeja con
canapés de paté y salmón, mis favoritos. Negué con la cabeza y me sonrió.
Instantáneamente se me puso dura, pero mantuve el control y fui detrás de la
madre.
—Señora, este no es lugar para niños —dije molesto. La señora
se giró. Me enseñó el anillo de casada sutilmente.
—¿Quién es usted, señor? —preguntó ella. Con sólo 25 años me
sentó como una patada.
—¡Mira, mamá! —el niño cogió de un mostrador una caja con un
dildo enorme, con pequeños pinchos de goma a lo largo de toda su estructura.
—¡Señora! —protesté.
—Apártate de él, Jimmy —dijo poniéndolo detrás de sí.
—¿Qué le pasa, mamá? —dijo el crío sacudiendo la caja con
inocencia.
—Te lo explicaré luego. Vámonos.
Se acercó a pagar y me quedé paralizado. ¿Cómo era eso
posible?
Las campanillas sonaron y entraron más clientes. Era una pareja
de ancianos con bastón.
—¿Es aquí donde venden bastones por un dólar? —preguntó uno.
—Así es, señor —contestó el tendero—. Y 3 por el precio de
2.
Los dos ancianos se animaron y entraron mirando los
escaparates con mucho interés. La madre desapareció rápidamente con su niño. Fruncí
el ceño. Los ancianos tampoco destacaban por ser buenos clientes de ese tipo de
tiendas. La rubia de los canapés les ofreció copitas de vino tinto (apenas
chupitos pero en vaso elegante). Para mi sorpresa ambos aceptaron y bebieron
alegremente. Ella se dio otra vuelta por la tienda y ellos no la miraron ni una
sola vez. También me pareció extraño. La chica no estaba llena de curvas,
ciertamente solo la delantera. ¿Pero tan baja tenían la libido? También es
verdad que ella era atlética y fibrada, estaba en demasiado buena forma con esos
abdominales marcados. Y esos brazos… madre mía, aun con esas manitas su pegada
era más fuerte que la mía, sin duda. Era una torre de músculos comprimida en la
forma de una mujer delgada de metro sesenta. Eso me tranquilizó, con un segundo
vistazo ya no me ponía tanto. No me van las marimacho aunque sonrían a los
clientes. “Pero esas tetazas…”. Sacudí la cabeza negándome a mí mismo
distraerme con eso. No era el momento. Había mil mujeres más buenorras paseando
por Nueva York que no eran más fuertes que yo. Me volví al tendero.
—¿Es legal vender artículos sexuales a menores de edad?
—pregunté sin rodeos. El vendedor, un tipo moreno de unos 40 años, con bigote y
traje negros, me sonrió con cinismo.
—Ese niño se ha llevado un muñeco con voces reales —replicó.
—He visto lo que se llevaba —repuse con mal humor.
—Viste lo que viste. Él vio lo que vio. Nuestros productos
son de primera calidad. Sus voces son totalmente reales.
Le seguí el juego.
—¿En qué sentido?
—Tiene personas dentro atrapadas y obligadas a recitar sus
frases.
—Muy gracioso.
El hombre se partió de risa.
—¿Y qué hay del escaparate? —pregunté—. ¿Qué pintan esos dos
masoquistas casi desnudos a plena luz del día, dando la nota? Hay familias
pasando. Niños.
Omití que estaba seguro de que estaban encerrados de verdad,
a diferencia de su chiste de la gente en el muñeco. Después de todo me podía
equivocar.
—Qué interesante. ¿De modo que está interesado en ese tipo
de experiencias?
—¿Qué? ¡No!
—Para usted un juguete deseable era un enorme y doloroso dildo.
—Vete a tomar por culo.
Se rió de nuevo. Me di media vuelta y me fui. Iba a llamar a
la policía.
—No dude en volver mañana —me dijo. Le ignoré. La rubia en
bikini rojo me cortó el paso… tan bruscamente que mi cara se estampó contra su pecho.
¿Se había puesto de puntillas? ¿Tropecé? Gracias a Dios el impacto me hizo
notar que sus tetas estaban operadas, lo que me hizo perder más interés en ella.
Pero no pude evitar sonrojarme. Ahora sus tetas estaban por debajo de mi mentón
y vi que se había teñido, sus raíces eran castañas. Rubia de bote. “No está tan
buena”, me dije para tranquilizarme. Reconozco que soy muy exigente con las
mujeres, pero en ese momento tenía razones para asustarme de verdad. Me sujetaba
fuertemente de la muñeca. Pese a su estatura y sus manitas era muy fuerte. Podría
partirme la cara.
—Suélteme —exigí muy dignamente.
—Conozco esa mirada —me dijo muy seria, con la bandeja en la
mano libre—. Está pensando en llamar a la policía.
—¿Y qué si así fuera?
Me soltó y me tranquilicé un poco.
—Tiene a una agente aquí mismo —dijo toda convencida. Puse
los ojos en blanco y eché a correr.
—¡Pero señor…! —dijo mientras la puerta se cerraba a mi
paso.
Fuera había un grupo de chavales de instituto mirando a esos
dos masoquistas. Conocía a uno de los chicos de vista.
—Mi padre me dijo que si cateaba menos de 4, me lo compraría
—dijo con la mano apoyada al cristal.
—Qué suerte —respondió su amigo—. Mi padre me dijo que no me
compraría la Luna de la Muerte a menos que lo aprobara todo.
—Quedaos con vuestros chismes de navecitas —dijo el
tercero—, yo me voy a comprar la réplica de la espada del Amo de los Anillos.
—Pues me mola más la de Partida de Tronos —dijo otro—. Pero
no tengo dinero. Suertudo.
Los 4 entraron y me quedé alucinando otra vez. Todos habían
ignorado completamente a las dos víctimas secuestradas, que trataban de
hacerles señas de todo tipo; gritaban como podían pese a las mordazas y los oía
a través del cristal. Entonces me miraron y tragué saliva. “Algo no va bien.
Esto es muy raro”, pensé retrocediendo. “No puedo ser el único que puede
verlos”. Me di media vuelta y eché a correr sin mirar atrás.
En mi casa, con más calma, llamé a emergencias y expliqué lo
que había visto. Se pasaron a mirar.
Tiempo después mis padres me contaron que me mandaron la
notificación de una multa por hacerles perder el tiempo con avisos falsos.
* * *
—Bienvenido de nuevo —me saludó la bruta al día siguiente.
—No deberías vestir tan ligera de ropa, da igual lo que te
diga tu jefe. Te está explotando como segurata calientabraguetas.
—Me encanta servir al Amo. ¿A ti no?
—Lo de la placa de policía es de mal gusto, deja en mal
lugar a esa institución.
—¿Esto? —apartó la bandeja, que esta vez tenía copitas de
champán (tenía curiosidad por probarlo alguna vez), y la sostuvo como con
nostalgia—. La placa es real. Y es mía. De verdad.
—Si tú eres policía yo soy superhéroe.
Soltó la bandeja en una mesa, se acercó a mí y me dio
golpecitos con el índice en el pecho, quejándose y criticándome hasta
arrinconarme contra la vidriera. Estaba muy enfadada:
—Si yo te digo que soy policía, es porque lo soy, niño de
papá. O lo era, al menos. No te metas en mis asuntos. Bastante tengo con
ponerle buena cara a los clientes del Amo. ¿Te ha quedado claro, chaval?
