Fuera del Laberinto 1: La Biblioteca Infinita

    Esta historia es una muestra de mi próximo libro, Fuera del Laberinto.




EN EL MUNDO DE LA MAZMORRA

Fuera del laberinto


Imagen de Noah Jurik en Pixabay


1

La Biblioteca Infinita

 


    La llamaban La Biblioteca Infinita. Clara Lans se adentró en ella cuando cumplió 20 años, y quedó boquiabierta ante el pasillo sin fin; lo recorrió durante horas, buscando los puntos donde se solapaban los edificios, las distintas bibliotecas de cada mundo habitado, de cada universo conectado, pero fue incapaz de notar las uniones. A todos los efectos era el mismo inmenso edificio. Cada pasillo perfectamente enlazado con el siguiente, y a ambos lados emergían callejones sin salida forrados de estanterías, todas repletas de libros. A veces Clara se detenía a leer los títulos, pero la mayoría del tiempo eran idiomas desconocidos para ella, con todo tipo de grafías: ideogramas, lenguajes fonéticos y otros que era incapaz de discernir.

¿Cómo acabó allí? Es una historia interesante, pero ella diría que hay que empezar por el principio: la sandía, la moneda y el apicultor.

—¿Cuánto por la sandía? —preguntó Clara en el mercado callejero. Su madre le había mandado a por melones, pero no quedaban.

—Oh, qué joven tan hermosa. Para ti a mitad de precio, por ser tú, pero solo hoy. Dame 2 lobos de bronce.

—Tengo un león de plata…

—¡Ni dragones ni leones, demasiado cambio! ¡Vuelva cuando tenga dinero de este país!  

    Y sin más, el vendedor se puso a atender a la mujer que tenía al lado. Clara se quedó fastidiada, pero no dijo nada; en su lugar se dio una vuelta a ver si encontraba alguna otra alternativa a los melones y las sandías. Se ajustó sus gafas de montura roja y se puso en modo inspector de calidad. Sus ojos de halcón no dejarían pasar una ganga en relación calidad precio. Fue entonces cuando lo vio a lo lejos: un hombre huyendo de una nube de abejas, que esquivaba a toda la gente del mercado. La muchedumbre se apartaba y se reía. Pero Clara pensó que ese no era el comportamiento normal de las abejas. “¿Qué les ha hecho?”, se preguntó curiosa mientras lo veía pegar alaridos. Localizó un cubo de agua de un vendedor de comida picante, con el que rellenaba vasos de cristal, y se lo quitó de las manos.

—¡Chica, espera! —Clara lo ignoró y corrió hacia el apicultor. Le lanzó el contenido del cubo en toda la cara, pero con la mala fortuna de que le resbaló y también le impactó el envase.

—¡Ay! —gritó de dolor el hombre, con el cubo puesto y chorreando. Tropezó y se cayó, deslizándose sobre los adoquines. Las abejas chocaron contra la madera como mosquitos contra el parabrisas, y luego se dispersaron volviendo a la normalidad. Finalmente el hombre, rubio y de pelo corto, con unos 40 años y cara de no haber roto un plato en su vida, se quitó el casco improvisado y miró a Clara.

—Gracias —dijo con un hilo de agua goteando de su pelo entre sus ojos.

—¡De nada! ¿Qué les hiciste a las abejas, y por qué al mojarte se calmaron?

El hombre, que estaba arrodillado, se puso en pie.

—Has hecho las preguntas adecuadas y en el orden correcto. Estaba probando algo que leí en un libro acerca de domesticar a las abejas con feromonas destiladas de varias especies, pero sin querer hice mal la mezcla. Y sin querer disparé el espray del revés, dándome en toda la cara…

—Y sin querer las pusiste en modo destrucción total del enemigo —terminó Clara.

—Eso es. Afortunadamente el cubo disipó los restos. ¿Puedo saber tu nombre?

—Clara. Clara Lans. ¿Y el tuyo?

—Warren. Solo Warren, no me he ganado el apellido.

    Clara había oído hablar de eso. En algunas familias nobles los patriarcas solo concedían el título familiar a los que se ganaban su respeto. O bien podía ser un bastardo no reconocido. No era de buena cortesía preguntar al respecto.

—Mi madre esperaba de mí que le llevara una sandía, pero no quedan. ¿Por casualidad…?

—¡Oh, yo te daré una! Me quedan un par en la despensa helada.

“Despensa”. No un simple cajón helado. Era señal de riqueza notable, eran productos extravagantes fuera del alcance de la gente corriente. Los artesanos los vendían caros, solo a gente rica o de alta cuna, como una señal de prestigio. Si su abuela hubiera estado delante, le hubieran destellado los ojos con el símbolo del dragón dorado y se hubiera lanzado a hacer de casamentera.

—Te estaría muy agradecida, Warren.

—¡Oh, por favor! ¡Soy yo quien está en deuda contigo!

    Clara lo siguió hasta su casa. Abrió una puerta de madera pintada de rojo poniendo la palma en el pomo, y Clara reconoció el encantamiento de cerradura. Era de los sofisticados, una señal de paranoia que sale cara, o de riqueza que proteger. Miró hacia arriba y vio barrotes en todas las ventanas.

—¿Los 3 pisos son tuyos? —preguntó ella.

—De mi familia. También el sótano.

“Bien, no quería encontrarme a solas en casa de un hombre”.

—Pero soy el único que vive aquí, estamos solos —dijo Warren cerrando la puerta. Clara se le quedó mirando. No sabía qué esperar de él. Pero el rubio se fue distraído a la cocina, y ella no se encontró con otra cosa que no fuera un enorme estudio abarrotado de papeles, extendido por toda la casa como si las paredes fueran sutiles sugerencias decorativas perfectamente ignoradas. Planos y mapas, estanterías llenas de libros, mesas de dibujo, maquetas colgando del techo…

—¿Eres un erudito? —preguntó ella.

—Si no lo fuera, nunca habría sido seleccionado.

—¿Seleccionado para qué, Warren?

El hombre abrió la despensa, sacó la sandía y se volvió hacia ella.

—Para servir.

Clara tomó la sandía. Era molesto lo fría que estaba al tacto.

—¿Fuiste soldado? Caballero, supongo. No, espera, con tanto libro seguramente eras mago.

—Nunca he matado a nadie, Clara, y espero que nunca tenga que hacerlo. Sigo sirviendo, pero no como te imaginas. Y no es a un señor que tú conozcas.

—¿Eres extranjero?

—Mucho.

—¿Cómo se puede ser “muy” extranjero? O lo eres o no lo eres.

—Antes parecías tener más perspectiva. Un poco decepcionante, después de las pistas que te he dado.

—¿Estamos jugando a las adivinanzas?

—Las maquetas representan edificios que no existen en este mundo. Y ahora, señorita Clara, tu madre te espera.

La agarró de los hombros, le hizo darse media vuelta y la empujó hasta la salida.

—Sería peligroso para ambos que volvieras a fisgonear —le dijo antes de cerrar la puerta.

—Espera, ¿cómo que edificios de otro mundo?

—Olvida lo que he dicho de servir en otro mundo.

—¡No has dicho nada de eso!

—Eso es, captas la idea, muy bien. Gracias, adiós. Ah, y no intentes colarte por la noche. Hay mecanismos de seguridad muy peligrosos.

—Sabes que cuanto más me dices eso, más ganas tengo de venir… así que quieres que lo haga. ¿Qué pretendes en realidad?