—Sí, señorita.
Dejó los golpecitos y se puso con los brazos en jarras. Miré
de reojo y el tendero había vuelto del almacén. Se había apoyado con el codo en
la mesa de cristal de la caja, mirándonos muy divertido. Ese día noté que su
piel era azulada. Pero al fijarme en su piel comprendí que había visto mal, tal
vez por un efecto óptico, como en el caso del vestido blanco y dorado: en
realidad su piel era de un tono rojizo. Pensé que se había quemado viajando a
España, quizá viajando con la falsa policía a ver a sus padres. En Nueva York
no pegaba tanto el sol, y era septiembre. Luego vi que no era para tanto, era
un sano color rosado. Sacudí la cabeza expulsando la divagación y me concentré
en mi interlocutora, que seguía con su monólogo de críticas:
—Y por si fuera poco, ayer vinieron dos excompañeras. Fue un
reencuentro incómodo. No me lo vuelvas a hacer.
—¿Y qué dijo la policía sobre los dos del escaparate?
—pregunté.
—Cuando terminó el turno vinieron para comprar vestidos.
—¿Qué vestidos?
—Los de los maniquíes del escaparate.
—En ese sitio solo tenéis pieles. Naturales.
Arqueó una ceja.
—¿Tú puedes verlos?
Era una conversación extraña. Asentí lentamente. Ella se
volvió a su jefe.
—¡Amo, puede verlos!
—Lo sé, Esclava.
—¿Lo llevo a la trastienda?
—Antes de llevarlo dale la oportunidad de elegir.
Que la llamara por un apodo tan indignante, a una mujer fuerte
pero sumisa, dominada por un cabrón, me molestó tanto que volví a saltar:
—Nunca más le permitas que te llame así —dije
enérgicamente—. ¿Cuál es tu verdadero nombre?
—Esclava —contestó convencida.
—¿Qué nombre te pusieron tus padres?
—Oh, ellos… su nombre… espera, lo tengo en la punta de la
lengua…
No estaba haciéndose la tonta, lo vi en su rostro. Pensé en
drogas o algo peor. Miré al tendero preocupado y más enfadado. Él preguntó
divertido:
—¿Ayer querías usar el dildo con ella o contigo mismo?
—Déjate de juegos —repliqué ferozmente—. ¿Qué le haces a la
gente? ¿Son alucinógenos gaseosos, o en la comida y bebida? ¿Cómo no se dan
cuenta de nada al pasar por el escaparate? A mí también debería haberme
afectado el gas al pasar por delante.
—¿Por qué crees que eres inmune? Y yo pregunté antes.
—¡Entonces lo reconoces!
—No. ¿Y lo del dildo?
—Nunca he usado un juguete de esos. Ahora explícate.
—No has contestado. ¿Con quién querías usar el dildo brutal?
Una imagen pasó por mi cabeza. Aquella mujer bajo mi bota, a
4 patas, tirándole de la melena, azotándole el culo por haberme tratado así,
con ese enorme dildo con textura picuda metido en su culo. Normalmente no me
imagino ese tipo de cosas, no me va ese rollo. Ni con tanto detalle. Pero fue
tan claro como si lo viese en una fotografía. Ocupó completamente mi atención y
mi respiración se detuvo por un momento. Luego mi corazón se aceleró. Tragué
saliva y miré a la mujer. Me puse colorado. Ella seguía distraída.
—Así que eres de esos —dijo el vendedor.
—¿Cómo se llama realmente tu empleada?
—Esclava. No tiene otro nombre.
—Mientes.
—No. Tuvo otro, pero se lo robé. Le di uno nuevo, así que lo
sustituí.
Puso otra caja del mismo puñetero dildo en la mesa.
—¿A qué juegas? —pregunté asqueado.
—A lo que yo quiera. Ahora mismo a “¿Cuánto tardará el
humano en ceder a sus deseos?”.
—El humano.
—Sí.
—Qué tío más pedante.
Me volví a la chica, que parecía atrapada en un bucle como
un disco rayado, murmurando mientras intentaba hacer memoria, con el índice en
su labio; le cogí de la muñeca y la miré a los ojos, sacándola de su
ensimismamiento.
—¿Sí?
—Esclava, ven conmigo un momento. Solo quiero hablar.
—Sí —dijo sin dudar, con decisión y energía. Se pegó a mí
como si me fuera a besar. Retrocedí y se me acercó de nuevo. Me di media
vuelta, echando una última mirada al tendero, que se estaba riendo de nuevo, y
salí al exterior. Ella casi tropezó conmigo al detenerme para abrir la puerta.
—Míralos —dije señalando a los dos falsos masoquistas del
escaparate.
—¿Para qué? —dijo la rubia de bote cruzándose de brazos,
mirándome a los ojos.
—Esclava, míralos.
Instantáneamente se dio la vuelta y los miró.
—¿Qué ves? —pregunté cauteloso.
—Dos maniquíes. Uno como mi amiga con vestido de boda, y
otro como mi hermano con su estilo habitual.
—Pero antes me has dado a entender que hay personas que yo
puedo ver.
—Cierto. No puedo, pero El Amo me ordenó que le avisara si
aparecía alguien que sí.
—¿Cuando dices que un maniquí es como tu hermano, te
refieres solo a la ropa, o también a su cara?
—A la cara también, es igual que él. No sabía que era modelo
de maniquíes. Quizá robaron la foto de internet.
—Así que todo él es idéntico a tu hermano, como una
recreación perfecta hecha de plástico…
—La verdad es que es muy realista, sí; como esas nuevas
muñecas sexuales. Tenemos algunas, por si te interesa. Con varios botones en su
collar para funciones preprogramadas. Se mueven solas y tienen autolimpieza.
—¿Y qué hay de tu amiga, la que se parece al otro maniquí
del escaparate?
—Se iba a casar con mi hermano la última vez que la vi. Hace
tiempo que no los veo.
Aquello empezaba a tener sentido. Uno retorcido y
desgarrador, pero cuadraba.
—No pareces muy convencida de la boda… ¿no querías que tu
hermano se casara con ella?
—Pues claro que no. Es demasiado para ella. ¡Es el famoso
Desprogramador! ¿Sabes a cuántas mujeres ha salvado ya?
—¿Salvarlas de qué?
—De hipnotizadores, aplicaciones de control mental… bueno,
eso era al principio. En realidad…
Se calló.
Una vieja pasó mirándonos con desaprobación tan firme como
la de un martillo golpeando a un clavo. Al parecer no estaba de acuerdo con las
mujeres en bikini en mitad de la ciudad. En cuanto se alejó un poco seguí:
—Esclava, por favor, no me ocultes nada y continúa, gracias.
—Eso fue antes de la magia. Llegamos a la mansión de Claw,
investigamos asuntos paranormales, recopilamos inventario… evitamos todo lo que
pudimos la sala donde alguien había apilado cadáveres. Al menos los había
incinerado, aunque no del todo. ¿Qué quieres saber exactamente?
—¿A qué te refieres con “magia”?
—A magia real.
—¿Tu hermano salvó a mujeres incluso de magos?
—Sí, lo hicimos juntos antes de hacerme policía.
Aquella locura era demasiado que procesar. Decidí seguir y
ver hasta dónde llegaba.
—Esclava, ¿tu jefe es un mago?