—Ah, otra vez piensas con claridad, muy bien. Adiós, Clara —y Warren cerró la puerta.

    Clara quería dejar la sandía allí mismo y trepar hasta el tejado, y buscar alguna manera de colarse. Pero la agilidad que se imaginaba estaba ligeramente separada de la realidad. Más o menos como lo está el Norte del Sur. De modo que volvió a casa. Su madre quedó impresionada con la sandía de primera calidad y bien fresquita, y las dos comieron hasta llenarse. La sopa fue el postre.

    Esa noche Clara se puso las gafas con encantamiento de análisis y salió de su casa dispuesta a colarse en la de Warren. Tenía el presentimiento de que de algún modo estaba siendo puesta a prueba. Cuando llegó pulsó el botón de la montura, y en los cristales de las gafas aparecieron visibles las runas, como un filtro que hacía que esa longitud de onda fuera visible. Leyó todo el conjunto del circuito y supo cómo forzarlo. No era la clase de cosa que un ratero de los bajos fondos podía hacer. No, ellos optaban por trepar con ganchos y cuerdas, o a mano desnuda, y tal vez serrar un par de barrotes, con la esperanza de no ser oídos en el extremo opuesto a donde la familia estaba reunida. Para Clara era la primera vez que hacía algo así, y el corazón le latía con fuerza. Ensayó en su mente cómo alterar el conjunto de inscripciones, y tuvo que pararse a disimular caminando cuando se acercó un hombre de la guardia de la ciudad.

—Buenas noches señorita —saludó con un gesto del casco. Iba con armadura pesada, y Clara vio la porra colgando de su cinturón a la izquierda, y la pistola de rayos a la derecha. Clara se preocupó, odiaba la fuerza letal. No era reversible, no había explicaciones con las que arreglar las cosas, ni compensaciones por los daños cuando era todo un error o un accidente. Un disparo y estaría frita y tan muerta como el tocino del desayuno. Sin segunda oportunidad.

    Cuando el guardia se alejó lo bastante, volvió sobre sus pasos siguiendo las huellas del hombre, que brillaban a través de las lentes. Si Clara hubiera intentado comprar un artefacto como ese, tendría que haber ahorrado lo ganado durante 10 años. Sin embargo se las fabricó ella misma. Fue la culminación de años de estudio. El dinero que caía en sus manos lo invertía en libros, y no sin ton ni son, sino con un propósito claro: aprender a crear artefactos. Para su madre era un plan para algún día conseguir mucho dinero como artesana del gremio de magos, así que le consentía durante su adolescencia, e invertía dinero en el sueño de su hija; pero la mayor motivación de ella era la curiosidad, y luego la creatividad; quería practicar y crear, no solo aprender.

    Llegó hasta la puerta roja, miró a ambos lados, cogió la varita oculta en un bolsillo profundo interior en su fina chaqueta negra, y le quebró el núcleo: el fino hilo de crin de unicornio liberó su carga de maná al rasgarse, y la punta desprendió maná; trazó nuevos símbolos dibujando directamente sobre la puerta, creó puentes y cortó otros. Lo hizo con extremo cuidado, para no sobrecargar el circuito; hubo chisporroteos, y si había algún vecino despierto seguramente se asomaría por la ventana para mirar. Pero lo logró: la puerta se abrió, y ella entró. Cerró con cuidado, se apoyó en ella y respiró hondo, con los ojos cerrados.

    Luego exploró con cuidado la casa, y recorrió las habitaciones que no había podido ver en su primera visita. Cuando creyó oír ronquidos se alejó de allí. Hizo un mapa mental de todo el sitio. Finalmente bajó al sótano. Gracias a las gafas vio un circuito de alarma en la puerta, si la abría sin más se activaría un aviso, o quizá una trampa. “Warren dijo que había defensas peligrosas”, recordó; como pretendía pillar por sorpresa a los ladrones era mucho más simple que el mecanismo de la entrada exterior. Lo abrió con seguridad y bajó las escaleras de madera, haciéndolas crujir.

—Esto es un laboratorio —dijo al comprender—. Ahí están las abejas.

    Había una gran caja de cristal, como un terrario, donde se las veía revolotear. También había todo tipo de probetas y cacharros que uno se esperaría encontrar en el laboratorio de una bruja o un alquimista. Entonces vio un patrón extraño en las huellas del suelo: había una gran concentración que recorría un camino directo entre los escalones y una de las cortinas rojas que colgaban del techo, decorativas y totalmente inútiles, que solo eran para tapar el deslucido muro de ladrillo, si alguien se molestara en extenderlas. Clara sonrió, se acercó y la corrió: había una puerta metálica blanca con texto rojo. “No es que se pueda llamar puerta secreta, con este grado de ocultamiento, pero se me hubiera pasado de largo”. Intentó leer lo que ponía, pero era un idioma desconocido para ella. Intentó abrirla con la varita, pero había un campo de inhibición mágica: era solo madera rozando metal. Finalmente giró el pomo sin más, un gran disco con el que necesitó las dos manos. Hizo clic y tiró de la pesada puerta, que bien podría haber sido la de un submarino. Clara había leído sobre ellos, propulsados por cristales de maná, pero con cascos que tenían que resistir presiones enormes. Los encantamientos de refuerzo no debían ser en lo que se basaran por una cuestión de seguridad, por si fallaban. Ahora la puerta estaba abierta, y se encontró con una recepción con una mesa. Una mujer con el pelo recogido en un moño y aspecto muy profesional, también con gafas pero de montura negra, cerró un libro y la miró sentada tras su mesa.

—¿Trabaja aquí? No la reconozco —preguntó la señora.

    Clara estaba un poco desconcertada. Se había colado, pero la habían pillado y no pasaba nada, y esa mujer estaba trabajando. Y una intensa luz blanca lo iluminaba todo, sin sugerir que era de noche, o que alguien podía querer echarse una cabezada. Sin pensarlo Clara cerró la puerta, pese a que era su vía de escape.

—Pues no, la verdad… —“soy tonta. ¿Y ahora qué le digo?”.

—Para usuarios rellene el formulario A, para búsqueda de empleo el B, para burócratas intentando interferir de parte de algún gobierno el C, para fuerzas armadas el D, para abogados el E, y para lo demás, el F.

—¿Qué?

    La mujer se quitó las gafas y las plegó con cuidado, soltando el libro que estaba leyendo. La miró con curiosidad.

—¿Eres totalmente nueva? No es solo que sea tu primera vez en este sector, ¿verdad?

—Bueno, esto, sí, supongo.

—Qué interesante. ¿Y cómo has llegado hasta aquí a través del portal de Warren Hopper? No le veo acompañándote, y con su huso horario ahora debería estar durmiendo. Como comprenderás, eso suscita algunas cuestiones incómodas que responder por tu parte…

—Tiene usted razón, señora, por eso mejor me voy… que pase buena noche.

La mujer no respondió, y Clara casi salió abriendo la puerta de nuevo.

—¿No quieres ver lo que hay al otro lado de la cortina blanca? —preguntó la mujer. Clara se detuvo justo antes de cerrar la puerta. Miró hasta el fondo de la sala de espera. Una cortina bloqueaba la visión de lo demás. ¿Qué era ese sitio, cuál era su función? Y efectivamente, ¿qué narices había al otro lado?