—No, él es El Amo. Está por encima de todas las cosas. Es
más grande que el día y la mañana, más implacable que la noche y la muerte. Es
la Estrella del Alba, Lucifer. O al menos alguien que se le parece mucho. La
verdad, no encuentro la diferencia. Y tampoco ha entrado en detalles conmigo.
—No sé cómo te ha convencido de todo eso, pero es mentira:
Esclava, créeme.
Abrió los ojos como platos.
—¡¿Y entonces qué es él?!
No podía creer lo que iba a decir, pero al menos era mejor
que el mismísimo Lucifer:
—Como mucho, y es solo una hipótesis, creo que podría ser un
mago. Creo que está usando control mental sobre ti, y sobre otros clientes.
Retrocedió como si le apuntara con una pistola mientras le caía
encima un cubo de agua helada.
—¡Imposible, El Amo no es un simple mago! Pero… te creo.
Se puso triste.
—¿Tu jefe te ordenó amarle?
—Sí.
—¿Se acuesta contigo?
—No. Bueno, hace tiempo sí. Pero se aburrió en seguida.
Prefiere probar cada día una muñeca del almacén.
—Pero si acabáis de abrir la tienda…
—Oh, cierto.
—Parece que ha jugado con tus recuerdos. ¿Antes habías
trabajado con él en otro lugar?
—¿Trabajar? Bueno, le serví en su mansión.
—¿La mansión de Claw? ¿Él se llama Claw?
—No. Claw es otra persona. Una vez le pregunté por él, y me
dijo que estaba tan lejos que jamás volvería a verlo.
—¿De qué conoces a ese tal Claw?
—De internet. Utilizó un hechizo conmigo. Una foto de una
mujer que en realidad era yo misma, pero no podía darme cuenta. En una pose de
bondage, totalmente atada y penetrada por todas partes.
Arqueé ambas cejas con los ojos muy abiertos.
—Decías que era un hechizo, pero luego me hablas de una
foto…
—La foto me ponía supercachonda. Siempre que la recordaba me
excitaba. Pero también me impedía tener orgasmos. Durante muchos meses estuve
totalmente frustrada sexualmente. Todo para diversión de Claw, que ni siquiera
estaba presente para verme cabreada.
Una madre pasó con su hijo tapándole los ojos y cambiándolo
a su lado izquierdo, porque miraba con demasiado interés a la chica en bikini.
Entonces me fijé en que también iba descalza.
—Pero Esclava, has dicho que la foto era tuya. ¿Cómo no
podías recordar haber estado en esa situación? Atada y todo lo demás.
—Técnicamente usó más de un hechizo, no sé cuántos. Sé por
la foto que ya había estado en su poder, pero me borró la memoria. Aquel juego
con la Foto Maldita solo era el postre para él, la guinda para reírse de mí
después de desecharme, mientras yo creía que solo chateaba con alguien que me
quería follar, pero que aún no había conocido en persona.
—¿Y todo después de secuestrarte y violarte?
—Me borró los recuerdos, así que no sé si fue voluntario.
Eso es lo que me da más miedo, que tal vez yo quisiera algo así. Me moriría de
vergüenza.
—Parece un monstruo…
—Lo es, pero lo que me hizo no es nada en comparación con el
mal que ha traído al mundo.
—¿Qué harías si volvieras a ver a Claw?
—Le estrujaría las pelotas hasta que confiese todos los
detalles de lo que pasó realmente. Aunque me muera de vergüenza necesito
respuestas.
—Como una policía de verdad…
—Lo soy. Y luego patearé su culo a una celda y tiraré la
llave. O eso querría hacer, pero el sistema no me lo permite. Lamentablemente.
Se me ocurrió algo. Solo por curiosidad científica, que
quede claro. Soy de ciencias.
—Esclava, recuerda la foto de ti misma hechizada por Claw.
No pasó nada. Me sentí un poco decepcionado. Miré la fina
tela pero no marcaba más que antes sus pezones.
—¿Has llevado todo el rato lencería sexy? Creía que era un
bikini.
—¿Qué lencería? Voy en uniforme de policía.
—¿Para trabajar en una tienda?
—Es el uniforme de trabajo. Ya sé que es raro, pero El Amo
me lo ordenó, así que tengo que deshonrar el uniforme.
—¿Qué artículos crees que vendes?
—De todo tipo. El Amo ha embutido un centro comercial en una
pequeña tienda. Es muy poderoso.
—Lo que yo veo es un sex shop, y ayer vi adolescentes que
creyeron que era una tienda de frikadas, y a un niño y su madre que creyeron
que era una juguetería. Y los ancianos…
—¿Cuál es la pregunta?
—¿El poder del Amo hace que cada persona vea algo diferente?
—Sí, creo. Pero no se lo pregunté, solo lo supuse. Sobre
todo porque siempre creen que es algo diferente de lo que yo veo.
—¿Qué compró el niño de ayer?
—Un dildo con pinchos de goma.
Recordé la imagen que se me había pasado por la cabeza
cuando él me hizo esa pregunta, a esa chica a 4 patas, pisándole la espalda,
tirándole del pelo, con el dildo metido en su culo, azotándola.
—Esclava, El Amo me dijo que si yo había visto eso era
porque deseaba usarlo. Si a ti te pasa lo mismo… y no digo que sea mi caso… ¿con
quién quieres usarlo tú?
—Con la chica de la foto, por supuesto: es el mismo vibrador
que zumbaba dentro de su coño y de su culo. Quiero usar dos a la vez.
Tragué saliva. En una foto no podía saber que esa cosa
vibraba, ni recordaría ningún zumbido. Y no lo ponía en la caja. Esa
información no venía solo de ver una foto. Mi polla se puso dura a mi pesar.
—¿Por qué quieres usarlos con la de la foto? —pregunté
sabiendo la respuesta.
—Quiero repetir… quiero decir, ponérselos a ella. O sea, a
mí… Espera un momento, ¿quiero usarlos conmigo misma? —cerró los ojos un momento—.
¡Joder! Odio la magia, es tan confusa…
—Pero al recordar la foto ya no te excita como antes, ¿la
maldición terminó?
—Sí, cuando se abrió un portal a otro mundo bajo mi cama. No
acepté la invitación, pero recibí el regalo igualmente.
—¿Entonces es una fantasía sexual normal?
—Creo que se quedó incrustado en mi mente, pero sin magia. A
veces sale a flote.
Impulsivamente le dije mi conclusión, aunque me costaba
creerlo:
—Creo que el nuevo monstruo en tu vida, el sucesor de Claw,
también te ha hechizado. Algo relacionado con tu nombre de “Esclava”. Ha dicho
que se ha quedado tu nombre real.
—Recuerdo el intercambio. Pero ahora siempre ha sido mi
nombre, desde que nací.
—Esclava, te ordeno que accedas al lugar de tu mente donde
se oculta tu verdadero nombre y me lo digas.
Recibió un mazazo en la cabeza y se desmayó; fui rápido, la
sostuve en brazos a tiempo y evité que se golpeara la cabeza. La posé con
delicadeza. “¿Entonces está desnuda, o en bikini o viste como una policía?”,
pensé. “Yo también odio la magia”, decidí. Luego miré a la cristalera con
nuevos ojos. Miré a los lados, no pasaba nadie cerca. Nadie pensaría que le
había hecho algo a la chica. Me detuve frente al hombre. Estaba inmóvil. En los
huecos de su máscara no pude distinguir nada. Me giré a la chica, la señalé, y
luego le miré a él, varias veces. Vocalicé exageradamente la palabra “hermana”,
y comprendió.