—Hoy es una cortina —siguió la mujer—, mañana podría ser una puerta de madera, o cadenas verdes, o tiras de plástico, o una pecera. Lo bueno de los libros es que son consistentes, si sabes a lo que me refiero. No cambian de forma, no como los compartimentos cambiaformas.

—¿Y para qué iban a usar mecanismo cambiaformas en un pasillo? ¿Para comerse a los intrusos?

—Oh, veo que eres despierta. Buena intuición. Te di la pista y la agarraste al vuelo. Tenemos una vacante libre, por si te interesa. Por supuesto, si no pasas la prueba, serás rechazada.

De algún modo una fuerza irresistible había tirado de Clara hasta la cortina blanca.

—¿Qué prueba? —preguntó volviéndose. De repente esa fuerza caprichosa la arrastraba hasta el formulario B. Lo cogió y ojeó.

—La prueba de aptitud. Presta atención, chica. Se trata de un contrato laboral.

—Al menos está en mi idioma.

—Claro, este sector está sincronizado con el territorio de Warren.

—Antes ha hablado de husos horarios. ¿Sincronizar territorios? ¿Portales? No me diga que es lo que creo que es.

—Entonces no lo haré. Pero si piensas en interconectar planetas y países y universos, estás en lo correcto.

—Espere, espere, ¿cómo que universos? ¿Planetas? Había oído hablar de portales de teletransporte, conectan los gremios de magos y los instalan en castillos… pero eso es exagerado.

Clara quería decir que le estaba gastando una broma, pero el lugar y la actitud de la mujer descartaban la posibilidad.

La mujer se puso de nuevo las gafas y retomó su libro. De repente se veía aburrida.

—Para formularios de trabajo, coja el B.

Clara se sintió estúpida. Esa mujer no iba a discutir con ella cosas que formaban parte de su rutina diaria.

—¿Puedo hacer solo una visita? ¿Ha dicho que era con el A?

—Sí —respondió sin alzar la vista.

—¿Cuánto cuesta?

—Es gratis para empleados. Si no eres una noble o rica mercader, no creo que en tu mundo ganes suficiente dinero para pagar por estos servicios. La información que tenemos es inabarcable y vale su peso en oro. Por eso además los más ricos de tu mundo solo tendrían acceso limitado. También somos responsables con los adelantos tecnológicos y mágicos excesivos, no es una cuestión de dinero. Hay territorios conectados mucho más atrasados que se verían gravemente afectados.

—¿Y sin embargo contratan a cualquiera?

La mujer sonrió y la miró, sin soltar el libro.

—Pero tú no eres cualquiera.

—Pero si no me conoce de nada, ¿cómo puede decir eso?

—Conozco a Warren y él te ha dejado entrar.

El orgullo se apoderó de Clara, y tardó demasiado en agarrarlo y esconderlo debajo de la alfombra.

—De eso nada, me he colado yo sola.

“Soy imbécil”.

La mujer se rió y cerró el libro con un carpetazo. Se acercó a ella guardándose las gafas en un bolsillo de su camisa negra.

—¿Cuánta durabilidad le queda a tu varita, chica? ¿Menos de diez usos?

    Clara asintió. Seguía con ella en la mano, por si tenía que defenderse. Tal vez haciendo crecer algunas plantas convirtiéndolas en tentáculos, pero para eso tendría que haberlo preparado durante unos minutos, inscribiendo en círculos a su alrededor. Y aún más importante, necesitaba plantas. Pero había una maceta grande con un arbolito en una esquina, cerca de las sillas. Pero se puso realista. En realidad Clara no tenía capacidad de lucha directa, por lo que era bastante inofensiva en un duelo.

—Debe de haberte costado mucho dinero —dijo la mujer—. Es de baja calidad porque no eres rica. Salta a la vista que es tan importante para ti como tus gafas, de las que estás muy orgullosa: no te las han regalado. Veo talento en ti. Y Warren también, porque te has colado a través de su casa y te ha dejado creer que lo has logrado por ti misma. Eres audaz. Sí, definitivamente Warren te ha escogido como candidata. ¿Quieres trabajar aquí o no?

—Pero… ni siquiera sé qué es este sitio.

—Entonces cruza la cortina.

Y así fue como Clara se adentró en el Pasillo Infinito.

    Una vez que lo recorrió comprendió lo que era ese lugar, cómo funcionaba y que la mujer era una bibliotecaria. A Clara le fascinaba cómo incluso con las gafas de análisis era incapaz de ver las juntas entre portales invisibles. Era un trabajo de precisión que se extendía más allá de lo que ella conseguía abarcar durante horas caminando.

    Pero ya estaba cansada. Debería llevar mucho tiempo en la cama. De modo que se salió del pasillo principal y se tumbó en la amplia mesa del pasillo perpendicular izquierdo. Para su sorpresa la dura madera se transformó en un material suave y gelatinoso, que luego se endureció ligeramente adaptándose a su forma. Era una cama excelente, más cómoda que la de su casa. Además la temperatura era agradable, y notó que mientras se quedaba dormida subía suavemente.

Aquel fue un gran día.

    A la mañana siguiente, impaciente por encontrar un cuarto de baño, Clara dio media vuelta aún adormilada y deseó regresar cuanto antes a casa. Ni siquiera se detendría en el de la biblioteca porque su madre estaría preocupada. Lo malo es que estaba a horas de viaje andando... pero tras el primer módulo que cruzó (un segmento de pasillo con los dos perpendiculares a cada lado), de repente estaba otra vez frente a la cortina blanca, que ahora eran cascabeles dorados colgando de finas cadenas rojas casi hasta el suelo. Al otro lado estaba Warren tras el mostrador.

—Hola otra vez, señorita Clara Lans.

Se lo quedó mirando tras cruzar los adornos.

—¿Dónde está la mujer?

—Ha terminado su turno, salió por la puerta pero en su caso regresó a su planeta. ¿Qué te ha parecido la Biblioteca Infinita?

—¿De verdad es infinita?

—Probablemente no. ¿Quieres trabajar aquí?

—¿Cuánto cobraré?

—No mucho. Pero tendrás acceso libre. Y deberías saber que es todo un privilegio.

—¿Quién se lleva el dinero? La mujer dijo que cobráis muy caro.

—¿Seguro que lo dijo o es lo que piensas tú? La administración de la Biblioteca se mantiene en el anonimato, no sé quienes son.

—Yo tampoco. Lo que me ofreces es un gran cambio en mi vida. Mi madre espera de mí otras cosas.

—Ya sabes dónde me encuentro. Piénsatelo. Pero puede que pierdas la plaza.

—¿Por qué yo? ¿Y de verdad me pusiste a prueba?

—Soy bueno calando a las personas. Y si no pasas la prueba de aptitud dará igual que yo te haya escogido.

—¿Es peligrosa?

—Define peligro. ¿Es cuantificable la cantidad de personas armadas que te persiguen para matarte?

—¡Sí!

—Pues un poco menos. Vuelve esta noche, tu madre te estará esperando. Has pasado la noche fuera. Vete ahora.

Clara asintió y se fue pensando en lo preocupada que estaría su madre.

    Se fue dando una última mirada al sonriente Warren, el bibliotecario de La Biblioteca Infinita. Cerró la puerta y se marchó.