Sacudió la cabeza afirmativamente a toda velocidad.
Miré detrás de mí y lo encontré: fui al bordillo de la acera
y localicé un conveniente trozo suelto de adoquín, justo en el borde; era un
solar sin mucho mantenimiento, y no estábamos en el centro de la ciudad. Me
volví hacia el cristal, cogí carrerilla y lo rompí. Salté dentro y lo desaté lo
más rápido que pude, antes de que viniera el dueño. Cuando le liberé la mano me
puse con un tobillo, y él se desató la otra. Luego me puse con la chica a su
lado, pero en vez de ayudarme como esperaba, eligió ir corriendo a por su
hermana. Se quitó la mordaza y gritó cogiéndola en brazos. Ella seguía
inconsciente.
—¡Sara! —gritó su hermano.
Su prometida terminó de liberarse el tobillo y se puso en
pie con dificultad; ella estaba entumecida, pero al otro no parecía importarle
que sus músculos no respondieran bien.
—Gracias… —murmuró quitándose la mordaza—. ¡Y ahora, corred!
—gritó. No los esperó, huyó calle abajo, vestida solo con su bikini de cuero.
Vi a lo lejos a un anciano paseando un perrito, y por cómo se quedó embobado y
girándose a su paso, esta vez no había ningún hechizo que ocultara la realidad.
“Suponiendo que esto sea la realidad. ¿Pero por qué no iba a
serlo? Los que veían ilusiones eran los demás… espero. No hay manera de que
todo esto sea...”.
—¿Cómo lo llevas por ahora? —dijo el tendero detrás de mí, y
salté del susto. Me giré bruscamente. Le acababa de romper el escaparate. Al
menos a eso tenía derecho a quejarse. Intenté pensar una respuesta ingeniosa, o
útil para protegerme, o una amenaza; la policía no serviría, él ya los había
engañado. No sabía qué decir.
—¿Qué le has hecho a mi hermana? —me preguntó furioso su
hermano.
—¿Yo? ¿Me culpas a mí? —pregunté indignado.
—Contesta a la pregunta —me ordenó el vendedor, y me fue
imposible negarme.
—Le ordené llamándola por su falso nombre de “Esclava”, que
le obliga a obedecer según parece, que accediera al lugar de su mente donde se
esconde su nombre real, y que me lo dijera.
Me detuve parpadeando con lo que acababa de pasar. ¿Así se
sentía ella al obedecer? ¿Ese hombre la controlaba de ese modo todo el tiempo?
Retrocedí asustándome cada vez más. Sentía que me tenía en sus manos, que solo
era un gato jugando con un ratón. “¿Cómo lo llevas por ahora?”, me había
preguntado. Él sabía que todo eso pasaría. “El juego de cuánto tardará el
humano en ceder a sus deseos”, había dicho el día anterior. Aquella locura se
estaba volviendo demasiado real.
—Le enviaré dinero por la factura de la reparación —dije con
cuidado—. Adiós.
—No te muevas —ordenó, y me detuve justo al darme la vuelta.
No podía dar ni un paso. Mi corazón estalló en palpitaciones, a toda máquina.
Realmente me estaba controlando. De verdad había magia en todo aquello. “Estoy
en las garras de una bestia”, pensé mientras se acercaba paso a paso, hasta
sentir su respiración en mi cogote; me estremecí, mi vello se puso de punta y
sentí mi cuerpo temblar.
El hermano me pegó un puñetazo con todas sus fuerzas. Pero
en el último momento lo desvió unos centímetros, lo justo para alcanzar al
monstruo detrás de mí. Sonó como el impacto de una fuerte bofetada contra un
muro de granito. No podía girarme, pero bajé la vista y con mi visión
periférica vi la sombra: la mano del vendedor había detenido en seco el puño. Y
ahora el hermano intentaba librarse de su agarre, sin éxito.
—¡Suéltame! —exigió. El mago se rió a carcajadas, y sonó
como un puto loco. Éramos sus presas.
Entonces vi a un grupito de señoras paseando y charlando por
la acera de enfrente, con una hablando mirando en nuestra dirección, pero ni se
inmutó, ni siquiera por el bikini rojo y el de cuero negro. Tampoco por la
escena de una pelea en ciernes. Como si no existiéramos.
—¿Nos has hecho invisibles? —pregunté.
—No me he molestado en algo tan sofisticado —contestó la voz
a mi espalda—. Solo es un filtro de percepción. Esta gente está rodeada de
estímulos que acostumbra a ignorar. Con ellos es más efectivo y me evita la
molestia. Ya sabes, contaminación acústica, ciudades superpobladas, la
indiferencia de cruzarte con miles de desconocidos a diario…
Soltó el puño del hermano y volvió a recoger a su hermana
del suelo; la cargó a cuestas. Yo no sabía hacer ese movimiento, si lo hubiera
intentado se me hubiera caído al suelo, pero él parecía un bombero.
—¿Qué tenemos que hacer para que nos dejes en paz? —preguntó
resignado—. No te hemos hecho nada.
—¿Me tomas por una víctima? —contestó orgullosamente—. Solo
sois insectos. No vale la pena ni devoraros. Lo que hago es solo por diversión,
como con las esclavas del almacén. La semana pasada decidí que estaba aburrido
de estudiar ciencias humanas y necesitaba vacaciones.
—¿Vacaciones trabajando? —pregunté.
—Ah, tú. Puedes moverte, pero no huyas.
Me di la vuelta, intentando controlar mis nervios y no
mostrarme hostil.
—Yo solo pasaba por aquí cuando…
—Lo sé, utilicé una matriz de filtros de percepción. Un tipo
de ilusiones puestos para filtrar ciertos tipos de gente. Este y su novia eran
un cebo para encontrar a alguien como tú. Has caído en mi telaraña —se acercó
hacia mí sonriendo—. La pregunta ahora es qué voy a hacer contigo.
Tragué saliva ruidosamente.
—¿Qué debemos hacer para que nos dejes en paz? —repitió el
hermano.
—Es una pregunta sin sentido —replicó el mago—. Lo que
quiero lo puedo obtener de vosotros a voluntad. Estáis todos bajo mi poder, así
que no hay nada que podáis hacer. Si os libero u os mato depende enteramente de
mis caprichos. Ni siquiera necesito ordenaros que os portéis bien, ni
prohibiros fugaros: no solo es imposible que escapéis de mi control, sino que
también me arruinaría el entretenimiento: ¿dónde estaría la diversión si no
intentarais rebelaros? Por eso atraje a este iluso con vena de héroe; es igual
que tu hermana, salta a la vista. Igual de estúpidos, decididos, aventureros y
valientes. Unos completos idiotas. He visto caer a cientos como vosotros en La
Mazmorra.
—¿Qué mazmorra? —pregunté aún más preocupado, pensando en un
calabozo oscuro, frío, húmedo y mohoso.
La chica despertó.
—¿Víctor? ¿Cómo has escapado?
—¡Sara! ¿Estás bien, puedes andar?
—Sí, solo estoy un poco aturdida. Gracias por cuidar de mí.
—Ni lo menciones.
La posó con delicadeza y se sonrieron.
—Me ha salvado él —dijo Víctor.
—¿Y tu novia? —preguntó mirando a los lados, inquieta y
buscándola.
—Se fue corriendo —expliqué—, creo que está a salvo.
El mago se rió detrás de mí y me puso la mano en el hombro
con actitud dominante. Me molestó, pero no podía hacer nada contra él.
—Si quisiera podría hacer que el novio me la trajera de
vuelta —dijo alegremente—. Pero así tengo un objetivo secundario para
entretenerme.
—Gracias por salvarlos —me dijo Sara.
—De nada, Sara.
—Me llamo Esclava —corrigió.
—Te desmayaste cuando te hice buscar tu verdadero nombre.
Parece que no ha servido de nada.
El mago chasqueó la lengua. Me di cuenta de que ahora tenía
el cabello azul oscuro, y ya no tenía bigote. Su tez también era levemente
azulada y pálida.
—Siempre he sido Esclava —explicó ella pacientemente—. Desde
que nací.
—No es el nombre que te dieron tus padres —repliqué.
—No, pero es el mío.
—Cállate —interrumpió el hermano—. Vas a provocarle otro
cortocircuito.
—¿De qué hablas… Víctor, no?
—Sí. Explicado de forma simple, le diste una orden a la que
no se podía resistir, pero que era imposible de cumplir. Colgaste el programa.
Ese nombre no existe en su cerebro. Ni rastro.
—Es un idiota, como dije antes —dijo el mago—. Yo mismo se
lo dije: le robé el nombre y lo cambié por otro. No lo he tapado, no he
confundido su memoria: su nombre me pertenece. Ha perdido su autoimagen. Ya no
puede imponerse en un choque de voluntades. En su lugar, la identidad de
Esclava, obedecer y ser sumisa, toma el mando.
Mi rostro debió indicar que no seguía el ritmo.
—Es su personalidad principal, por defecto —dijo el
hermano—. La capa por encima de todas. Todo lo demás es secundario. Sara, la
chica con la que me crié, es una personalidad que este mago puede implantar en
otra persona, como haciendo copiar y pegar en un ordenador.
—¿Entonces existió una vez una chica llamada “Esclava”?
—pregunté.
El mago esperaba con curiosidad una respuesta, así que
Víctor continuó:
—No, creo que es solo una herramienta, una personalidad
simple creada para esto. Pero reconozco que tengo curiosidad por ver lo que
pasaría. ¿Hizo una copia de seguridad completa de su mente, incluyendo incluso
los recuerdos? ¿Sin todos los recuerdos puede ser realmente ella, sin cambios?
—¿Eres informático? —pregunté.
—Programador.
Sara había estado escuchando en silencio, pero hizo la
pregunta relevante:
—¿A quién pretendes ponerle mi mente?
—Por fin. Alguien del trío ha recordado cómo se usa el
cerebro.
—Es imposible que hayas copiado mi mente. Si lo haces solo
será una imitación, no mucho mejor que una persona hipnotizada imitando a
alguien que conoce a fondo, más un transplante de algunos recuerdos
seleccionados.
—No eres tan tonta como pensaba, lo reconozco —contestó el
mago.
Entonces miré al mago y dije algo de lo que me arrepentiría:
—Por favor, quítale el nombre de Esclava a esta chica.
Entonces chasqueó los dedos y nos envolvió la oscuridad y el
silencio.
* * *
Desperté en la cama de una torre de piedra; me asomé a la
ventana y vi el mar. Salí por la puerta y no había guardias. Bajé las escaleras
de caracol todavía vestido con una túnica blanca. Las paredes eran de ladrillos
blancos, casi como de mármol. Me recordó a paisajes de playas griegas.
Salí al exterior y había un jardín.
—¿Dónde demonios estoy?
El recinto estaba rodeado de una alta muralla blanca, y
había algunas cabañas que reconocí como de aperos de labranza y pequeños
almacenes, tal vez de comida. No había solo hierba, sino muchos árboles
frutales, y un gran huerto con varios tipos de verduras.
Me acerqué hasta la puerta principal. Había un mecanismo y
tiré de él, corriendo un cerrojo; sonaron las cadenas y pensé que había un
puente levadizo bajando. Me acerqué a la puerta y busqué una cerradura. En
lugar de hueco para una llave, había un rectángulo de metal negro. Por impulso
coloqué mi palma en él, y la puerta se abrí por sí sola, hacia afuera; los
goznes y el marco estaban hechos para soportar arietes.
—¿Quién mete reconocimiento de huellas dactilares en un castillo?
O torre, lo que sea este conjunto.
Recorrí el puente, y vi que debajo había un foso con agua, y
distinguí estacas con las puntas asomando fuera de la superficie. El agua
estorbaría a los intentos de escalar, si no se ensartaban primero en los
pinchos. Seguí el camino con las modestas sandalias que había junto a mi cama,
y llegué a un pequeño embarcadero. Desde allí descargaban suministros de la
costa, donde podía ver un puerto mucho mayor, y varios barcos alrededor. Me
monté en una pequeña barca, la solté y me puse a remar. No sabía qué diablos
estaba haciendo allí, pero si mi captor había bajado la guardia, aprovecharía
la oportunidad.
Corrí sobre la arena y me mezclé entre el gentío. Choqué con
una mujer malhablada.
—¡Ten cuidado, idiota!
—Vas lista si quieres robarme, no tengo un duro… digo… Lo siento, señora.
¿Por qué había dicho eso? La mujer estuvo a punto de
pegarme, pero sonrió con descaro. Un movimiento sutil, entre la masa de gente
del callejón del mercado, me hizo pensar en un niño de 13 años deslizándose
entre las personas; el movimiento de la mano hacia atrás de la mujer me hizo
imaginar una cartera posándose en su mano. Pero yo no llevaba nada encima. Si
hubiese tenido hermanos como Víctor y Sara, tal vez hubiesen estado a mi lado,
pero estaba solo. ¿Qué debería hacer cuando me intentaban robar? Esa policía lo
tenía claro. “Pero… ¿por qué creo que me han intentado robar?”.
—Ten cuidado conmigo —me advirtió la mujer.
—¡Sandías, tengo sandías! —gritó un hombre a mi lado. Lo
miré. Era un vendedor con su mercancía en telas sobre el suelo, y apoyado en
una mesa con piezas de fruta. ¿Estaba él intentando rebajar la tensión?
—No tengo dinero —contesté.
—¡Largo de aquí! ¡Tú volver cuando tener dinero!
“Capullo”, pensé; me fui de allí y me dejé llevar por la
corriente humana. Mi mano se movió por reflejo y sin mirar, interceptando la
mano de una niña que iba directa a mis bolsillos. Ni siquiera sabía que tenía
bolsillos. Me quedé mirándola, 10 años esta vez.
—Lo siento —dije. En cuanto la solté me pegó una patada en
la espinilla y salió corriendo.
—¡Ay!
Me alejé un poco de allí, tenía suficiente gente por un día.
Pronto encontré un edificio de piedra (la mayoría eran de madera), con un banco
y una chica sentada en la puerta tomando el sol, con gafas de montura roja y
leyendo un libro. No sé por qué me llamó la atención, pero me quedé mirándola.
Ella sonrió, cerró el libro y me miró.
—Veo una cara nueva por aquí —dijo. Me quedé parpadeando sin
saber qué decir, así que recurrí a las fórmulas de cortesía.
—Hola.
—Siéntate a mi lado —dijo apartándose del centro.