 

* * *

 

    Habían pasado dos años desde entonces. Clara superó la prueba (un conjunto de ellas), y luego la prueba secreta tras las pruebas reglamentarias, sin saber que seguían evaluándola. Después fue seleccionada para la plaza vacante, en lugar de ser puesta en reserva. La prueba secreta midió su sentido de la justicia cuando creía que nadie la vigilaba ni era puesta a prueba, y su discreción: ¿se iría de la lengua? ¿propagaría la información a la que el resto de su mundo no tenía acceso? Hubo elaboradas trampas ahí fuera, con nobles implicados que incluso intentaron sobornarla. Pero Clara demostró ser de fiar. Por otra parte las zonas a las que tenía acceso eran muy limitadas, repitiéndose en bucle las mismas estanterías hasta que decidía volver. Su acceso aumentaría a medida que aumentara su rango.

    Nunca más le faltó el dinero, ni a ella ni a su madre, aunque tampoco daba para vivir rodeada de lujos como una alta noble. Sin embargo lo más importante para ella fue que allí, en La Biblioteca Infinita, conoció a Marty. Pero antes conoció a los 3 mercaderes.

    Provenían del reino de Wolfrim, planeta Dulan (del mismo universo y galaxia que Clara), y estaban de visita buscando información sobre herbología para elaboración de pociones, en particular de las curativas; consideraban que la ciencia en su reino estaba demasiado anticuada, y que sus pociones habituales se basaban en recetas apenas modificadas en los últimos mil años. Necesitaban ponerse al día.

    Clara depositó el manual de tasas de cambio de La Biblioteca que estaba estudiando (necesario para cobrar, aunque las nuevas gafas que le dieron le podían hacer el trabajo), sobre el montón formado por “Necronomicón Purificado”, “Caminos del Caminante (universos 26 a 272)”, y “Las Buenas y Acertadas Profecías de Agnes La Chalada”, y salió de su lado del mostrador para guiarlos.

    No necesitaba memorizarlo todo, en sus gafas vio proyectados los hologramas que le indicaban el camino hasta el lugar donde ella quisiera llegar, en este caso los libros que buscaban. Los mercaderes quedaron impresionados, caminaron durante más de diez minutos hasta encontrar el libro exacto. Pensaron que ella se lo conocía todo como la palma de su mano, pero las normas de la Biblioteca exigían mantener la discreción acerca de detalles como sus gafas de trabajo.

—¿Señorita, acaso ha memorizado la biblioteca? —preguntó el más joven, de unos 30 años.

—Eso sería imposible —corrigió el más mayor, de unos 60—. Seguramente estamos en los límites de su zona de trabajo.

—En realidad aún estamos lejos de los límites de mi territorio —apuntilló ella. Ahora abarcaba más territorio que al principio, se había ganado cierta confianza. Les entregó los dos volúmenes que necesitarían según la magia de la Biblioteca, que se comunicaba a través de sus gafas, y los guio de vuelta. Vio la marca roja que advirtió que uno de ellos había robado un libro, y lo miró. El más joven ponía cara de póker, pero vio la silueta roja bajo su holgada ropa. Clara pensó que habían venido a robar de forma premeditada. Leyó el título en el letrero flotante: “Elaboración avanzada de venenos de Sorti, la Bruja Vidente”, publicado en el planeta Amefuisán II, sector 15, galaxia Vía Láctea, universo 916. “De modo que estos hombres sabían la clase de libros que habría junto a la elaboración más avanzada de pociones”.

Cuando cruzaron el umbral que llevaba a la recepción, los dos hombres se dieron cuenta de que faltaba el menor.

—¿Dónde se ha metido Felini? —preguntó el mediano, unos 40 años.

—Jamás saldrá de aquí hasta que devuelva lo robado —repuso Clara tranquilamente, y se sentó tras el mostrador. Para el ladrón el portal invisible que conectaba con la recepción llevaba a otro tramo de la Biblioteca. Lo cual significaba que no había sido considerado una amenaza, o hubiera sido devorado por el módulo cambiaformas, que ahora parecían adornos de navidad colgando del techo, justo antes de llegar a la sala.

—Chica, déjalo salir —exigió el más mayor.

—En cuanto suelte el libro podrá salir.

Se miraron entre ellos. La autoridad del mayor pareció imponerse. El otro sacó otra bolsa de monedas de oro, más refinadas y puras que las del planeta de Clara, con un porcentaje mucho mayor de oro. Por un segundo se emocionó leyendo el valor en los cristales, y se inclinó para verlas sin pensarlo. Entonces el hombre abrió la bolsa sobre el mostrador, y vio el oro brillar.

—Déjalo marchar —exigió el hombre, con toda la autoridad que creía que le confería el dinero.

Clara se ajustó la montura. “Nivel 9, clase nula, raza con mejora de agilidad de subtipo mediano”. Aun así podría matarla a golpes sin ayuda. Lógicamente supondría la muerte del agresor, pero tal vez fuera demasiado tarde para ella.

—Voy a aclararle tres cosas: primera, no soy sobornable —el hombre contuvo una risotada—. Segunda, la Biblioteca no es robable. Tercera, atacarme supondría su muerte con certeza absoluta. ¿Me he explicado con claridad?

    El hombre sonrió, sacó una daga oculta y se abalanzó sobre ella. Clara pulsó un botón del mostrador y quedó envuelta por una barrera de tipo burbuja; el mercader se estampó de bruces contra ella, y su nariz sangró.

—¡Me has hecho daño, perra!

—Acabo de salvarle la vida —respondió sencillamente Clara. El mayor lo sujetó del hombro, y le hizo retroceder. Luego se puso delante.

—Por favor, disculpe a mi amigo; aún es demasiado joven e impulsivo. Ha cometido una estupidez. Puede quedarse el dinero como compensación por su arrebato de locura.

—¡Pero…! —empezó el otro, pero el mayor le cruzó la cara de una bofetada. Se quedó estupefacto. Clara analizó al líder: “Nivel 24, clase mago, subtipo encantador. Raza humana G, refuerzo de aprendizaje”. Clara comprendió que había hecho su fortuna especializándose en vender su propia mercancía encantada, y su progreso de nivel era solo un efecto secundario de estar saturado de maná, y saber emplearlo. Aunque no fuera de tipo combate. “Al igual que yo necesita tiempo, y no sería bueno en un enfrentamiento directo contra un guerrero”. Entonces el mayor continuó hablando de la manera más diplomática que pudo con Clara:

—Lamentamos profundamente lo ocurrido. Si fuera usted tan amable de enviar un mensaje a nuestro compañero, podría recuperar el sentido común y devolver lo sustraído. Así resolveríamos todo este lío de forma satisfactoria para todos los implicados.

—Acepto sus disculpas, pero sus compañeros no se han disculpado, no han enmendado sus errores ni sus acciones destructivas, y por supuesto que me quedaré con el dinero.

Clara escribió en el aire con un dedo y la Biblioteca hizo visibles sus trazos, con luz sólida azul celeste.

—Enviar —dijo ella. En otro lugar el ladrón se vio rodeado de mensajes flotantes repitiéndole por todas partes:

“Jamás saldrás sin devolver lo robado. Morirás ahí dentro. Devuélvelo. Es imposible robar aquí”.

    Entonces Clara hizo que cada letrero, que lo envolvían en forma de esfera, comenzara a destellar y parpadear; eran ruidosos, y sin sincronía alguna eran aún más molestos, como un chocar de cacerolas rebotando unas contra otras. Eran imposibles de ignorar. Entonces Clara provocó que cada mensaje fuera narrado en voz alta, sonando como un coro insoportable e incesante que duraría años si fuera necesario. El ladrón no podía librarse de las luces ni de los ruidos, y si fuera acompañado, nadie más podría ver ni oír lo mismo que él, sin comprender por qué gritaba ni se volvía loco. La intensidad de las luces y el volumen de las voces no paraba de aumentar. Clara sonrió.

—Y ahora —dijo ella—, quiero que me den todas las cosas de valor que lleven encima. Los dos. Absolutamente todo. Van a salir de aquí desnudos. Por supuesto incluyo los artefactos de inventario como los anillos espaciales que llevan puestos.

—Ven a robarme si te atreves —dijo desafiante el mediano.

—Jamás podréis salir de esta habitación sin mi permiso.

—Romperemos la puerta con magia —replicó orgulloso—, da igual que sea metálica. La fundiremos, o la volaremos con explosivos.

—Me temo que eso solo añadiría mayor coste a la indemnización que nos cobraremos.

—¿Ah, sí? ¿Acaso vais a venir a nuestro planeta a cobrar las deudas?

—Oh, podríamos. Y lo haríamos. Pero no hace falta llegar tan lejos: vas a salir de aquí desnudo.

Hizo ademán de intentar atacarla de nuevo, romper la barrera a puñaladas, una tras otra hasta que cediera, pero su compañero lo sujetó. El agresivo lo miró furioso.

—¡Suéltame, viejo!

Lo soltó, pero el más joven no atacó a Clara. En su lugar miró la daga y decidió guardársela.

—Si no salimos de aquí, nuestra gente considerará que hemos sido secuestrados. No queréis atraer problemas. Sería dar una excusa para que nuestros ejércitos tomaran vuestro pequeño negocio.

—La Biblioteca gana mucho más dinero en un mes del que ganaréis los tres juntos en diez vidas. El oro paga las guerras. ¿Creéis que vuestros reyes querrían enfrentarse a nuestro ejército de mercenarios reclutados a través de La Red de Mundos?

    Al idiota no se le ocurrió una respuesta rápida, pero el mayor comenzó a desvestirse. A falta de un lugar mejor, lo dejó todo, en especial los artefactos y las joyas, sobre las sillas, perfectamente ordenados y con la ropa doblada. Dando ejemplo. El otro aún no cedía. Antes tenía que recorrer la habitación, comprobar que no había huecos en la barrera junto a la pared, e intentar abrir la puerta. Apuntó con su varita, del mismo tipo que la que usaba Clara: maná incorporado, usos limitados. Adecuada para los no magos, si dominaban las inscripciones mágicas. Pero el otro le arrancó la varita por sorpresa y la partió por la mitad, haciéndola chisporrotear; lanzó los dos pedazos y estallaron.

—¡¿Pero qué haces, imbécil?! —preguntó el joven. El mayor le pegó otra bofetada, mucho más fuerte, que lo tiró al suelo. Había 15 niveles de diferencia, y con tal magnitud se reflejaba en el poderío físico, pese a ser un especialista en magia de tipo no combatiente.

—Desnúdate y dáselo todo —ordenó, conteniendo su furia.

—No intentes disimular —dijo Clara—. Esto estaba premeditado. Eres cómplice del intento de robo. Pagaréis muy caro. Y el doble por el intento de agresión a una bibliotecaria. Por decirlo suavemente, acabáis de quebrar.

El impetuoso imbécil se puso en pie, gritando:

—¡¿Ah, sí?! ¿Y cómo nos lo vais a cobrar?

—El tiempo ha sido ralentizado aquí dentro. Hace horas que otros bibliotecarios visitaron a vuestras familias y negocios. Acabo de recibir la notificación. Ya han cobrado, y además estáis endeudados. Por mucho tiempo.

El mayor quedó lívido. El otro tenía más ganas de gritar, pero en su lugar bajó la voz y habló con toda la frialdad que fue capaz de reunir:

—Esto no quedará así. Me vengaré.

—Inténtalo y morirás —contestó Clara encogiéndose de hombros—. Como dije antes te he salvado la vida, pero eres demasiado estúpido para darte cuenta.

Los dos guardaron silencio. Entonces el mayor miró al problemático, y este finalmente cedió. Comenzó a desnudarse, temblando de ira contenida.

—Bien —continuó ella—, aclarado esto, voy a dejar volver al otro.

Pulsó otro botón bajo el mostrador y se hizo visible el más joven de los tres, al otro lado del módulo cambiaformas, en el suelo del pasillo. Estaba tendido balbuceando, gimiendo y llorando. El libro estaba tirado a su lado.

—¡Cielo santo! —exclamó el mayor, y fue corriendo hasta el guiñapo humano. Lo trajo a rastras, semiconsciente. Había sido incapaz de encontrar un lugar vacío donde poner el libro. Tampoco lo hubiera solucionado sustituir un libro tomado sin permiso por otro. En realidad hubiera bastado con colocarlo en una mesa para leerlo sin sacarlo de la Biblioteca, pero a Clara no se le había ocurrido decírselo con su ataque mental.

—¿Qué le has hecho? —preguntó el imbécil viendo cómo su compañero atendía al más joven.

—Como dije antes el tiempo ha sido ralentizado aquí dentro. Ha estado castigado unas cuantas horas. Más de medio día. Ah, dadle de beber cuando podáis, estará un poco deshidratado. Tampoco podía dormir. Pero tiene la vejiga vacía.

—No reacciona —dijo el mayor—. No me oye ni me ve.

—Era magia ilusoria —explicó Clara—, sus ojos y oídos no han sido dañados. Pero su mente tardará en recuperarse. Y ahora quiero que le desnudéis también. Me lo quedo todo. De lo contrario jamás saldréis de aquí.

—Dijiste que no eras sobornable —dijo cínicamente el que clamaba venganza.

—Y no lo soy. Venderemos todo eso y contribuirá a financiar las medidas de seguridad, como las tres docenas del gremio de asesinos que podemos enviar a casa de cada uno de vosotros si nos causáis más problemas.

Clara levantó la barrera una vez que los tres estaban desnudos y desarmados. Salió del mostrador con los brazos cruzados, mostrándose desafiante. Se puso directamente delante del que quería matarla.

—¿El potrillo salvaje ha aprendido ya su lugar, o todavía hay que domesticarlo? —preguntó ella. A él se le marcó una vena en la frente de pura furia. Quiso estrangularla allí mismo. Pero esta vez nadie tuvo que detenerlo.

—Sí… señora —dijo al final. Incluso agachó la cabeza, mirándose los pies. Ella sabía que era una sumisión fingida, pero le valdría por ahora.

—Bien. En ese caso quiero que volváis y le digáis a todos los que hayan oído hablar de nosotros que La Biblioteca Infinita no es un lugar al que robar.

Los dos hombres asintieron, y ella permitió que la puerta se abriera cuando giraron el volante que la abría, como la pesada compuerta de un submarino, preparada para resistir fuego de dragones.

—Lamento profundamente lo sucedido —dijo el mayor, cargando al hombro al joven.

—No me cabe duda.

    La puerta se cerró y Clara la bloqueó con una pulsación en la patilla de sus gafas. Entonces se permitió temblar y se dejó desfallecer sobre una de las sillas vacías, y jadeó de temor. “Estoy completamente loca”, se dijo a sí misma. “¿Gremio de asesinos? Eso va contra las reglas del Caminante. Jamás nos permitiría funcionar de esa manera. Pero al menos se lo han tragado. Solo eso parece haber calmado al niñato”.