—Una chica tan guapa como tú debería tener más cuidado con
los desconocidos —lo dije pensando en violadores, pero recordé al mago y me
estremecí—. Los hombres pueden ser muy peligrosos.
—Afortunadamente no tengo nada que temer de ti. Me llamo
Clara, ¿y tú?
—Damian.
—Vaya.
—¿Qué pasa?
—Nada. Ese nombre significa “domador”, o “el que se doma a
sí mismo”. Sugiere una persona muy dominante, ¿no crees?
—Eres la primera persona que conozco que conoce su
significado.
Dio palmaditas al asiento y cedí, sentándome a su lado.
Sentí la brisa, la luz del sol, y sonreí con los ojos cerrados.
—¿Y te consideras dominante, Damian?
—No. La verdad es que me mangonean a menudo. Pero no me
callo, al menos.
Abrí los ojos y miré el libro. Estaba en una lengua extraña,
nunca había visto caracteres como esos.
—Es la historia de cómo un oso y una ballena se hicieron
amigos durante las guerras terraformadoras —explicó, y me quedé aturdido.
—¿Qué terraformación?
—Es ficción, pero se refiere a un conflicto entre los
naturalistas que pretendían reparar los daños, y los que consideraban que dejar
de interferir con el planeta era lo verdaderamente natural, aunque se adaptara
de forma hostil contra los humanos.
—¿Entonces es ciencia ficción?
—Qué va, solo es el contexto histórico. Sucede en la Tierra
en el siglo XXIV.
—Siempre se me ha dado mal escuchar los números romanos,
¿has dicho 24?
—Tienes sentido del humor. Me caes bien, Damian.
No podía creerlo. Estaba ligando. Y la chica me había entrado
a mí, con una puñetera túnica, sin peinar ni duchar, en sandalias y en vete a
saber dónde.
—¿Por qué todo este lugar parece de época medieval?
—No exageres, eso son los edificios antiguos. Estamos en el
siglo XIX y ya tenemos submarinos. Se usaron en la última guerra entre Hispania
y Albión.
—¿Qué? Me tomas el pelo.
Cerró los ojos, sonrió y se puso en pie. Me dio la mano. Era
muy grande, más que la mía, y más áspera. Me dejé guiar por ella.
—¿A dónde me llevas?
—A mi casa.
Me quedé boquiabierto. Eso no podía estar pasando.
—Bueno, no es exactamente mía —continuó—, pero la estoy
cuidando mientras está de vacaciones.
Pero más impactado me quedé cuando tras solo unos metros se
detuvo en el portón de la casa de piedra, puso la palma en la puerta, y
filigranas de luz azules brillaron por la madera; la puerta se abrió sola. Eso
no podía ser magia, pero la imitaba ingeniosamente.
—Nunca había visto ese estilo de tiras L.E.D.
—¿Qué sabes acerca de la magia? —dijo mientras me llevaba a
través de la casa. Estaba limpia y ordenada, pero con libros y pergaminos por
todas partes.
—Acabo de descubrir que tal vez haya algo de verdad sobre
ello.
—¿Cómo exactamente, Damian?
De algún modo me tiró de la lengua hasta que se lo conté
todo. Para entonces ya había apartado un tapiz colgante del sótano, abierto una
gran compuerta blanca, metálica y pesada, y habíamos bajado las escaleras.
Había una señora con moño negro y gafas tras el mostrador. Clara la saludó como
un trámite y la mujer apenas sacudió la cabeza sin apartar la vista de su
libro. Finalmente me encontré de nuevo sentado con la chica que pensaba que
estaba ligando conmigo, pero con un par de ojos como testigos incómodos. Mi
gozo en un pozo. Aquello era la recepción de algo, quizá un dentista. No había
carteles publicitarios por ninguna parte, y no podía estar más escondido. Ni
tampoco había más puertas.
—¿Todo el mundo que viene a este lugar entra por esta casa?
—A este lugar se entra por muchos lugares, pero desde
nuestra zona, sí. Así que me estabas contando que chasqueó los dedos… y has
cambiado de tema.
—Luego no hay más que contar, desperté aquí hace pocas
horas.
Evité contar detalles sobre lo chocante que me parecía el
cambio de época, aquello parecía una feria medieval que el mago estaba
aprovechando para divertirse a mi costa.
La chica inspiró hondo.
—Ya veo.
—¿Cuál es el trabajo de esta mujer? —susurré tapándome la
cara con la mano para que no me leyera los labios, pero ni siquiera separó la
vista del libro.
—No seas chismoso, habla claro. Ella es bibliotecaria, como
yo.
—¿Bibliotecaria aquí, tan escondido? Estaba pensando que
esto era una sociedad secreta con sacrificios humanos y orgías sexuales, pero
me alegra saber que solo es una sociedad secreta de bibliotecarios y lectores.
Sonrió, se puso en pie en el centro de la recepción, y giró
sobre sí misma como si bailara, risueña y feliz.
—¡Bienvenido a la Biblioteca Infinita!
Esa chica realmente me gustaba.
—¿Por qué la llaman “infinita”?
—Ven conmigo y pronto lo comprenderás —dijo ofreciéndome su
mano de nuevo.
* * *
—Estás esperando a que diga “ahora lo comprendo” —dije.
—Qué listo.
Nos sentamos en una mesa junto al pasillo aparentemente
infinito, en una de las secciones perpendiculares a este, todas claramente
delimitadas como una biblioteca corriente; si uno no andaba por allí más de 5
minutos podría pensar que era un lugar no mágico. O tal vez era un túnel
absurdamente largo de algún millonario excéntrico…
Yo opté por una silla, no me parecía apropiado lo que hizo
ella de hacer como una adolescente y sentarse literalmente sobre la mesa.
—¿Para qué me has traído aquí, Clara? —pregunté con la
esperanza de que estuviera a punto de besarme. Sus grandes manos se pusieron
sobre las mías. Se acercó mucho a mi oído, inclinándose sobre mí, y la tela de
su pecho cayó, mostrándome una agradable visión de sus tetas.
—Ponte mis gafas —susurró desde arriba. Tragué saliva. Se
las quité con cuidado y me las puse.
—¡Ostras!
Un montón de líneas de texto verde se desplegaron ante mí
como si fuera el H.U.D. de un avión, como en los videojuegos. Afortunadamente
el desplazamiento del texto se detenía si yo dejaba de leer. Era como un
teleprónter de televisión.
—Léelo en voz alta, Damian, por favor; me gusta saber por
dónde vas.
—Clara Lans, Tierra B, universo 296, nacida en 1.812. 26
años. Vínculos especiales relevantes: censurados. Nivel 59 (atascada). Clase:
Hechicera bibliotecaria. Ventajas especiales: censuradas. Estado mental:
enamorada. Recomendación: siga todas sus instrucciones.
Se hizo el silencio. ¿Niveles? ¿Clases? Era todo como en un
videojuego. “Muy apropiado para estas gafas de realidad aumentada”.
—Mola, ¿es para un juego de rol multijugador de tablero, o
más sofisticado?
—No es un videojuego.
Su silencio se me hizo incómodo. Recordé lo que había dicho
antes sobre el siglo XIX. Según las gafas ella había nacido apenas empezó ese
siglo. Pero también habían censurado varias cosas “por seguridad”.
Lo que me puso contento fue que ponía “estado mental:
enamorada”.