    Ella había oído hablar de esa figura legendaria, y había leído sobre ella. Había muchas menciones en toda La Red de Mundos a lo largo de la Historia, muchas veces tan exageradas que la mayoría de la gente lo consideraba una figura mitológica. Pero las normativas de la Biblioteca eran claras, y le mencionaban hasta en 3 ocasiones. El mensaje general era “no hagamos enfadar al Caminante: sobre todo detesta la violencia”.

 

* * *

 

    Clara estaba en recepción, sentada ante su mesa merendando un plato de Sushi de una colonia humana en Próxima Centaury, de un universo más adelantado, cuando la compuerta exterior se abrió y entró el chico por primera vez.

—Hola… —dijo tímido e inseguro, y a Clara le pareció mono. Le sonrió. Era un chico de cabello castaño, con vaqueros, sudadera azul y amarilla abierta sobre una camiseta blanca con detalles rojos. Clara reconoció por los pantalones que era ropa de las Tierra A, las sin magia, común durante un largo periodo de siglos en muchos universos. Si ella hubiese vivido allí sabría lo inapropiado de su sentido de la moda, pero el contraste de colores le gustó. Clara se fijó en sus ojos, vivos y despiertos, analizándolo todo, mientras parecía un chico asustado e incluso levemente sonrojado. Clara sonrió y decidió que lo primero era hacer que se sintiera cómodo. Pero antes ella necesitaba dejar de sonreír para parecer más profesional.

—¡Bienvenido a La Biblioteca Infinita! No le he visto nunca.

—Sí, es la primera vez que estoy aquí… oh, y tutéame, por favor; me pone nervioso que me traten con tanto respeto. Tanta formalidad, quiero decir.

    El chico, que no aparentaba más de 20 años, seguía pegado a la puerta entornada, obstaculizando la visión de Clara. Aún no sabía si venía solo, o qué había al otro lado. Él no se atrevía a bajar los 3 escalones. Finalmente se animó y observó la sala; Clara notó de inmediato que usaba ojo crítico, examinaba cada pequeño detalle, cada atisbo de información a su alcance era extraído, diseccionado y catalogado en su cabeza. Lo supo porque ella era igual que él. Clara sonrió y cruzó al otro lado del mostrador.

—Te he interrumpido comiendo; lo siento, señorita.

—Llámame Clara. No pasa nada.

—Puedo volver más tarde…

—No, da igual. ¿Cómo dices que te… llamas? —apenas logró controlar su expresión facial, intentando mantenerla neutra con todas sus fuerzas: mientras comenzó la pregunta la Biblioteca contestó por él, y ella vio la información desplegada en sus gafas. No pudo evitar tragar saliva mientras el texto pasaba a toda velocidad, a la misma velocidad que Clara leía:

    “Nombre censurado por seguridad. Nivel 99. Multiclase explorador subtipo velocista, y mago subtipo encantador. Raza humana A, mestizaje con vampiro 50% (libre, sin secuelas, reforzado), mestizaje con dragón de fuego 25% (reforzado, especialmente la magia de fuego). Octavo en la línea de sucesión de Draconis IV, universo 818 (no es su universo natal). Especial: inteligencia de rango Gran Sabio (lastrada por carencia de conocimientos por juventud excesiva, solo 20 años terrestres). Advertencia: protección kármica extrema. Maximice las precauciones y entable relación diplomática. Ofrézcale por cortesía la nueva plaza vacante creada para él. Primera directriz: evite conflictos con él a toda costa”.

—Todo el mundo me llama Marty.

Clara intentó concentrarse. “Un diminutivo”, pensó. “¿O es un apodo? ¿Oculta su nombre?”. La primera directriz no se borraba de las lentes, como un recordatorio amenazante.

—¿Marty qué? —preguntó ella.

—Solo Marty. Me alegro de que aquí también funcione la magia de traducción automática.

—¿Se refiere a lo que sucede en La Mazmorra, señor Marty?

—¿Por qué ahora me hablas de usted?

“Inteligencia. Evitar conflictos. No debo mentirle, lo sabría y causaría problemas”.

—La verdad es que la Biblioteca me ha dicho que te trate con el máximo respeto —dijo Clara con cuidado, sin quedar comprometida. La advertencia desapareció y se sintió aliviada, como si hubiera esquivado una mina explosiva.

—Entiendo —contestó Marty—, ha detectado mi nivel exagerado y sabe que vengo de La Mazmorra, con un buen paquete de habilidades otorgadas. Totalmente desproporcionado para las amenazas que podéis enfrentar. Y vuestra mazmorra local no está lejos, así que no estoy muy debilitado y todas mis habilidades aún funcionan. Y además este planeta tiene maná para alimentarlas. Aunque aquí dentro hay maná ambiental, pero no bastaría para usar mi poder al máximo.

Ella asintió siguiéndole la corriente, pero sabía que había mucho más. La reacción de La Biblioteca no era normal; siempre parecían seguros en su distancia, pero esta vez los de arriba estaban verdaderamente alterados, pese a que era Clara la única que estaba expuesta.

—Siento curiosidad, Clara: ¿se comunican contigo mentalmente, o proyectan texto ilusorio en tus gafas?

—En efecto, leo en mis gafas —explicó ella sonriendo, y caminó hacia el Pasillo Infinito. Él la siguió—. Es curioso, la mayoría de la gente en La Red de Mundos piensa antes en nuestra biblioteca que en La Mazmorra, cuando se trata el tema de la traducción automática. Los hijos de los nobles la estudian con sus institutrices.

—Me sorprende que esté mejor documentado este lugar que ese nido de cabrones. Normalmente la gente se interesa más por los peligros potenciales.

“Dímelo a mí, señor Evite Conflictos Con El A Toda Costa”.

—¿Estaba buscando algo en especial, señor Marty?

—Por favor, tutéame. Y la verdad es que no, solo vengo a curiosear. Por cierto, tengo entendido que este sitio vale una pasta. ¿Me cobrarás también por la visita, o solo por llevarme algo? ¿Y qué hay de las consultas que haga leyendo aquí mismo?

—¿Me equivoco al pensar que no necesitas llevarte algo que hayas leído solo una vez prestando atención?

Él se rió con timidez, como si fuera algo de lo que avergonzarse.

—Pues es verdad… con la memoria que tengo lo recordaría palabra por palabra durante años. Me ahorraría un buen dinero si leo aquí lo que necesite. Suponiendo que valga menos así, sin sacar los libros de aquí.

“¿Es honesto?”.

—Nuestros precios serán más bajos para ti, Marty.

—¿Por qué?

“Tiene que saberlo, se hace el tonto”.

—La Biblioteca me lo ha dicho. Has sido elegido como uno de nuestros clientes preferentes.

—Caramba, pero no he hecho nada para merecerlo.

“Probemos con el karma. La protección kármica no indica en sí que sea bueno, pero me arriesgaré”.

—Al parecer tienes muy buen karma. Eso da puntos porque eres de fiar, no usarás el conocimiento para obrar el mal.

Marty extrajo una bolsa de monedas de oro de su anillo espacial.

—¿Cuánto por una visita guiada? —preguntó él.

—La primera vez es gratis.

—¿En serio? Tenía entendido que aquí te cobran oro hasta por respirar. Y a precio de… bueno, de oro.

Clara tomó un libro cualquiera de la estantería a su lado: “Historia de las guerras de Europa, luna de Júpiter. Adenosine Laverne. Primera edición: 3.842”. Se lo pasó a Marty y él abrió los ojos como platos:

—¡Mi abuelo calculaba menos de tres siglos de adelanto para el universo paralelo más avanzado, pero esto lo cambia todo!

Clara no se podía creer la suerte que había tenido. Pero luego comprendió que era la suerte del propio Marty. Se llevó un pequeño chasco. En sus gafas parpadeó un recordatorio brevemente. Casi lo había olvidado.

—La Biblioteca me informa de que tenemos una plaza vacante, señor Marty. Y dice que es suya si la quiere. ¿Desea ser bibliotecario?

—¿Yo? ¡Cielos, no! ¿Para qué?

—Digamos que hay “barra libre” de lectura, sin restricciones. Ya sabe que el oro no permite acceso total, excepto a los trabajadores. No importa lo rico que sea un rey, si La Biblioteca decide que hay una sección, o una fecha, a partir de la cual no debe saber nada, jamás pondrá sus manos sobre esos secretos. ¿No cree que es interesante, señor Marty?

El chico sonrió, perdiéndose en sus pensamientos un momento.

—La verdad es que sí —contestó Marty finalmente—, pero no me voy a comprometer. Lo siento.

—Dadas las circunstancias, creo que es una oferta libre de compromisos.

—¿Puedes hablar sin rodeos?

Ella se puso tensa.

—Señor Marty, esta plaza se le ofrece para entablar relaciones diplomáticas. No creo que La Biblioteca pretenda tomar control sobre usted mediante cláusula alguna. De hecho se están saltando las pruebas por usted. Estoy segura de que podría dejarlo cuando quisiera.

—Tal vez cuando sea abogado. A lo mejor dentro de 6 meses, si estudio un poco de derecho. Pero las leyes que aquí se aplicarían no serían las que yo estudiaría, ni sé ante quién responden tus jefes, si es que se someten a alguna ley… pero no, dejémoslo, no sería práctico siendo un viajero. Iba a pasar los próximos 6 meses estudiando ingeniería aeroespacial, pero estaba dudando entre eso e irme al campo a vivir del pastoreo, la agricultura y la ganadería.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Vacaciones —contestó Marty encogiéndose de hombros—. De modo que tus jefes quieren hacerse mis amigos.

—En realidad creo que te temen —se arrepintió justo después de decirlo, y la primera directriz parpadeó de nuevo, más grande. “¡Sí, ya lo sé, he dicho demasiado!”, pensó molesta.

—Oh. ¿Y eso, Clara?

—¿Nivel 99? Por otro lado censuraron tu nombre.

—Qué extraño. Lo del nombre, quiero decir.

Sin pensar, por los nervios y para tener de qué hablar cambiando de tema, Clara cogió otro libro por casualidad: “Historia y variantes del monstruo Claw, El Loco. Universos 25 a 280. Edición para La Biblioteca Infinita. Por Mary Schwartz”. Se lo enseñó a Marty y él lo cogió bruscamente, mirándolo fijamente, con el ceño fruncido, extrañado. Luego lo abrió y fue directo al apéndice acerca del autor.

—¿Mary Schwartz? —preguntó él—. ¿La que yo conozco? Con lo grande que es esto… menuda casualidad. ¿En algún momento de su vida se hizo bibliógrafa? ¿En cuántos universos? —miró a Clara a los ojos—. ¿Cuánto cuesta que me lleve este?

—Te lo puedo prestar dos semanas, sin coste —la primera directriz desapareció.

—No me gusta. Debería pagar.

—Muy bien: entonces nos debes un pequeño favor. Por ejemplo, si tenemos problemas de seguridad con intrusos, como me pasó hace poco, puedo pedirte ayuda.

Él sonrió.

—Pero Clara, para eso tendrías que poder contactarme en cualquier momento. ¿Cómo piensas hacerlo?

    Ella sonrió y se acercó a una pared, hasta uno de los pequeños huecos sin estanterías. Pulsó en ella con la palma y se retiró hacia adentro la tapadera de un compartimento secreto, que luego se deslizó hacia arriba. Ella cogió unas gafas de montura negra, casi idénticas a las suyas de montura roja, y se las dio a Marty.

—¿Esto es para mí? —preguntó él sorprendido, tomándolas como si estuvieran hechas de oro y diamantes. Supo reconocer su valor de un vistazo.

—Normalmente son un préstamo para los trabajadores. Se devuelven si renuncian a su puesto. En este caso creo que son tuyas mientras estemos en buenos términos de amistad.

—¿Qué pasaría si me peleara con tus jefes?

“Deberá devolverlas”, leyó ella.

—Deberías devolverlas.

—Así que intentarían matarme con ellas.

—¿Qué? ¡No, eso no es…!

—Te han mentido. Y no me fío de la gente que miente, porque no puedo estar seguro de que sean como yo. Si yo miento es por una buena razón. Pero cuando lo hacen los demás podría ser por cualquier cosa. Clara: ten cuidado con esas gafas. Si alguna vez te preocupa que este lugar te ataque… suéltalas. O mejor, tíralas lo más lejos de ti que puedas. Y no dudes ni te retrases. Rómpelas si puedes. Puedo ver los encantamientos que tienen, ofuscados y comprimidos. Son de muy alta calidad. Tienen un montón de hechizos. Seguro que hay personal de seguridad en alguna parte que las usa como armas. Lo más fácil sería autodestruirlas, volatilizándote. Recuérdalo.

    Clara estaba aturdida. ¿La Biblioteca intentando matarla? ¿Para qué, por qué? Pero asintió, siguiéndole la corriente. Y luego se sintió estúpida por hacerlo. Algo le decía que tenía razón, y que más le valía escucharlo.

    Marty se puso las gafas y leyó a toda prisa; leyó en voz alta tan rápido que una persona normal hubiera perdido el hilo mucho antes de la mitad. Pero no era el caso de Clara, ella siempre podía seguirle el ritmo:

—¡Caramba, qué interesante! Clara Lans, Tierra B… eso significa que tiene maná… universo 296, nacida en 1.812. 22 años. Nivel 7, aprendiz de hechicera que por ahora necesita varita… ¿clase bibliotecaria? ¿Eso es una clase, en serio? Especial: inteligencia alta y gran memoria. Especial: gran talento para crear inscripciones, descifrarlas y alterarlas, incluyendo romper encantamientos y cerraduras mágicas. Vaya, ni que fueras una ladrona. Estado mental: enamorada.

—¿Qué?

—¿Qué? Oh, lo siento, es demasiado personal —dijo Marty quitándose las gafas; las plegó y se las guardó en el anillo de inventario. Clara estaba mirándolo desconcertada. Pulsó el botón en sus propias gafas, pero negó con la cabeza.

—¿Por qué a mí no me sale eso? —preguntó molesta—. Has leído varias cosa que no puedo ver de mí misma, como mi número de universo o mi nivel. No tenía ni idea de que había mejorado tanto.

—Parece que tus jefes insisten en darme trato preferente. Bueno, creo que va siendo hora de que me vaya…

—¡¿Qué, ya?! Quiero decir… por supuesto, espero que haya disfrutado su visita, y vuelva pronto.