Como si me hubiera leído la mente, se anticipó:
—No es de ti de quien estoy enamorada, Damian.
Fue un jarro de agua fría. Pensaba que le gustaba.
—¿De quién se trata?
—Es peligroso conocerlo, suele tener consecuencias en el
flujo causal y kármico a gran escala, para todos. No es como una piedra en un
estanque, sino como un meteorito en un charco. De hecho es mejor que no te diga
su nombre, por seguridad. Por eso se censura el nombre de mi pareja, mueve
demasiados hilos en todas partes, como un terremoto. En el futuro podrías hacer
o decir cosas por saber este dato, que a su vez alterarían a los demás, en un
efecto dominó que…
—¿Si es tu novio por qué no está contigo ahora? ¿O en esa
casa? Si la estabas cuidando, él debería estar allí.
—No quiere estar demasiado tiempo en el mismo sitio, tiene
muchos enemigos. Es difícil estar con él, cierto, pero vale la pena.
—Así que te deja sola. Pues me parece muy mal, alguien
podría colarse en tu casa un día y…
Me puso el dedo en los labios callándome.
—Preocúpate por lo que yo podría hacerle a quien me intente
hacer daño. Excepto en casos especiales, como luchando contra el científico del
que me has hablado.
—¿Científico? ¿Esa especie de mago tendero?
Clara asintió.
—¿Para qué me has traído aquí? —pregunté suspicaz. Había
algo que no me estaba contando. Era como una mosca zumbando en mi oreja desde
el instante en el que cerró el libro en el banco de la calle; dese ese preciso
momento yo estaba intentando averiguar… ¿qué, exactamente? No lo recordaba.
¿Qué estaba intentando investigar? Cada palabra que ella decía o no decía me
resultaba… ¿inquietante? No, era solo que esa chica me gustaba. Por eso se me
aceleraba el corazón.
Clara me quitó las gafas con cuidado, pero no se las puso.
Chasqueó los dedos.
—Invocar espejo —dijo Clara. Y sin más se materializó un
espejo a su lado, flotando en el aire, de cuerpo entero y justo sobre el suelo.
—Damian, ¿quieres ver lo que yo vi antes de que me dijeras tu
nombre?
Y me dio de nuevo las gafas. Por alguna razón las cogí
temblando. Miré mi reflejo antes de ponérmelas. No me había sentado bien el
secuestro, no sabía cuánto tiempo había dormido. Yo había adelgazado
bruscamente. Estaba sentado, pero me daba miedo ponerme de pie. Escondí mis
pies debajo de la silla. Mi cabello era más largo, señal de todo el tempo que
había estado en coma inducido. Mi mano temblaba cuando me puse la montura. No
sabía qué era lo que tanto me asustaba, y eso me daba aún más pavor.
—Damian, lee en voz alta la descripción de ti mismo en el
espejo.
—No.
—Tenías que creer lo suficiente en la magia, y confiar en
mí, y ver las gafas en funcionamiento.
—Por favor…
—Lee.
Tragué saliva y controlé mi respiración, dejé de jadear y lo
hice.
—Nombre: Sara Kino…
Me quité las gafas y las tiré al suelo, jadeando. No se
inmutaron. Me había puesto en pie sin darme cuenta. Clara cogió las gafas con
calma y se las puso.
—¿Qué coño está pasando? ¿Qué broma macabra es esta?
—Exactamente lo que dices, Damian: Primero le quitó el
“falso nombre verdadero” de Esclava a Sara, como le habías pedido. Pero luego
puso una copia de la mente de Damian en el cuerpo de Sara.
—¡No! ¡Yo soy Damian!
—Me temo que no.
Me puse a dar vueltas en círculo, ansioso. Me sentía medio
asfixiado y andaba cada vez más rápido, llevándome las manos a la cabeza. Mi
pelo. No era mucho más largo, pero se sentía ciertamente diferente, y más suave
y sedoso.
—Esto es una chaladura. De principio a fin. No puede ser.
—Tienes dos opciones: si borro la copia de la mente de
Damian, volverías a ser Sara, pero sin un nombre verdadero. Puedo investigar
cómo darte el mismo restaurando todo, o como recuperar el original robado. No
estoy segura de las diferencias.
—¿Cuál es la otra opción?
—Desde tu punto de vista de Damian, desaparecerías; morirías
sin dejar rastro. Pero si encontramos a ese científico y al verdadero Damian,
podría sincronizarse la información, combinarse los recuerdos y tendrías una
vida, volverías a estar entero.
—Él seguiría sin ser yo.
—En efecto. Ese es un clásico problema filosófico. ¿Si los
recuerdos te definen, qué pasa si los copias?
Se me aflojaron las piernas y me senté en el suelo.
—Esto es agotador. Demasiadas emociones fuertes en un día.
—Así que ese hombre ha creado un segundo Damian que sin duda
quiere vivir y piensa que tiene derecho a existir, sin importar lo que opine
nadie más. En eso no me voy a meter.
—¿Y una segunda Sara?
—No sé lo que ha hecho con su mente. Puede que solo esté
dormida, u observando todo como testigo impotente, viendo, oyendo y sintiendo
lo mismo que tú.
—¿Y qué pasó con el nombre de Sara robado?
—No lo sé. Pero viendo lo que te ha hecho a ti, puede que
haya otra en alguna parte.
—¿Cuánto tiempo duran las copias?
—Depende de la técnica empleada y la habilidad del mago en
este campo. Tal vez días, tal vez siglos. No sé siquiera si se tomó la molestia
de hacerlo bien.
—¿Eso quiere decir que… podría caducar? ¿Desaparecer?
—Tal vez. Pero tendría que buscar detalles al respecto. Todo
lo que te estoy diciendo es una combinación de datos aislados que recuerdo y
anotaciones de las gafas.
Me acerqué a ella y con mis manos temblorosas, lentamente
cogí las suyas, con timidez. Ahora entendía por qué sus manos eran tan enormes
al ser comparadas con las grandes de mi cuerpo de hombre: eran las manos de
Sara las que eran más pequeñas que las de Clara. Y la aspereza de Clara se
debía a que la piel de Sara debía ser especialmente suave y aterciopelada.
—¿Por qué sigo viendo mi cuerpo como siempre? —pregunté
mirándome al espejo.
—Tu convicción de que tú eres tú es mayor que tu creencia
por nuestra conversación y las gafas. A pesar de todo lo que no te cuadra, está
en un segundo plano ante lo que consideras evidente. No puedes luchar contra
eso.
—¿No puedes hacer nada? Esa cosa dice que eres hechicera.
—Con magia, sí; pero es peligroso para ti. Eres como un
delicado tejido bordado con telaraña. Es mejor que no toque nada o podrías romperte
y desaparecer.
—¿Qué clase de monstruo haría algo así?
—El hijo de un monstruo aún mayor, que pese a todo intenta
superar a su padre.
—¿Y todo por una broma?
—Conozco el caso de Sara en varios multiversos, cruza sus
caminos con varios personajes históricos relevantes de su época, todos
relacionados con La Mazmorra.
—¿Y qué pasa con ella?
—Puede que la de tu Tierra recibiera la invitación.
—¿A dónde?
—A ir a La Mazmorra. En tal caso habría sido marcada antes
que por el científico. Lo que abre varias posibilidades… para restaurar la
normalidad en tu cuerpo. Pero para entonces necesito encontrar un contenedor
apropiado para ti.