El cambio una vez más a tanta formalidad hizo que Marty arqueara una ceja interrogativamente. Ella se puso más nerviosa.

Lo guio a la salida y se despidieron. En el último momento Marty le ofreció estrecharle la mano.

—Me caes bien, Clara.

—Yo, eh, esto… —ella tragó saliva y sintió que su cara se calentaba, sonrojándose; eso hizo que se pusiera aún más colorada, y la sintió arder. Marty le estrechó la mano.

—Volveré pronto —dijo él al marcharse. Giró el pesado disco de la compuerta metálica blanca y la abrió empujando, pero al otro lado le esperaba un disco azul de luz, girando con una sutil espiral iridiscente.

—Espera, ¿de qué universo vienes? —preguntó ella—. Ese portal es de magnitud multiversal, ¡no puede haberlo creado tu mazmorra!

    Los ojos de Marty destellaron, se olvidó de echar el freno y habló a toda velocidad, a medida que surgían las palabras en su mente. Una vez más, muy pocos le hubieran podido seguir el ritmo, pero Clara podía:

—Buena pregunta. ¿De dónde vengo? Podemos usar como referencia a Claw. Con una media de casi 10 años de desfase entre universos, al menos con los que estimó mi abuelo, pensaba que estaba en el universo 275, para ser el primero donde él retrocedió tanto, más de 2.000 años desde el universo 25, siendo a la vez la más avanzada de sus variantes; según este libro la primera venía del 25. Pero habría que sumar aquellos universos que mi abuelo creía que no existían, y el año del libro sobre las guerras de la luna de Europa me dicen que tal vez vengo del universo 600 y pico, porque los cálculos del viejo estarán distorsionados. Tendría que saber cuál es el más avanzado de todos, y seguramente no sea el de ese libro del futuro paralelo. Tendré que corregir la nomenclatura de Bozh… por cierto, mi abuelo la llamó así por el apellido de soltera de mi madre. ¡Gracias por el libro!

    Cruzó el portal y desapareció instantáneamente. Entonces la compuerta, que daba al estudio de un erudito de la alta nobleza, se cerró sola. Clara casi sintió el alivio de La Biblioteca mientras se giraba el disco de cierre y los pesados pasadores la sellaban. Pero para ella era diferente. Las siguientes visitas serían como siempre, solo entrarían aquellos que pagaran primero el paso al noble que vigilaba el acceso; a cambio sus propias fuerzas eran parte de las que protegían La Biblioteca Infinita. Fuerzas y nobles que ni siquiera se habían enterado de la presencia de Marty.

    Clara fue a la mesa y se sentó sobre ella. Sentía un vacío repentino, como si todo lo interesante de su vida se hubiera desvanecido de repente. Quería seguir hablando con Marty. Intercambiar ideas, conocimientos y experiencias. Hablar sobre libros y secretos, enseñarle todo lo que sabía, y que él le enseñara… todo.

¿Había creado él mismo ese portal multiversal?

“Estado mental: enamorada”.

Clara gritó de vergüenza y se tapó la cara con las manos.

 

FIN

 

Comentarios

  1. Qué denso! Pero me ha gustado. Me recuerda al estilo de los relatos breves de Robert A. Heinlein. Mucha información en poco espacio y abriendo múltiples caminos y posibles desarrollos. En este relato has conseguido crear todo un universo y además, ampliar el de la Mazmorra. Muy bueno.

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    1. Wow, Heinlein son palabras mayores, ganó 4 premios Hugo. Creo que es muy exagerado... Pero gracias ¿Puedes profundizar en lo que ves de mi estilo? No es lo mismo lo que veo yo desde dentro que lo que ven desde fuera

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    2. Eso, dificil de responder es, joven Padawan. Déjame que lo repose para podértelo decir.

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    3. Pues por mucho reposo que le de sigo igual.
      Si lo que me pides es que te diga en qué te pareces a Heinlein, no es que te parezcas, es que me lo recuerdas. La forma de narrar la historia, con medias descripciones, el ligero toque de humor que te obliga a no tomar demasiado en serio la historia y sin embargo, al tiempo impide que abandones la lectura. Los diálogos en su sitio y siempre salpicados con la ambientación del lugar y los personajes. Todo el rato sabes quién está hablando, dónde y a qué se refiere. Eso es algo que aunque parezca fácil, no lo es en absoluto.
      Además, aunque es un relato breve, te deja con la sensación de que hay mucho más detrás. La historia anterior de Clara, la de Warren, incluso la de la bibliotecaria seguro que son tan interesantes como la que más ¿Cuál es el mundo de Clara? ¿Y cuál es la historia de la Biblioteca, quién la hizo, porqué, cuándo, cómo? Son todas preguntas que en tu relato se intuyen pero quedan sin respuesta, te dejan con ganas de más, de mucho más. Como hacía Heinlein en sus relatos cortos. Incluso en Forastero en Tierra extraña lo hace, igual que en la Mazmorra. Tantas historias para descubrir...

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    4. Este relato me ha venido por inspiración a medida que escribía, empezando con las palabras aisladas "biblioteca infinita". No tenía ni idea de qué era lo de la sandía, la moneda y el apicultor... desde que lo escribí me moría de curiosidad

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    5. De Heinlein leí Starship troopers a medias, y Consigue un traje espacial, viajarás, que me gustó mucho. Bebo de otros autores, o eso pensaba... no sé si has leído a Orson Scott Card. Hace tiempo pensaba que me parecía a él porque es uno de los que más he leído y me gusta su estilo, pero creo que me está saliendo el mío propio. Preguntaba acerca de mi estilo. Algunas veces quiero darle toques de Terry Pratchett o Neil Gaiman, por ejemplo. Por cierto Las buenas y acertadas profecías de Agnes la chalada es un guiño a Good Omens/buenos presagios, de Gaiman y Pratchett. Hay serie en Amazon.

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    6. Scott Card tiene un estilo mucho más reflexivo que el tuyo. Tú me pareces más directo, más en la línea de Stephen King en la serie de La Torre Oscura o George Martin en canción de hielo y fuego, sobre todo los dos primeros. Luego se vuelve más oscuro. Me recuerdas bastante a David Brin o Juan Miguel Aguilera.
      De tu forma de escribir me gusta cómo dibujas los personajes. Das los toques justos para conocerlos y dejas el resto a la imaginación, para mí es la mejor técnica. No me gustan las descripciones detalladas.
      Además, en todo el relato flota una sombra de humor. Con la sensación de no tener que tomárselo muy en serio, pero que la acción sí lo es. Todo lo que ocurre tiene una importancia capital, aunque los protagonistas no se lo terminan de creer, siempre encarando los hechos como un juego, como algo no demasiado importante. Lo he leído con media sonrisa y lo más importante: me ha dejado muy bien sabor de boca.
      Con la Mazmorra has ido adquiriendo el mismo estilo. Al principio era claramente pornográfía y en la línea de TR: directo, descriptivo, personajes planos y bastante onomatopéyico. Aun así, ya asomaba algún trasfondo. Luego has ido madurando, tus personajes han crecido muchísimo y vas adquiriendo un estilo propio

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    7. Buff, cómo me enrollo a veces.

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    8. A Prachett y Gaiman los conozco de referencias, pero no he leído nada de ellos. Últimamente estoy demasiado selectivo con mis lecturas.

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    9. Que seas selectivo y me incluyas dice mucho...

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    10. Bueno. Calidad vas teniendo...

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