—¿Una persona a la que también le hayan quitado el nombre
verdadero?
—Siempre y cuando no lo encontremos, pero sería temporal, y
solo si la situación lo requiere, porque no tendríamos derecho moral a
traspasarle tu problema a otra persona.
—¡A quién le importa! —protesté. Pero la parte de mí que
estaba pendiente de carteristas, y que interrogaba sutilmente a Clara desde que
la conoció, pensó que ella tenía razón. “Joder, encima es una puritana
moralista. Las dos lo son”, decidí.
—Pero también podríamos meterte en un gólem adaptado, podría
ayudarte Lania. Una de las variantes buenas.
—¿Variantes?
—Multiverso. Mi novio puede viajar por… mierda.
No entendía lo que estaba pasando.
—¿Qué pasa, Clara?
—He dicho demasiado. Es de los pocos del universo que puede viajar
por el multiverso. Incluso si buscas en todos los mundos, no solo los de la Red
de La Mazmorra. De hecho, pasa lo mismo en todos los universos. Así que podrías
saber de quién estoy hablando, su nombre real. Habría consecuencias si le
contaras a alguien que te relacionas con Él.
—Pero si me vais a ayudar, ¿no? Tengo que saber quién es.
Clara Lans suspiró con los ojos cerrados, y me sonrió.
—Hay cosas que tú no ves de ti mismo, Damian. Pero yo veo
información censurada para ti. Estás identificado con karma increíblemente
positivo y rasgos tan heroicos que pueden confundirse con…
—¿Qué intentas decir?
—Que cualquiera puede echarse a perder, pero vale la pena
correr algunos riesgos con personas como tú. Pero todo depende de lo que Él
decida, te lo advierto. Te lo haré saber mañana. Hasta entonces necesitas un
lugar donde descansar.
Empujó la pared y cedió como si fuera de gelatina corriendo
sobre ruedas. Cruzamos lo que era un pasadizo secreto mientras todo alrededor
cambiaba como dentro de una criatura viva. Tomó forma una litera, una mesita de
noche y otros complementos propios de un dormitorio, incluso un armario y un
baúl.
—Esto corre por cuenta de la casa —dijo Clara.
—Te pagaré por el alojamiento cuando pueda.
—Oh, cariño, no podrías pagar por mis servicios ni en 100
vidas. Me conformo con que seamos amigos.
Algo me decía que no exageraba y que tenía mucha suerte.
Empezaba a reconocer a ese “algo” como “alguien”.
—Clara, creo que Sara sigue despierta y lo ve todo. Me
parece que intenta comunicarse conmigo, pero es muy difícil separarlo de mis
propios pensamientos.
—¿Lo distingues porque son cosas impropias de ti?
—Creo que tus gafas han sumado mis puntos buenos y los
suyos.
—Es posible. Pero entonces la puntuación de las Saras suele
ser muy alta, así que la tuya no sería tan buena. Quizá estés cerca del
promedio. Rasgos heroicos, sí, pero no sería raro que cayeras en el lado
negativo. Ten cuidado con tus decisiones.
No quise discutir. Acababa de quejarme de que ella era
demasiado moralista, y que “a quién le importa” pasarle el marrón a otro.
—Clara, si Sara es tan importante, ¿no tendría más sentido
que esta “broma” estuviese centrada en ella?
—Puede. Túmbate en la cama, cierra los ojos, y piensa en
Sara. Todo lo que puedas, todo lo que sepas de ella. Como si hicieras memoria
de hechos muy lejanos en el tiempo. Seguro que no funcionará de inmediato, pero
cada vez sabrás más cosas sobre ella, cosas que parecerá que siempre han estado
ahí, en tu propia memoria. Lo necesitarás cuando me hagas preguntas como “¿de
qué modo exactamente está ese fastidiando a Sara?”.
La revelación fue tan evidente como un puñetazo en el
estómago:
—La Foto Maldita.
—Déjame consultar la historia de alguna variante de Sara…
—No hace falta.
Se lo conté y puso cara de asco.
—Así que se trata de eso —dijo ella.
—¿A qué te refieres?
—Piensa, Damian: al duplicar a Sara en 2 cuerpos, ambas
pueden hacer realidad sus fantasías reprimidas sadomasoquistas: ser la chica de
la foto, y a la vez la que se lo hace. Revivir esa situación consigo misma, en
estrecha confianza. Además lo de que no conseguía recordar el secuestro a manos
de Claw…
—Sólo la excita más —completé—. No recordarlo estimulaba aún
más sus fantasías, empeorando la situación… ¡Espera un momento! ¿Cómo sé eso?
—pregunté abriendo los ojos. Ni siquiera recordaba haberme tumbado en la cama.
¿Había perdido el control unos segundos, distraído con la conversación? —. ¿Sara
puede controlar mi cuerpo si me despisto? —pregunté inquieto.
—Tal vez. Al menos por un momento, si se suspende tu sentido
de incredulidad acerca de que tú no seas tú; antes de tener tiempo para pensar.
Con suerte sería en un momento crítico a vida o muerte.
—No puedo permitir perder el control en una situación así…
Clara se rió, y fue como música celestial.
—Sara te salvaría la vida, tontito. Tienes rasgos heroicos,
pero del tipo “valiente que acaba rápido en el cementerio”.
Recordé con desagrado cómo me lancé de cabeza a la boca del
lobo dos días seguidos. Ella tenía razón.
—¿Entonces esta chica policía no es como yo? Se suponía que
sí, hasta el mago lo dijo.
—Si se trata de luchar déjale que tome el mando, si aprendes
a hacerlo. Es el mejor consejo que puedo darte.
—Pero no tengo… no tenemos pistolas.
—Estás en un mundo mágico, como la mayoría de La Red de
Mundos. Aprenderás, y Sara te ayudará.
—¿Te refieres a lo de los niveles y las clases?
—Damian, Sara, vuestra historia solo acaba de empezar.
Un nuevo enfoque verdaderamente interesante. Me has dejado intrigado.
ResponderEliminarHe tenido que leer el texto un par de veces para saborearlo bien. La verdad es que has mejorado mucho desde tus inicios. Sigues teniendo tu estilo, pero mucho más maduro que al inicio, algo comprensible después del tiempo que llevas desarrollando la historia.
Veo que al fin te has decidido por crear un quinto volumen "fuera del Laberinto". Espero que hayas acertado en esa idea. Las historias que cuentas en él (las que yo conozco, claro está) tratan sobre personajes de los cuatro primeros principálmente, con lo que la continuidad argumental está asegurada. Si además mantienes el nivel de escritura y creatividad que tienes hasta ahora será un libro a tener en cuenta. No digo nada si subes el listón...
Enhorabuena, espero noticias pronto.
Lo he releido con gusto. Planteas todo una filosofía aquí... ¿Somos lo que somos porque nos conocemos a nosotros mismos, porque recordamos nuestros recuerdos, nuestra vida? ¿Qué nos define como humanos, como individuos? Si es nuestra memoria, nuestra trayectoria vital, ¿son menos humanos los amnésicos o los locos que no puedan acceder a su pasado?
ResponderEliminarY sobre todo, si consiguiéramos duplicar nuestra mente de alguna manera, cuál de las dos sería la original es una tarea que creo imposible de verificar. Las dos serían originales, sin importar la que ocupara el cuerpo... ¿O no?